1-Magnolia

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1-Magnolia

5 de Noviembre del 2017. Heaven Folks.

Mi mirada, perdida en algún lugar, se mantenía observando a través de la ventanilla empañada mientras que lentamente el autobús avanzaba por la carretera, mostrando a su paso cómo un invierno duro y frío se levantaba por los bosques de Heaven Folks.
Llevé una mano a la bufanda y escondí mi fría y roja nariz en ella al tiempo que un melancólico suspiro escapaba materializándose en un blanco vapor. De nuevo estaba haciendo el camino que todos los meses realizaba, convirtiéndolo en una rutina más en mi vida y que claramente no rompería por nada; incluso con el frío que calaba los dedos de mis manos, estaba dispuesta a ir.
Cuando el autobús se detuvo automáticamente me bajé de él, pues era tan normal ir siempre allí que incluso con los ojos cerrados siempre sabría dónde bajarme. Con el ramo de magnolias en la mano protegida por los guantes y mi cartera en la otra, caminé atravesando el enorme portal enrejado que se levantaba mostrando la elegancia de aquel lugar privado.
Nadie se encontraba allí y el silencio reinaba aquel lugar cubierto por la escarcha y la nieve. A excepción de mis botas negras que poseían unas ruidosas hebillas. Una sonrisita se delineó apenas con diversión mientras que un pensamiento atravesaba mi mente, «De seguro ya me oyó llegar», pensé un poco absorta en las imágenes que de repente vinieron a mi buscando quebrar, como tantas veces, aquel pequeño hilo en el que se habían convertido mis emociones en el último año.
Caminé y caminé hasta llegar a una pequeña colina dónde dos árboles de cerezo se erguían aún nevados a ambos lados de aquella lápida que, a diferencia de otras, se encontraba cuidada e incluso tenía flores marchitas lo cual daba indicio de que todavía la seguían visitando.

–Hola, Abue –hablé sin miedo. Sí, sin miedo a que me escuchasen y creyesen que estaba loca por hablarle a una lápida de alguien que ya no estaba más en este mundo. Me arrodillé en el césped blanco sin darle importancia a la húmeda nieve, comenzando a cambiar las marchitadas magnolias blancas por unas en color rosa.

Sonreí para mí misma satisfecha por cómo habían quedado y me senté allí un rato, perdiendo la cuenta de cuantas veces ya había leído "En las cenizas del fracaso, está la sabiduría. Lidia". Todavía me preguntaba durante cuánto tiempo más seguiría estando de luto, durante cuánto tiempo seguiría sintiendo esa soledad y oscuridad que amenazaban mis noches alimentando el desvelo.
Ella era la única persona que sabía de aquellas sombras que me acechaban en los sueños, y que por algún motivo tenía un leve presentimiento de algo: mi abuela era la razón de existir del rosario que ella misma me había regalado la noche en la que sostuve su suave y envejecida mano por última vez. Tal vez quería protegerme de alguna forma.
Mis padres jamás lo entenderían; era adoptada pero aun así me amaban. Sin embargo, ellos se encontraban tan sumergidos en el trabajo que casi había pasado a un plano donde sólo nos veíamos para la cena. Y qué decir de mi hermano; aquel chico apuesto de preparatoria que vivía en su pequeña burbuja de popularidad. Por último estaba yo, una estudiante de primer año de bellas artes que en los últimos meses sólo dibuja figuras negras en su cuaderno de apuntes de manera inconsciente.
A veces no servía de nada tener una buena familia, posición, muchos amigos...o novio. Aunque haya gente a mí alrededor, siempre tendría esa sensación de estar sola en una nada oscura repleta de ecos y falsos momentos.

–Te extraño, ¿sabes? –sentí los fríos copos caer lentamente en mi rostro; eso y el sonido de un aleteo. Aleteo...aleteo.

Di media vuelta y sólo estaba él. Abrí los ojos con sorpresa mirando a un chico de pie frente a mí que me miraba con un semblante cálido y sonrisa de esfinge. Sus ojos eran rasgados, pero lo que más me impactó fue el color. «Tan azules como el mar...queman», pensé dando un paso hacia atrás, provocando que aquel desconocido ladeara una sutil pero arrebatadora sonrisa.

– ¿Quién eres? –fui directa y pregunté con desconfianza. Sin darme cuenta, había llevado la diestra al rosario que mi abuela me había obsequiado y mi mirada se afiló intentando no mostrar miedo alguno frente a este.
Aquel chico que seguramente tendría mi misma edad, se acercó a mí en un abrir un cerrar de ojos; ni siquiera me dio tiempo de respirar y ya se encontraba frente a frente, mirándome de una forma tan... ¿nostálgica? Eso me desconcertó por completo.
Sentía su respiración cálida y tranquila chocar contra mi rostro, aunque su mirada mostraba muchos más sentimientos que no podía descifrar; acaso era... ¿Cariño? ¿Angustia? ¿Alivio? ¿Felicidad? Habría deseado que me dijera alguna palabra antes de que mi vista se nublara, volviéndome a perder en una serie de nuevas imágenes que extrañamente no eran pesadillas para nada.

Esta vez un hombre y una mujer aparecieron ante mí, hablándome y sonriéndome con una ternura que casi podía rasgarme el corazón en dos; reían y me hablaban en un extraño idioma al que desconocía. Todo era luz alrededor de aquella mujer, luz y una sensación tan pura que conmovía cada fibra de mi ser, e incluso sus castañas orbes cuando la luz les daba de lleno se veían tan rojos como los pétalos de una rosa. Sin embargo, el hombre, a pesar de tener una apariencia ruda y hostil, todavía se podía ver la amabilidad en sus ojos azules como el océano.
¿Qué era esto? Un familiar y nostálgico sentimiento embargó por completo mi pecho, mientras que un nudo se apoderaba de mi garganta, luchando por contener un alarido.
No sabía por qué sentía que aquellos momentos eran tan...tan míos que quemaban.

– ¡Basta! –grité abriendo los ojos, pero cuando lo hice, esa persona ya no estaba más. Sólo el paisaje blanco se abría paso junto con la nieve cayendo de una forma dramáticamente lenta sobre las olvidadas tumbas de aquel cementerio.

Un suave viento golpeó mis mejillas escocidas por las lágrimas que me sorprendieron notarlas allí; hacia tanto tiempo que no lloraba que había llegado a pensar o mejor dicho "creer" que era una persona más fuerte y que ya podría aceptar de una vez por todas las cosas que nos depara la vida.
Sin embargo, para lo que mi mente, ojos y razón no estaban preparados fue la imagen de la tumba de mi abuela repleta de magnolias rosadas y blancas, esparcidas encantadoramente sobre ella a pesar de la helada y la nieve que caía. Estaban completamente abiertas como lo estarían en primavera.

«Abue, ayúdame...»

Wings: The Beginning « j.jk »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora