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—¿Lista?—preguntó el tatuador encendiendo la máquina

Ángela asintió y apretó la mano de su hermana pequeña, que había sido la culpable de que acabaran en aquel local.

"—Hoy empieza una etapa nueva de tu vida y tienes que dejarlo marcado de algún modo."—le había dicho al salir del hospital

Claro que, la idea de Ángela, no era hacerse un tatuaje nada más salir de él, pero Noa había insistido tanto que allí estaba, tumbada en la camilla con el brazo extendido y dejando que la tinta impregnara su piel. Había elegido un diseño sencillo, que no llevara mucho hacerlo, pues estaba deseando llegar a casa.

Claro que, en los últimos ocho meses, su vida había cambiado demasiado y con ella su casa. Su hogar estaba en Cantabria, con su familia, pero su casa era ahora aquel humilde pisito que su hermana había conseguido pagar trabajando muy duro y a doble turno en una biblioteca y en un Starbucks.

—Listo—el hombre pasó, con delicadeza, una toallita sobre la piel enrojecida y comenzó a explicarle como cuidar la zona durante los primeros días—. ¿Tú también quieres un tatuaje?

Los ojos de la hermana pequeña se iluminaron, pero Ángela negó con la cabeza.

—No. Ella es muy pequeña todavía.

Noa hinchó los mofletes como respuesta, sacándole una sonrisa a su hermana.

—Lo siento, guapa, tu hermana manda.

—Cuando cumplas los dieciocho te pago uno, te lo prometo—Ángela giró la cabeza hacia el otro ocupante de la estancia—. Cóbrame, por favor.

—Ahora mismo—Álex, así se llamaba el tatuador, salió de la sala con el dinero de la joven, dejando unos minutos solas a las dos hermanas

—Ha quedado muy bonito—sonrió Noa mirando los números romanos que adornaban la piel de su hermana

—Sí, Álex lo ha hecho muy bien. Le voy a decir que nos de cita para el miércoles que viene.

—¿Vas a hacerte otro?

—¡No! Es tu cumpleaños, tonta.

—¡Hostia, es verdad!

—Esa boca...

—Perdón, perdón, ¿en serio me vas a pagar el tatuaje?

—Es lo menos que puedo hacer por ti en tu cumpleaños. Llevas ocho meses sin parar de trabajar.

—Ha merecido la pena, estás curada.

Ángela sonrió y apretó su mano. Si alguien había sufrido su enfermedad era Noa. Durante aquellos ocho meses la había acompañado a todas las consultas, revisiones y sesiones de quimio. Y sobre todo, a recoger el informe que aseguraba que ya no quedaba ni un ápice de cáncer en su cuerpo. Además, había organizado su tiempo para trabajar y conseguir acabar el curso con muy buenas notas, claro que aún le quedaba la selectividad, y Ángela están dispuesta a ayudarla todo lo que pudiese para que accediera a ese doble grado al que aspiraba desde pequeña.

Poco después salían de la estación de metro que las dejaba cerca de su piso. El apartamento estaba cerca del hospital, para facilitar las idas y venidas de Noa, que aun no tenía edad para conducir.
No era muy grande, contaba con dos pequeñas habitaciones, una minúscula cocina, un baño y una pequeña sala de estar. Aún así, las hermanas habían hecho del piso su hogar, acogedor y lleno de alegría.

—¿Qué te apetece comer?—preguntó Noa dejando las llaves sobre el mueble de la entrada

—Hoy cocino yo—sonrió Ángela—. ¿Tortilla para dos?

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