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Ángela se miró en el espejo. Hacía mucho que no se ponía ese vestido azul marino que sus padres le habían regalado por su dieciocho cumpleaños. Todavía le quedaba bien, aunque le favorecía más cuando estaba morena.
Por la habitación sonaba una de sus canciones favoritas, Una rosa es una rosa, de Mecano. Siempre le había gustado mucho esa canción, y durante la batalla contra el cáncer la había convertido en una de sus imprescindibles.

—Ángela, Antoine está abajo—Noa llamó a la puerta de la habitación de su hermana

—Ya voy, ¿has visto mi chaqueta negra?

—¿La americana?—preguntó la pequeña abriendo la puerta

—Ajá.

—Siento decirte que te la he cogido prestada para esta noche.

—Ehhh, no. Si tienes frío que te de Antoine su chaqueta, trae para acá.

—¡De eso nada!—Noa echó a correr entre risas y Ángela la siguió rápidamente, alcanzándola y quitándole la chaqueta

—Sigo siendo más rápida que tú—jadeó la mayor

—¿Estás bien?—se apresuró a preguntar la pequeña y se colocó a su lado

Ángela asintió, un poco acalorada.

—Tranquila, ahora ya puedo correr.

—Aún así el médico ha dicho que al principio no hagas muchos esfuerzos. Lo siento, no debería...

—¿Quieres callarte? Tu príncipe azul nos espera abajo.

Noa asintió y caminó delante. Ángela la siguió tratando de recuperar la respiración y de calmar el latido de su corazón. La carrera por el pasillo le había sentado mal.

—¿Angy? ¿Segura que estás bien? Puedo cancelar la cena, no creo que a Antoine le importe...

—Estoy bien, estoy bien. Venga, vamos.

—¡Por fin!—Antoine sonrió al verlas salir del portal—Ya sabía que eras lenta arreglándote, cariño, pero hoy te has llevado la palma.

—No ha sido por eso, es que...

—Es que no sabía qué vestido ponerme—se excusó Ángela—. Por una vez no ha sido culpa de mi hermana, lo siento.

—Descuida. Estáis las dos muy guapas, quien me vea dirá que soy un hombre muy afortunado—Noa golpeó su abdomen—. ¡Auch! Vale, vale, ya me callo. ¿Listas para una bonita velada?

—Muy listas—Ángela abrió la puerta de atrás pero Noa negó

—Tú delante.

—No. Delante tú y tu novio.

—Que no Ángela, que atrás te mareas, siéntate delante.

—Soy la mayor y...

—El mayor soy yo, así que delante, señorita.

Ángela suspiró y se montó en el asiento del copiloto, detrás se sentó su hermana.

—¿Por qué me hacéis esto?

—Te está haciendo un favor, estás sentada junto al hombre más sexy de todo Madrid.

—Griezmann, deja de tirarle los tejos a mi hermana.

—No le estoy tirando los tejos a tu hermana, solo bromeo. Sabes que solo tengo ojos para ti.

—Por favor, dejados de cursilerías, gracias—Ángela rodó los ojos y miró por la ventanilla—. Bueno, Antoine, ¿a dónde nos llevas?

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