DÍA CUATRO

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Estando Frank sin fuerzas, dolorido en todo el cuerpo y lleno de angustia, solo podía encontrar un poco de calma recordando a su difunta esposa. Su esperanza era ausente. Unas veces se convencía de que saldría de esa situación en cualquier momento, pero otras veces se dejaba llevar por la desesperación y pensaba que moriría ahí desolado; siendo torturado por un crimen que no había cometido, por una injusticia que no era nada mas que un simple malentendido. Empezó a vomitar sangre por la boca, en coágulos exorbitantes imposibles de controlar. Al percatarse de toda la sangre que lo rodeaba se levantó de un soplo y se dirigió hasta la puerta de entrada. «sáquenme de aquí» «malditos locos» —gritaba Frank con demasiada frustración a la vez que golpeaba fuertemente la puerta de madera. Siguió golpeándola mas tiempo hasta que los nudillos se le pusieron colorados y se cansó. Se dejó caer al suelo cual hoja sensible de un árbol.
Afuera, Erick avivaba la fogata que hubo hecho para quemar la ropa de su madre. Ya casi oscurecía y la recordaba con mucho ahínco, como si no hubiera pasado un solo minuto después de su muerte. No soportaba el dolor que poco a poquito lo estaba carcomiendo por dentro. Tenía un gran nudo en la garganta y muchas ganas de desahogarse de revelarse contra el mundo, o contra quien fuera. Recordó que tenía encerrado en un cuarto al culpable, o al menos así era para él, que lo aseguraba con plena convicción.
—¡anda levántate! —decía Erick— ¡pedazo de imbécil! eso es lo que eres ¿me entiendes? Un inepto, un bueno para nada, no eres nada en esta vida, eres una completa basura ¿me oyes bien? una basura. Eres algo inservible. Un gusano que se arrastra por el suelo.
Erick levanta a Frank y lo arrincona contra la pared.
—¿por qué me causaste este horrible dolor? —hablaba con voz más calmada—. Se quedó mirándolo cierto rato, como si tratase de hallar respuestas en el iris castaño de sus ojos. ¿Cómo fuiste capaz? ¡No! ¡No! gritaba Erick al mismo tiempo que zarandeaba a Frank. Su voz se volvió mas cálida y sutil.
—tengo muchos recuerdos de mi madre, siempre ha estado junto a mí, desde que me vio crecer hasta que me hice adulto; aun así, me seguía viendo como su bebe, como su consentido. Ella siempre estaba sonriente, siempre tan simpática y divertida. Erick empezó a gimotear sobre el pecho de Frank hasta que finalmente soltó un llanto que lo venía derrumbando. Frank se puso en los zapatos de su torturador, sintiendo una gran lastima por él. Se le ablandó el corazón al oírlo llorar de un modo demasiado lamentable, como si él también compartiera su mismo dolor, como si estuviera en su piel; como buen medico que era dejó que se desahogara, que dejara salir toda la tristeza reprimida por dentro. Le dio suaves masajes en la espalda mientras era sostenido fuertemente e incluso le dijo al oído palabras de aliento. Después de que cesó de llorar Erick se sentía extraño, sin comprender por qué había terminado en los brazos del asesino de su madre dejándose consolar y mimar como a un niño.
—¡ya suéltame! ¿qué te sucede? —dijo Erick sobresaltado
Se fue caminando despacio hacia la puerta, arrastrado por el desespero y la realidad, por la confusión que se apoderaba de él y por el afán de encontrar claridad.
Fue hasta su sillón y se postró, contempló la vista hacia los cerros con la mirada divagante, intentaba poner la mente en blanco, olvidarse hasta de la mas mínima cosa que rondara en su pensamiento y fue precisamente lo que logró alcanzar. Un estado pleno de calma y serenidad. Encontró abundante paz en su interior y por fin empezó a recobrar el aliento. Se sentía mas seguro y con mas autoridad. Como si hubiera adquirido una potestad sinigual. Se levanto del sillón y prendió un cigarrillo, entonces pensó «esto no puede quedarse así» fumó del cigarrillo, inhalo profundamente, sacudió las cenizas junto a la ventana y se marchó al cuarto de atrás.
¡Frank! ¡Frank! —exclamaba Erick— ¡puerco detestable! ¿Por que mejor no te pones de pie? Frank dio un áspero grito al sentir en la nuca el fuerte quemón que le había provocado Erick con el cigarrillo.
—eres un infeliz —dijo Frank
—¡ah! ¡vaya! —pronunció Erick— ¿Qué soy un infeliz? Ahora resulta que yo soy el malo, el que carga la culpa de un asesinato ¿no es verdad? Porque seguro tu eres una santa paloma, que no mata ni una sola mosca. Voy a dejarte bien claro quien es el infeliz. Erick de nuevo quemó a Frank con el cigarrillo , pero esta vez lo presionó en su rostro. Le causó tanto resquemor que se lleno de una ira incontrolable y se enfrentó contra Erick. Los dos entraron en un desafío de poder, pese a que Frank estaba en desventaja, luchaba con todo lo que le quedaba de fuerzas para mantenerse vivo.







 



10 DÍAS DE TORTURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora