capitulo 46

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La cima de la montaña estaba sembrada de ruinas, llena de bloques de granito y de mármol negro tan grandes como una casa. Había columnas rotas y estatuas de bronce que daban la impresión de haber sido fundidas en buena parte.

—Las ruinas del monte Othrys —susurró Thalia con un temor reverencial.

—Sí —dijo Zoë—. Antes no estaban aquí. Es mala señal.

—¿Qué es el monte Othrys? —pregunté, sintiéndome un idiota como de costumbre.

—La fortaleza de los titanes —respondió Zoë—. Durante la primera guerra, Olimpia y Othrys eran las dos capitales rivales. Othrys era...

Hizo una mueca y se apretó el flanco.

—Estás herida —le dije—. Déjame ver.

—¡No! No es nada. Decía que... en la primera guerra, Othrys fue arrasada y destruida.

—Pero... ¿cómo es que sus restos están aquí?

Thalia miraba alrededor con cautela mientras sorteábamos los cascotes, los bloques de mármol y los arcos rotos.

—Se desplaza en la misma dirección que el Olimpo —dijo—. Siempre se halla en los márgenes de la civilización. El hecho de que esté aquí, en esta montaña, no indica nada bueno.

—¿Por qué?

—Porque ésta es la montaña de Atlas —intervino Zoë—. Desde donde él sostiene... —Su voz pareció quebrarse de pura desesperación y se quedó inmóvil— . Desde donde... sostenía el cielo.

Habíamos llegado a la cumbre. A unos metros apenas, los grises nubarrones giraban sobre nuestras cabezas en un violento torbellino, creando un embudo que casi parecía tocar la cima, pero que reposaba en realidad sobre los hombros de una chica de doce años de pelo castaño rojizo, cubierta con los andrajos de un vestido plateado. Artemisa, sí, allí estaba: sujeta a la roca con cadenas de bronce celestial. Justo lo que había visto en mi sueño. Y no era el techo de una caverna lo que Artemisa se veía obligada a sostener. Era el techo del mundo.

—¡Mi señora!

Zoë corrió hacia ella. Pero Artemisa gritó:

—¡Detente! Es una trampa. Debes irte ahora mismo.

Parecía exhausta y estaba empapada de sudor. Yo nunca había visto a una diosa sufrir de aquella manera. El peso del cielo era a todas luces demasiado para ella.

Zoë sollozaba. Pese a las protestas de Artemisa, se adelantó y empezó a tironear de las cadenas.

Entonces retumbó una voz a nuestras espaldas.

—¡Ah, qué conmovedor!

Nos dimos media vuelta. Allí estaba el General, con su traje de seda marrón. Tenía a Luke a su lado y también a media docena de dracaenae que portaban el sarcófago de Cronos. A cada lado de Luke, Annabeth y Anastasia estaban con las manos en la espalda y una mordaza en sus bocas. El cogió a Annabeth y la puso su espada en su garganta mientras un dracaenae tenia una daga en el cuello de mi hermana. y cuando las vi a los ojos las dos solo me enviaron un mensaje: «Huye.»

—Luke —gruñó Thalia—, suéltalas.

Él esbozó una sonrisa endeble y pálida. Tenía un aspecto incluso peor que tres días atrás en Washington.

—Esa decisión está en manos del General, Thalia. Pero me alegra verte de nuevo.

Thalia le escupió.

YO SOY ANASTASIA jACKSONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora