Puedo hablarte de cuanto odio mientras tomo una chocolatada, sin siquiera sentirlo. Puedo odiar los domingos a la mañana, los miércoles a las seis, tu forma de hablar, de mirar. Puedo hablar del odio sin siquiera sentirlo, porque la melancolía me consume y es nostálgico las cartas que le escribiste a Julia mientras yo viajaba por el universo.