Capítulo 13

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Lo primero que sintió fue un calor agradable que la envolvía, luego el tacto le indicó que estaba en una cama. Mullida, calentita, eso estaba bien. Sólo unos segundos antes de recordar todo. Cada músculo del cuerpo le dolía, sentía los párpados ardiendo de tanto llorar, y se le partía la cabeza. Hizo un esfuerzo por abrir los ojos y reconocer dónde estaba. Lo primero que vio fueron otro par de ojos, grises y vidriosos; pero detrás de una sonrisa dulce. Helena arqueó las cejas y tomó aire, sin estar realmente segura de ser la primera en hablar, preguntándose en qué idioma debía hacerlo.

-Bonjour –susurró. Él sonrió.

-Bonsoir –corrigió-, ya es de noche. ¿Cómo te sientes? –volvió a sonreír, mientras ella se sentaba en la cama y se refregaba los ojos. Pensó un momento, la pregunta era obvia.

-Mal. Triste –él esbozó una media sonrisa y salió de la habitación, para volver momentos después con un vaso de agua fría y una pastilla.

-No estás triste, sólo tienes sed; y el ibuprofeno ayuda –sonrió-. Bebe –Helena tragó la pastilla y se mordió el labio.

-¿Sólo es sed? –lanzó una risita-. Con Celine funcionaba todo el tiempo –Pedro subió una ceja.

-¿Contigo no? ¿No es lo mismo con los adultos? Diablos –rio-, bebe, igual te hará bien –tomó todo el vaso rápidamente, el agua helada resbalando por su tráquea despertó sus sentidos.

-Gracias –susurró, y luego hizo un esfuerzo por mantener la voz más firme-. Gilbert, ¿qué haces aquí? –se encogió de hombros.

-Hacía mucho que nadie me llamaba así –sonrió-. Aquí vivo –Helena puso los ojos en blanco.

-No es gracioso, tonto –él lanzó una carcajada-. Me pone histérica que te rías cuando estoy enfadada –volvió a reír.

-Lo sé –siguió riendo-. Sólo estoy feliz de verte ¿eh? –al final, ella no pudo más que contagiarse de su risa, aunque era una risa triste en el fondo.

-Quiero decir, ¿por qué estás vivo? –se encogió de hombros.

-No lo sé, sólo ocurre… el tiempo pasa y mira, ni una arruga –guiñó el ojo con picardía, casi seductoramente. Ella resopló.

-Basta de sentirte feliz, ven a llorar conmigo –sentenció haciendo pucherito-. Debiste decirme que eras inmortal, imbécil –volvió a reír, como si quisiera lanzarse al piso, como si no pudiera mantenerse en pie de la risa.

-Debiste decirme tú, pensé que era el único –ella negó.

-Somos como mil, creo –suspiró-, ¿puedes dejar de reírte, psicótico? ¿Mecanismo de defensa o te has vuelto loco? –él negó con pesar.

-Mecanismo de defensa –suspiró, tratando de calmarse y ponerse serio-. Soy pediatra ahora, y hasta es irónico porque lo decidí después de Celine. Me dije, ¿sabes qué? no dejaré que le hagan daño a los niños nunca más; pero ahora veo torturas de niños todos y cada uno de los días, y te aseguro que la pequeña que me trajiste no es nada, nada, comparado con lo que he visto –Helena tembló y apretó los párpados, escondiendo su rostro entre sus manos. Él se arrepintió enseguida de lo que había dicho-. Oye, perdóname conejito, no quise…

-No importa. Lo maté, Gilbert. Le encajé dieciséis disparos hasta que su cerebro estaba regado por todo el piso, y juro que no me tembló el pulso –él asintió.

-Ven, Arianne –la atrajo contra sí y la abrazó con suavidad, acunándola en su pecho-. Te he extrañado, ¿sabes? –ella asintió-. Te vi matar a varios en la televisión, y no te juzgo por eso, sino que me alegro que haya menos torturadores sobre la tierra –suspiró-. Prefiero recetar jarabe para la tos que amputar pequeños miembros, no hay duda.

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