Capítulo 15

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El médico se había quedado en post guardia el mayor tiempo que el cuerpo le respondió, casi treinta y seis horas. No lo hacía por vocación, sino que buscaba estar fuera de su casa. Últimamente su vida oscilaba entre el trabajo y dormir. La idea era cruzarse lo menos posible con la pobre zorra oportunista que le había arruinado la vida. Se sintió estúpido. Había sido un estratega, un político, un soldado, un general. Ahora no era nada más que una piltrafa de hombre enamorado de la misma mujer hacía cientos de años, una mujer que jamás podría volver a tener; y obligado a cargar con otra a la que odiaba hasta la médula. Ordenó sus cosas en el casillero con más lentitud de lo usual, y se hubiera quedado a vivir en el hospital si hubiera podido. Bebió un café en el pequeño bar, y le recordó a ella, al igual que tomar su teléfono y quedarse observando el cuadro perdido en esos ojos castaños, y en los grises. La larga vida le había enseñado que en esos momentos era mejor esperar, que en algún momento tenemos alguna buena idea, al fin y al cabo habían pasado días y no siglos.

Cuando ya no tuvo más excusa para quedarse adentro, salió. Estaba frío y era obvio que pronto habría una nevada. Observó su auto como si ya no le perteneciera. El Audi A1 rojo daba impresión de guerrero, de desafiante, de un ganador; y ahora mismo se sentía todo lo contrario a aquello. Abrió y se desplomó en el asiento con poca delicadeza. Aceleró, hizo pocas cuadras a velocidad de paseo dominical y estacionó en una pequeña calle oscura. Apagó el motor, se restregó los ojos y resopló. Se dio vuelta de súbito y estiró los brazos detrás del asiento hasta que tapó una boca. Esta boca es mía, fue lo primero que pensó, pero enseguida se atemorizó. No se olvidaba que había estado bajo el cañón del arma que apuntaba a su sien, en el Bentley.

-¿Esto te funciona con alguien? –inquirió Pedro, entonces quitó la mano para dejarla hablar. Estaba acurrucada detrás del asiento, un espacio bastante amplio en el Audi.

-Todo el tiempo, la primera vez que alguien se da cuenta –sonrió-. ¿Cómo estás? –Él se encogió de hombros.

-Yo extrañándote y tú vienes aquí para matarme, no es divertido –sonrió con tristeza.

-No voy a matarte, de momento, pero necesito hablar contigo.

-¿De momento? –resopló-. Ven, siéntate adelante, conmigo –ella asintió y con algunos movimientos extraños se ubicó en el asiento del acompañante-. ¿De qué quieres hablarme conejito?

-Si tuvieras que elegir, ¿estarías con la resistencia o el régimen? –él negó con la cabeza.

-¿Todo esto por la inseguridad de que te traicione? ¿Tan poco sabes de mí? –volvió a negar-. De veras, preciosa, nunca haría nada para dañarte. Te lo dije, me quedo contigo, con la resistencia, ¿o no fuimos los rebeldes originales? –rio con tristeza. Helena bajó la mirada.

-Lo siento, no desconfío de ti, pero Alex tiene ciertas dudas que no puedo ignorar, y tiene razón.

-¿Cuáles? Cuéntame, si confías en mí –la animó.

-Paula trabaja para la reina, y ella no morirá jamás –esa revelación lo atravesó, abrió grandes los ojos-. ¿Lo sabías? –negó con la cabeza.

-Claro que no –abrió la boca y suspiró con fuerza-. Lo ha hecho a propósito, ¿verdad?

-¿Qué cosa? –inquirió Helena.

-Acercarse a mí, para así acercarse a ti. Así pudo verte la cara y saber algo de ti, como qué auto conduces –ella asintió.

-Igual que ya no tengo el Bentley; pero escucha, cuando Alex fue doble agente para la reina –no había sido exactamente así, pero ya era suficiente- Paula era su secretaria. Yo creo que sabía quién era Alex. Había sido un rebelde comprado, pero rebelde, y ella vigilaba que no la traicionara como finalmente hizo –Pedro se mordió el labio.

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