Capítulo 24

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Si presiono los ojos veo puntitos blancos. Pero si no los presiono, comienzo a ver el rojo del interior de mis párpados. Eso debe querer decir que me encuentro de cara al sol. Lo siento acariciándome el rostro y sonrío. Probablemente me veo como un idiota, sólo sonriéndole al sol como un antiguo pagano. Llevo mis dedos hacia mi pómulo y lo encuentro cálido y rasposo. Cielos, ¿cuándo me ha crecido tanto la barba? Me pica un poco, debería afeitarme, pero estoy tan cómodo aquí mismo que no quiero levantarme. Me relamo los labios y siento un sabor dulce y conocido, pero no recuerdo qué es. Abro los ojos. No me equivoco, es el cielo azul y límpido. Rozo los pastos con las yemas de los dedos, crecen como quince centímetros y me pica un poco la nuca. Me la rasco y me incorporo. Veo alrededor. Llevo una camisa vieja, blanca y con un volado francamente ridículo. Ah sí, ya recuerdo, hacía mucho que no la llevaba. Los pantalones son marrones y sueltos. Voy descalzo. Tenía, sí, botas de montar negras con hebillas doradas hasta la rodilla. También recuerdo que sólo las mujeres usaban de esas años más tarde. Bostezo. El sol suave de la tarde me da algo de sueño.

Entonces la veo y es como un ángel. La veo corriendo entre los pastos descalza, persiguiendo mariposas, veo su cabello rubio y revuelto mezclado con los pastos. Sonrío. Luego le tirará sacarse todo eso de la cabeza, pero no me importa. Sonríe tanto, con tierna inocencia, y yo sonrío con ella. Una sonrisa de verdadera felicidad, de oreja a oreja. Había olvidado lo que era la verdadera felicidad. Me levanto y corro detrás de ese ángel hermoso, y sólo quiero atraparla y subirla a mis brazos y besarla, y que pase sus manos alrededor de mi cuello y me llame como sólo ella me llama. Entonces lo hago. Corro, mis piernas son más largas y enseguida la tengo. Puedo levantarla sólo con un brazo, como si pesara lo que una pluma. La subo a mis hombros y sé que es feliz, porque ríe y juega con mi pelo, luego me pasa los dedos por la barba y me pica. Pero es bueno, me gustan sus caricias. Camino un tramo y luego la bajo. No quería malcriarla… tanto. Vuelvo a reír, si es una princesa. Mí princesa. Pero incontrolable, sale corriendo otra vez y la veo ensuciarse el vestido de barro pero no me importa. Enseguida vuelve, tiene una margarita en la mano y me la ofrece mirándome a los ojos. Son iguales a los míos.

-Papi –sonríe. Yo también sonrío.

-Ven aquí –le pido y ella accede. Pone la margarita detrás de mi oreja. ¿Me veo bien? Seguramente. Se acomoda en el suelo, protegida entre mis dos piernas y se acurruca contra mi pecho mientras dibuja con un dedo, dibujos imaginarios sobre mi ropa. Marca en mi pecho espirales y estrellas, traza caminos y siento sus caricias como si fueran maná celestial. Dibuja un corazón imaginario sobre mi pecho y sonríe.

-¿Viniste por mí? –pregunta al final. Trato de recordar pero niego con la cabeza. Igualmente ella sonríe.

-No, conejito, lo siento –asiente.

-A mami le dices así –lanza-. Soy grande para conejito, dime por mi nombre –ordena. Vaya, sé de dónde sacó la voz para las órdenes, aun desde tan temprana edad. Pero sabe que es mi princesa y no sé decirle que no. Creo que se aprovecha, luego me digo que no debo malcriarla pero luego vuelve a hacerlo. Todo es para ella, no puedo pensarlo de otra manera.

-Vale –sonrío, y por un momento me atraganto como si la palabra que es su nombre fuera gruesa en mi garganta y le costara salir. Pero cuando lo hace es un susurro dulce-. Celine –ella sonríe.

-¿Por qué viniste entonces papi? –inquiere. Me encojo de hombros.

-¿Venir a dónde? ¿Es el cielo, conejito? –ella frunce el ceño-. Celine –me rio un poco del absurdo.

-No sé, si crees en esas cosas… ¿crees en dios y todo eso?

-No mi amor, dejé de creer el día que –me detengo. ¿Para qué voy a hablar de esto con ella? No lo entendería. No quiero que lo entienda. Está aquí, conmigo, acurrucada bajo el sol. ¿Por qué habría de importarme cualquier otra cosa? ¿Por qué tendría que contarle que existe más que el miedo, más que el horror, más que el verdadero terror? ¿Por qué tendría que decirle que existen sensaciones que no deberían existir para nadie?

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