Capítulo L

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«Indira, Indira, Indira». Su nombre resuena en su cabeza.

De a poco sus ojos abren, las armas de los Penitentes están congeladas a escasos centímetros de ellas.

El dolor no quiere retirarse de su cuerpo, no obstante, ya puede moverse. Traga hondo soltando a continuación un suspiro. Escucha los pasos de sus compañeros a su alrededor. Sonríe al ver que ellos aún están bien.

Con cuidado, arrastra su cuerpo por el cemento del pasillo del laberinto pasando por debajo de los penitentes que al parecer fueron apagados en masa. Al estar fuera de aquel círculo de la muerte, logra erguirse hasta quedar sentada en el suelo. Fija su mirada a sus compañeros, Frypan, Jung, Minho, Winston... sobretodo Newt aún están con vida. Un nudo de emoción se presenta en su garganta junto a una leve presión en su mandíbula. Sus ojos se cristalizan y sin pudor alguno, comienza a llorar.

Unas manos se posicionaron en sus hombros presionándolos con precaución. Newt la observa con el ceño fruncido, dejando entrever su preocupación en sus ojos cristalizados.

—¿Estás loca? ¿P-por qué hiciste eso? Lanzarte a los penitentes como carnada...

—L-lo siento, si no lo hacía... iba a reventar mi cabeza en el cemento por el maldito dolor... —susurra con un nudo en su garganta, su voz se quiebra al pronunciar las palabras—. P-pero si me entregaba a los Creadores, por lo menos podría estar un tiempo más con vida y los salvaba a ustedes.

—Ahora larcho, perdónala como ella lo hizo contigo cuando intentaste suicidarte, aunque tú digas que haya sido otra cosa. Después se besan, parece que Thomas logró desactivar el laberinto.

Solo bastó unos segundos para que las extremidades mecánicas de los penitentes se retrajeran dentro de su piel viscosa. Indira se levanta del suelo casi sin fuerza. Sus brazos tiene algunas heridas poco profundas y parte de su ropa está hecha jirones debido a las puntas metálicas de los penitentes. Observa alrededor, el grupo de habitantes se redujo considerablemente. Todos en el mismo estado que ella: agotados.

—Debemos irnos, Thomas nos debe estar esperando. No se detengan, nada nos asegura que estos garlopos puedan conectarse nuevamente —ordena Minho recobrando el aliento.

Hace una seña con su mano dando la orden para ponerse en marcha. El grupo corre intentando mantener el paso y no desconcentrarse con algunos cuerpos de los habitantes que yacen en el cemento frío del laberinto.

Indira observa, no comenta nada, intenta demostrar que está bien, pero el nudo de su garganta la está torturando por dentro, al igual que su mandíbula tensa por la pena y la rabia por todo lo sucedido. Un par de lágrimas lograron escapar de sus ojos. Con un movimiento rápido las retira con los restos que quedan de las mangas de su suéter. Fue en ese momento en que un rostro se presentó en su mente como un recuerdo fugaz. Chuck, necesitaba saber cómo estaba el pequeño integrante del área. ¿Habrá sobrevivido? ¿Los penitentes lo habrán alcanzado? Él era como su hermano, desconoce si tuvo uno antes de ingresar al área por error, pero el pequeño Chuck tomó ese papel y su necesidad por protegerlo aparece de manera involuntaria.

El laberinto parece desolador. Los penitentes están esparcidos por las zonas, ninguno muerto, todos apagados. A sus costados algunos charcos de sangres decoran el cemento junto a sus cuerpos correspondientes. Varios habitantes intentan desviar la mirada para concentrarlas en un solo punto, pero era imposible. Sus ojos automáticamente buscan algún otro sobreviviente, alguna señal de los cuerpos yacidos en el suelo, pero todo fue en vano. Sus compañeros definitivamente habían perdido la vida en esta ardua batalla por la libertad.

Error in the Maze | Newt | Ac. LentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora