3: Profecía

126 20 2
                                    


―Hijo ―me llamó una noche mi padre―, necesito hablar contigo.

Me llevó al Salón Real y allí expulsó a sus guardias.

―¿Qué pasa? ―inquirí.

―Me he enterado de algo y creo que debes saberlo.

―¿Qué ocurre?

―Un oráculo acompaña a los dorios en su escalada, vienen hacia acá y quiere conquistar estas tierras.

―No lo permitiré, tengo órdenes y...

―No. Escúchame, hijo, ellos tienen una profecía.

―¿Una profecía?

―Así es.

―Papá... ―Supuse, erróneamente, que hablaba de la superioridad de los dorios sobre nuestro pueblo y que él sería asesinado.

Mi padre se dejó caer en el trono.

―Ellos prevalecerán sobre nuestro pueblo solo si yo continúo vivo.

―¿Qué dices? ―interrogué estupefacto.

―Así es, solo si yo permanezco con vida, esos hombres se podrán hacer de nuestro pueblo y de nuestro poder.

No me esperaba aquello. Cuando mi Luna me decía que mi padre moriría, creía que sería a manos de los dorios.

―Debes ocupar mi puesto, Medonte.

―Papá, ¿qué...?

―No me quedaré en este mundo a ver cómo arrasan con mi gente, con mi pueblo, no permitiré que mis mujeres sean atacadas y mis hombres muertos, mucho menos que mis niños sean esclavizados, Medonte; no, mi pueblo no merece tan penoso final.

―¿Qué harás?

―¿No está claro? Haré la única cosa que puede detenerlos.

―No, papá, no puedes hacer eso.

―Puedo. Y lo haré. De mí depende mi pueblo y no los defraudaré. Pero antes, necesito que me prometas que cuidarás de nuestro pueblo.

―Sabes que eso no necesitas pedirlo.

―Lo sé, hijo, lo sé ―repuso con lágrimas en los ojos―, solo necesitaba escucharlo.

―Padre, no tienes que hacerlo.

―Debo, hijo, es mi deber, mi vida no vale nada comparada a las vidas de mi pueblo. Un rey debe hacer lo que tenga que hacer para defender a su pueblo y si eso significa entregar su vida, bienvenido sea. No olvides que somos servidores no señores.

Las Lunas de Abril IV : Luna eternaWhere stories live. Discover now