capitulo 44

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Pov. Percy

Una hora más tarde nos dirigíamos hacia el oeste traqueteando. Ahora ya no había discusiones sobre quién conducía, porque teníamos un coche de lujo cada uno. Zoë y Bianca se habían quedado profundamente dormidas en un Lexus de la plataforma superior. Grover jugaba a los conductores de carreras al volante de un Lamborghini. Y Thalia le había hecho el puente a la radio de un Mercedes negro para captar las emisoras de rock alternativo de Washington.

—¿Puedo sentarme aquí? —le pregunté.

Ella se encogió de hombros, así que me senté en el asiento del copiloto.

En la radio sonaban los White Stripes. Conocía la canción porque era uno de los pocos discos míos que le gustaban a mi madre. Decía que le recordaba a Led Zeppelin. Pensar en mi madre me entristecía, porque no parecía probable que pudiese estar en casa para Navidades. Quizá no viviría tanto tiempo.

—Bonito abrigo —dijo Thalia.

Me envolví en aquella piel marrón, agradecido por el calorcito que me proporcionaba.

—Sí, pero el León de Nemea no era el monstruo que estamos buscando.

—Ni de lejos. Nos queda mucha tela que cortar.

—Sea cual sea ese monstruo misterioso, el General dijo que saldría a tu encuentro. Querían separarte del grupo para que el monstruo pudiera luchar en solitario contigo.

—¿Dijo eso?

—Bueno, algo parecido.

—Fantástico. Me encanta que me utilicen como cebo.

—¿No tienes idea de qué monstruo podría ser?

Ella meneó la cabeza, malhumorada.

—Sabes adónde vamos, ¿no? —dijo en cambio—. San Francisco. Era allí adónde se dirigía Artemisa.

Recordé que Annabeth me había dicho algo sobre San Francisco en el baile: que su padre se mudaba allí y ella no podía acompañarlo. Que los mestizos no podían vivir en ese lugar.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Qué tiene de malo San Francisco?

—La Niebla allí es muy densa porque la Montaña de la Desesperación está muy cerca. La magia de los titanes (o lo que queda de ella) todavía perdura allí. Los monstruos sienten por esa zona una atracción que no puedes ni imaginarte.

—¿Qué es la Montaña de la Desesperación?

Ella arqueó una ceja.

—¿De verdad no lo sabes? Pregúntaselo a la estúpida de Zoë. Ella es la experta.

Miró al frente con rabia. Me habría gustado preguntarle a qué se refería, pero tampoco quería parecer un idiota. Me molestaba la sensación de que ella supiese más que yo, de manera que mantuve la boca cerrada.

El sol de la tarde se colaba a través de la malla del vagón de carga, arrojando una sombra sobre el rostro de Thalia. Pensé en cuan distinta era de Zoë. Esta, tan formal y distante como una princesa; ella, con sus ropas andrajosas y su actitud rebelde. Y no obstante, había algo similar en ambas. El mismo tipo de dureza. Ahora mismo, con la cara sumida en la sombra y una expresión lúgubre, tenía todo el aspecto de una cazadora.

Y de repente se me ocurrió.

—Por eso no te llevas bien con Zoë.

Ella frunció el entrecejo.

YO SOY ANASTASIA jACKSONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora