Capítulo 11

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Alex, Dwight y Helena trabajaron arduamente por cinco días para tener todo listo antes de que los otros tres tuvieran a los cincuenta maestros. La comunicación entre ellos estaba prohibida, por lo que ella sólo podía suponer que Gabe lo haría bien. Los niños se la pasaban jugando en los jardines y balcones, pero especialmente a las escondidas en esa casa tan grande. Mora había perdido el miedo y volvían a ser amigos. Mientras tanto, Alex había elegido un lugar en el centro, y allí se encontraban ahora. La intersección de dos autopistas les daba el escenario perfecto. La que cruzaba por encima sería un buen lugar para colgar los cuerpos. Helena afinó la mirada y trazó una línea a una distancia del puente calculando la trayectoria para disparar. Dwight buscó cualquier rincón que encontrara para instalar las pequeñas cámaras. Nanotecnología, no era algo nuevo pero sí útil para captar cualquier detalle. Por un momento pensaron que estaba demasiado expuesto, pero fue Helena la que salvó ese detalle.

-Tenemos que recrear el Campo de Marte –sentenció, mientras los otros subían una ceja-. Si logramos juntar mucha, mucha gente del pueblo llano, el Régimen no se atrevería a dispararnos abiertamente. No podría hacerlo sin ganarse la enemistad de su propio pueblo, y eso de no tener apoyo no es bueno si quieren evitar la revolución –Alex asintió.

-Lo bueno es aprender de nuestros errores, ¿eh? –sonrió-. Podrá funcionar, los muchachos deberían ser agitadores de masas.

-Podría hacer un poco de publicidad en la red clandestina –sugirió Dwight.

-Suena bien –sonrió ella.

Y fue aquel día en que tuvieron listos los detalles del acto del 20 de junio. Alex fue personalmente a examinar a los maestros en el contenedor del lago, luego de una cálida felicitación a sus soldados, que habían salido vivos y en una sola pieza. Eligió uno flaco y joven con el cabello rubio y los ojos azules y lo arrastró a su casa a punta de pistola. Gabriel lo vio y tuvo algunos pensamientos que no eran correctos. Sabía que Alex era algo promiscuo, pero ¿llegaría a violarlo? No lo creía. Pero cuando llegó, nada más alejado de la verdad. Señaló a Helena con un gesto de sus manos y ella lo siguió junto a la amordazada víctima hasta el sótano, y allí tenía a alguien más. Helena sonrió, era un buen estratega en verdad. Intercambiaron sus ropas mientras el muchacho lloraba de rabia, con el corazón roto. Peinaron al maestro igual y lo ataron con el otro, pero en la otra punta del sótano. En esa operación, los rebeldes no habían dicho una sola palabra. Intercambiaron una sonrisa y subieron.

-Bueno, mañana es el día muchachos –sonrió-. Todos tendremos chaleco antibalas, dos armas de fuego con silenciador, y dos cuchillos. Además, es imperativo que usen prendas de diferentes colores para poder quitarse una al mezclarse con la masa, e incluso una peluca para las mujeres, ¿sí? –todos asintieron mientras Alex marcaba en el mapa los lugares de cada uno. Helena sonrió, porque además tendría un fusil, y prepararía los cuerpos en la noche, para que al amanecer todos despertaran con ese escenario lúgubre.

-¿Cuánta gente va a venir? –inquirió Mercedes.

-Veinte mil, más o menos –afirmó Dwight, con orgullo-, y los que atraigan ustedes, cuantos más, mejor –siguió, mientras se probaba el chaleco y elegía las armas, de todas las que había sobre la mesa. Cuando fue el turno de Gabriel, le costó trabajo que la protección cierre sus trabas.

-¿Has estado comiendo más, Gabe? –se burló Helena. Él negó con resignación.

-No puedo moverme con esto, lo siento –ella se enfureció y levantó la voz.

-Me importa un carajo, vas a usar el puto chaleco, ¿sí? –él asintió con timidez.

-Bueno, no te enfades –sonrió con ternura y eso calmó las aguas.

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