capitulo 45

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Pov. Percy

Después de oír durante dos años a Annabeth quejándose de su padre, me esperaba que tuviera cuernos y colmillos. Lo que no me esperaba era que nos recibiese con un anticuado gorro de aviador y unos anteojos. Tenía una pinta tan rara, con aquellos ojos saltones tras los cristales, que todos retrocedimos un paso en el porche de su casa.

—Hola —dijo en tono amistoso—. ¿Vienen a entregarme mis aeroplanos?

Thalia, Zoë y yo nos miramos con cautela.

—Humm, no, señor —contesté.

—¡Mecachis! —exclamó—. Necesito tres Sopwith Camel más.

—Ah, ya —dije, sin tener ni idea de qué me hablaba—. Nosotros somos amigos de Annabeth.

—¿Annabeth? —Se enderezó como si le hubiese aplicado una descarga eléctrica—. ¿Se encuentra bien? ¿Ha ocurrido algo?

Ninguno de los tres respondió, pero por nuestra expresión debió de comprender que pasaba algo grave. Se quitó el gorro y los anteojos. Su pelo era rubio rojizo, como el de Annabeth, y tenía unos intensos ojos castaños. Era guapo, imagino, para ser un tipo mayor, pero tenía aspecto de no haberse afeitado en un par de días y llevaba la camisa mal abrochada, de modo que un lado del cuello le quedaba más alto que el otro.

—Será mejor que paséis —dijo.

* * *

Aquello no parecía una casa a la que se acabaran de mudar. Había robots construidos con piezas de lego en las escaleras y dos gatos durmiendo en el sofá de la sala. La mesita de café estaba cubierta de revistas y había un abriguito de niño en el suelo. Toda la casa olía a galletas de chocolate recién hechas. De la cocina llegaba una melodía de jazz. En conjunto, parecía un hogar desordenado y feliz: el lugar donde una familia lleva toda la vida.

—¡Papi! —gritó un niño—. ¡Me está rompiendo los robots!

—Bobby —dijo el doctor Chase distraídamente—, no rompas los robots de tu hermano.

—¡Yo soy Bobby! —protestó el chico.

—Eh... Matthew —se corrigió el doctor—, no rompas los robots de tu hermano.

—Vale, papi.

El doctor se volvió hacia nosotros.

—Subamos a mi estudio. Por aquí

—¿Cariño? —dijo una mujer, y en la sala apareció la madrastra de Annabeth secándose las manos con un trapo. Era una mujer asiática muy guapa, con reflejos rojizos en el pelo, que llevaba recogido en un moño.

—¿No me presentas a tus invitados? —dijo.

—Ah —dijo el doctor Chase—. Éste es... —Nos miró con aire inexpresivo.

—¡Frederick! —lo reprendió ella—. ¿No les has preguntado sus nombres?

Nos presentamos nosotros mismos, algo incómodos, aunque la señora Chase parecía muy agradable. Nos preguntó si teníamos hambre. Reconocimos que sí, y ella dijo que nos traería sandwiches y refrescos.

—Querida —dijo el doctor—, vienen por Annabeth.

Yo casi me esperaba que la señora se pusiera como loca ante la sola mención de su hijastra, pero apretó los labios con aire preocupado.

—Muy bien. Acomodaos en el estudio; enseguida os subiré una bandeja. —Me dirigió una sonrisa—. Encantada de conocerte, Percy. He oído hablar mucho de ti.

YO SOY ANASTASIA jACKSONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora