XIII

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-Tengo que irme, ya se me hizo tarde

Se despide Gaby con nostalgia cargando tristeza en su cutis bien cuidado, yo tampoco quiero que se valla, va a estar más días y la puedo ver más pero hace tanto tiempo que no la veía, me trae tantos recuerdos, el recuerdo de que estoy sola, me siento sola aunque la tenga a ella y a las personas que me rodean, es algo que no he podido cambiar a pesar de las veces que lo he intentado, ese enorme vacío no se llena con nada.

-Te acompañamos si quieres.

No quiero que se valla sola, después de todo no conoce muy bien esta ciudad, aunque tengo la certeza por la forma en que me mira que no aceptara y antes de que pueda negarse la voz de Diego inunda la habitación salvando el día.

-Yo la acompaño – ordena sin preguntar.

No le queda otra opción más que aceptar y ese aire que sale de sus fosas nasales en señal de derrota lo comprueba.

-Bien, hasta luego Max - se gira en dirección al pasillo que da a la puerta, pero se detiene para volverle a hablar - Cuida a mi niña.

Sus palabras salen más bien como amenaza que como otra cosa pero Max no aparenta sentir miedo ni incomodidad y si lo tiene lo sabe esconder muy bien como todos sus sentimientos.

-No tiene de que preocuparse - Le asegura acercándose más a mi lado para que sea creíble, ella no tiene que preocuparse, pero... ¿Y yo?

Gaby asiente mientras Diego la acompaña para salir juntos del departamento cerrando la puerta detrás de él, me he quedado sola con Max, tal vez sea buen momento para mostrarle algunos de mis cuadros ya que no se me ocurre que más hacer y no quiero que se valla, me niego.

-¿Que te apetece hacer? - pregunta cortando el silencio.

Se me hace extraño que cada vez que estoy pensando en hacer algo el parece que me lee la mente y me pregunta cosas para decir justamente lo que estaba pensando, tonterías, debo pensar menos ese tipo de cosas que no quieren decir nada y tampoco tienen una justificación lógica.

-Acompáñame.

Le ordeno con suavidad pasando por su lado, nos dirigimos por el pasillo hasta llegar al cuarto donde tengo mis cuadros, hace algunas semanas que ya no entro aquí, el tiempo no me alcanza, aun así, se siente con vida, es entrar a esa habitación que ha a arrullado, abrazado y permitirme ser yo misma sin ningún tipo de críticas. Max camina detrás de mí hasta llegar a nuestro destino, está atento a cada movimiento que hago, más que ningún otro día.

Abro la puerta encontrándome con un completo desastre. Hay cuadros por doquier, el caballete en una esquina con un lienzo blanco esperando a ser moldeado, en una mesa de madera con algunas manchas de pintura negra y blanca están varios pinceles, botes de pintura, lápices, una rueda para la pintura y más cosas. En el suelo recargados en la pared y unos con otros hay cuadros de paisajes, personas, abstractos, mínimo son como treinta, los demás aún están en Londres.

Cuando me mudé solo me traje unos pocos y los demás los hice en el tiempo que he vivido aquí. Hay una enorme ventana a cuadros con un marco de madera que da a la calle, un taburete y una tela blanca tirada en el suelo, no recuerdo para que era, de pronto se me ocurre una idea... ya quiero ver a Max haciendo tal cosa, misión imposible... en marcha.

Max solo se queda observando los cuadros, mientras camina al rededor y deteniéndose en uno, precisamente en el que más amo y más me destruye, nunca creí capaz de que esos dos sentimientos se llevaran tan bien, como el fuego y el agua, es imposible llevarse bien, aunque uno apaga la tempestad cuando el fuego está a punto de destruir, a la vez son un complemento. La imagen fija sobre la tela refleja un rostro potente, audaz, firme es mi padre y también un rostro frágil, bondadoso y sobre todo hermoso, mi madre, se ven muy felices, lo saque de una fotografía que tenía, Max está en silencio, no habla, solo recorre cada detalle, cada trazo con detenimiento.

Insuficiente I (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora