Cap. 37

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Me quedé paralizada pegada a la pared de aquella columna y la vi salir.

No pude mover ni un solo músculo de mi cuerpo y las ideas pasaban por mi cabeza rápidas, crueles y variadas, y me tenían totalmente inmóvil.

Necesitaba un test de embarazo y no llevábamos ni un mes y medio separadas.

Salí de la farmacia y la vi alejarse y entrar en un portal que había en esa misma avenida un poco más adelante. Supuse que se trataba de sus apartamentos.

En aquel momento me sentí más pequeña que nunca en aquella ciudad gigante a la que estaba claro que Ana ya se había acostumbrado.

Ella parecía que ya había probado de su velocidad vital.

Igual era demasiado egoísta culparla por haberse acostado con un hombre en aquel tiempo, al fin y al cabo yo, la bollera, también lo hice.

Pero no podía evitar estar enfadada. Y lo estaba tanto que no me apetecía ni saber la verdad de lo que había detrás de todo.

Volví dando un paseo un tanto nostálgico a mi hotel y me tiré en la cama un rato para pensar.

La posible hostia de la que tanto me avisaron Ricky y Rafa había llegado quizá demasiado prematura y de una forma un tanto macabra.

Ahora no tenía ni idea de que era lo que tenía que hacer, así que esperé a los chicos para contarles la situación y que me aconsejaran, bueno, y también para que me abrazaran, no mentiré, en aquel momento estaba totalmente destrozada. 

Después de un par de horas esperándolos, me asomé a la ventana de la habitación por enésima vez y por fin los vi llegar. Iban agarrados de la mano y pude incluso adivinar desde aquella altura lo felices que estaban.

Los adoraba, de eso que no quepa duda, pero a veces me resultaba una enorme putada que justo los amigos que tenía como paño de lágrimas eran una pareja feliz, con sus altibajos, pero feliz. Me daban tanta envidia que a veces, a pesar de que me encantaba verlos juntos, me hundían aún más en mi miseria.

Porque yo quería con Ana justo lo que ellos dos tenían. 

La pureza.

Siempre que estaba con ellos veía esa luz blanca que se les encendía cuando se miraban. Eran verdad. Eran dos amigos que se amaban y, cuando dejas de lado las banalidades, los problemas estúpidos y sobre todo los miedos, eso es más que suficiente para sacar adelante una relación de una forma sana y pura.

Pero yo, en ese momento, me sentía a un abismo de tener si siquiera una relación, cuanto menos, tan idílica como la de ellos. 

Salí a la puerta de la habitación para esperarlos y escuché sus carcajadas desde la planta de abajo.

- Eres un maricón - dijo Ricky ahogado en una carcajada

- No soy un maricón, tengo vértigo ojalá te enteres algún día...

Una sonrisa se me escapó cuando por fin aparecieron por las escaleras. Pero es evidente que la tristeza continuaba alojada en mi rostro, porque cuando me vieron, me abrazaron sin decirme ni una palabra, sabían de sobra que algo había pasado.

- Ay rubia... - se lamentó Ricky tocándome el pelo - ¿qué ha pasado?

- Pasad y os cuento - dije con un hilo de voz 

Ambos se miraron un poco incómodos.

- Bueno, si no tenéis nada planeado, claro... - aclaré al ver sus gestos

- Teníamos reservado un restaurante pero no pasa nada, ahora llamo y cancelo y vamos mañana - Ricky miró a Rafa - ¿no?

- Claro - contestó él

Callada. WarmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora