Oportunidades

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Probablemente es la llamada lo que hace a Tony temblar como gelatina y la voz del otro lado, dando cortas y certeras instrucciones, es la que le provoca esas malditas nauseas que suben y bajan por su esófago.

Tony sabe que no debió responder la llamada. Él lo sabía; pues que el nombre de Steve Rogers aparezca en la pantalla de su celular un día sábado a las tres de la madrugada, debía de haber sido señal más que suficiente que él necesitaba para darse cuenta de que apretar el botón verde era una pésima idea.

Pero Tony se lo debía. Tony sentía que se lo debía.

Fueron siete años en los que ellos estuvieron juntos. Siete jodidos años en que compartieron la cama, el baño, besos, promesas e ilusiones juveniles. Siete años, que lentamente fueron consumiendo su amor de adolescencia, hasta que solo quedaron pequeños estropajos de cariño, y fue la culpa que sentían cada vez que se miraban a los ojos, la que los hizo querer terminar todo por las buenas antes de que se lastimaran.

Tramitar el divorcio fue algo complejo y agotador. Y moverse de un departamento a otro, por lo menos para Tony, fue aún peor.

Él todavía puede recordar a Steve, en el marco de la puerta de la que alguna vez fue su habitación matrimonial, mirándole con culpa y nostalgia. Tony se imagina a sí mismo sonriéndole, haciéndole ver que esto está bien—que todo estará bien, y que separarse ha sido la decisión más correcta que han tomado, después de que se dieran el "sí" en el altar.

Tony intenta creerse sus propias palabras. Y lo hace, por unas buenas horas mientras conduce hasta lo que será su nuevo hogar. Pero cuando él llega al solitario departamento, puede que quizá, ahora, la idea de divorciarse parezca un poquitín descabellada y precipitada.

Cuando la voz del otro lado dice una dirección, es que Tony  recién puede volver a concentrarse en el presente. A duras penas, él logra anotar la dirección en un papel suelto que encontró en su buro mientras que se pone el primer pantalón que pilla en el suelo. Se calza de sus zapatos en cuanto corta la llamada y tomando a la rápida las llaves de su auto, Tony sale de su departamento, cerrando con fuerza la puerta tras su espalda.

Corre por las escaleras del edificio porque necesita aclarar su mente y pensar bien las cosas. Además, el jodido ascensor parece ser una verdadera oruga en esos momentos y Tony no se siente con ánimos de tener un ataque de histeria en medio de esa prisión de metal.

Él se demora solo tres minutos y medio bajar desde el séptimo piso hasta el lobby del complejo departamental en el que vive. Stan, el viejo portero, le hace una vaga pregunta, pero Tony lo pasa de largo y sale al frío de la noche para meterse a su auto y pisar el acelerador hasta el fondo.

Le toma solo quince minutos cruzar toda la jodida ciudad y llegar al hospital que el jefe de policías le indicó. A Tony le toma tan solo dos minutos para llegar desde el estacionamiento a la recepción, y solo un minuto y medio llegar a la habitación de quien es su, aún, esposo.

El viaje en total le toma dieciocho minutos y medio. Dieciocho minutos desde su casa hasta la habitación de un hospital que está a casi una y media de distancia.

Pero solo se necesitaban diez segundos dentro de esa pieza, para que Tony se diera cuenta de que su vida nunca más volvería a ser la misma.

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Continuara

He loved you even when you foughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora