• ¡PRIMER PUESTO EN LOS TIME AWARDS 2018!
Una joven psicoanalista es acusada de asesinar a la esposa de un antiguo paciente. Se le imputa una pena de veinte años por homicidio en la prisión estatal, donde deberá aprender a cruzar la linea del bien...
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Todo comenzó a ocurrir en cámara lenta: el aviso de Brown, el grito de una mujer, junto con el murmullo de los periodistas. Lo primero que hice fue darme la vuelta y colocar a Isabella a mi espalda, para enfrentarme a lo que podía estar sucediendo alrededor. Los agentes policiales que estaban controlando a la prensa, corrieron hasta donde estábamos nosotros y me ayudaron a detener a la mujer que vino a atacar directamente a Bella. De su mano cayó un cuchillo, aparentemente de cocina y pese a que estaba siendo esposada por los demás agentes, no dejaba de mirar un segundo a mi espalda.
— ¡Hija de puta! — gritó mirándola — ¡Asesina! ¡Te mataré con mis propias manos!
Sentí la respiración agitada de Isabella detrás de mí, mientras mi mano acariciaba el arma que colgaba de mi cinturón. No dudaría un segundo de hacerlo por ella. No obstante, la mujer no parecía demasiado peligrosa.
— ¿Dónde enterraste a mi hermano? — gritó quebrándose, mientras era arrastrada hacia un coche policial — ¿Dónde está el cuerpo de mi hermano? — le preguntó a Bella unos segundos antes de desaparecer con los agentes.
Respiré hondo con tranquilidad cuando no la vi más y me dí la vuelta para observar a Isabella. Una lágrima descendía por su mejilla, mientras tenía los ojos clavados en el coche donde en este momento estaba la mujer.
Afortunadamente el susto había quedado atrás para todos, y cada uno de nosotros estaba más tranquilo. Excepto Isabella, que no sabía qué pasaba por su mente, pero podía llegar a imaginarlo. Supuse que no culpaba a aquella mujer de quererla matar y estaba dolida por tener que soportar esa situación tan decadente. En principio que la culpara y la insultara de una muerte que no cometió, y en segundo lugar de ver a una mujer realmente desesperada por la desaparición y posible muerte de su hermano.
— Entremos — dijo Brown.
Cuando pasamos hacia adentro cerró la puerta para evitar que los periodistas contaminen el lugar. Yo le solté el brazo a Bella, pero no me separé de ella mientras observaba el pálido abogado acercarse.
— ¿Estás bien? — le preguntó y yo resoplé molesto de tener que respirar el mismo aire que él.
¿Cómo diablos podía preguntarle algo así después de lo que le hizo? Él también contribuía en su dolor. Si fuera por mí, ya se estaría pudriendo en la cárcel.
— Si quieres podemos suspender todo esto — agregó al ver que Isabella tenía sus ojos a la deriva.
— No — le contestó ella tras unos segundos — Esto tiene que seguir.
Giovanni asintió y miró a los hombres de la científica animándolos a continuar.
— ¡Bien! Señorita Fraccedini necesitamos que nos cuentes a detalle, cada paso que diste en este lugar — le dijo Brown y ella parpadeó un momento y luego asintió — Desde que entraste hasta que saliste de aquí, cada cosa que tocaste, a cada habitación que fuiste... absolutamente todo.