Capítulo 2

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Creo que en realidad mi verdadera pesadilla empezaba justo en aquel momento, ya que, mis propios padres me estaban condenando a pasar toda mi vida en un internado, ni siquiera en un hogar de adopción sino que un internado, donde nadie es nadie, y realmente tu vida se vuelve un desastre. Allí ni siquiera te daban la oportunidad de ser integrado a una familia, aunque si esta decisión fue tomada por mis padres, creo que no me sorprendía.

Esa es mi historia, esas son mis geniales anecdotas, aquellas que no son agradable recordar, yo nunca fui muy buena para el sarcasmo, pero debido a que muchos dicen que la gente vive para ser feliz, ¡Ja!, me encantaba ser sarcástica. Si tan solo hubiese sabido que llegaría a este mundo para que me trataran así, para eso mejor habría rezado para que mi madre hubiese cerrado las piernas. No tenía a nadie, mis padres no me querían, jamás me llevaron a ver a mis abuelos, y ni siquiera sabía si tengo primos o no. Simplemente condenada a ser nadie para todos, y todo por su culpa.

Pase casi doce años de mi vida en un internado, donde siempre es la misma rutina, desayuno a las 7:00, clases desde las 8:00 hasta las 15:00, almuerzos a las 15:30, y el resto del día, clases y más clases, bueno, hasta la hora de la cena que es a las 22:00.

Todos los días era lo mismo, pero creo que era mejor eso a vivir con padres que no te querían, y si te querían, era verte muerta o postrada en una cama. Lo único bueno era que tenía el apoyo de los profesores del internado, ya que era muy aplicada e inteligente, una excelente alumna y la primera en mi clase, solo eran las felicitaciones de todos los días las que me daban razones para no querer suicidarme, además creo firmemente en una cosa. El ser humano debe morir a través de la vejez no por enfermedades ni accidentes o el suicidio en concreto, incluso si tu vida fuese un desastre como la mía, por más cansada que estuviera jamás recurriría al suicidio.

Mis compañeros de clases eran unos idiotas, unos estúpidos preocupados de sexo, mujeres y alcohol y salir para las fiestas. Muy machotes, pero en realidad, lo de hombres lo llevaban solo en lo físico. Esa estúpida definición de género masculino, la palabra "Hombre", el rechazo al escucharla era inevitable, siempre los encontraba repugnantes de sólo recordar a los únicos hombres que tuve en mi vida. Eran un desperdicio de masa en este universo y lo peor era que muchas mujeres caían en las estúpideces de estos idiotas, que lo único que provocaba es que ellas mismas sufran.

Cada vez que veía a mis compañeros no les dirigía la palabra, los encontraba siempre lejos de ser personas con las que podría relacionarme. Digamos que simplemente aprendí que los hombres son muy buenos engañando, porque si lo hizo un pequeño desgraciado hasta los once años, lo podría hacer cualquiera, así que era mejor prevenir.

El hecho de no hablarles era normal porque todos sabían que yo era muy callada y la más misteriosa quizás, debido a que nadie me hablaba y yo no le hablaba a nadie, a los 17 años decidí por fin librarme de todo y de todos, y hablé con el director para que me dejara marcharme con honores mucho antes de que me graduara y poco después de cumplir los 18, para ser precisa realizaría el 12º grado fuera de esa prisión. Así podía comenzar a estudiar mi último año de secundaria en un instituto gracias al certificado que sólo el director podía darme, para estudiar y para viajar, ya que él es mi tutor legal. Sabía que no podría decir que no, gracias a mis buenas notas y a que ya estaba capacitada mentalmente para vivir en el mundo exterior. Después de todo estaba en ese internado porque mis padres convencieron a todo el mundo de que yo tenía problemas psicológicos.

Fue entonces que me fui, no me despedí de nadie porque sabía que nadie iba a extrañarme, ni los profesores, me largué sin esperar a que alguien estuviera esperándome afuera, porque no sería así, iría en busca del mejor instituto y de un futuro para mí, eso era todo lo que yo quería.

Mi vida se dio de esta manera y nada podía hacer, lo único que sabía en ese momento es que tendría que empezar sola, porque de todos modos allá afuera las cosas no serían del todo tan fáciles como lo había pensado. ¿Amor?, ¿Cariño?, esas cosas no existían en mi mente, no crecí con ellas y estaba segura de que ya no las necesitaba, a nadie le escuché alguna vez decirme "Te Amo", o "Te Quiero", por eso no quería escucharlo ahora.

Había que empezar por algo en esta ciudad. California, era uno de los lugares perfectos para comenzar de nuevo, no había jurisdicción y nadie iría a buscarme allá. Más que apartado era tranquilo y el destino que tenía mi vuelo era precisamente ese.

Iba sentada, sola como de costumbre y de pronto se acerca a mí la azafata que estaba a cargo de mi pasillo y me dice –¿Necesitas algo?– miré un poco exaltada y le dije –No gracias estoy bien–, ella marchó dejando su amable sonrisa. Trataba de no llamar mucho la atención para evitar toparme con mucha de la gente que iba a bordo. Sin embargo tenía impregnada la euforia de pisar una nueva ciudad y de tomar una mejor vida.

Realizaría los trámites para quitarme ese asqueroso apellido, dirigiéndome a un abogado que uno de mis maestros me había sugerido. Lo busqué precisamente para eso, para que me aconsejara que hacer y cómo tenía que hacerlo. Su oficina era bastante amplia, más bien el edificio era bastante grande y amplio. Lo bueno es que solo esperé un par de minutos y ya luego me pudo atender. Lo primero que dije fue –Buenos días Sr. McCall– y el amablemente me respondió –Buenos días Srta Andersson, recuérdeme ¿En qué puedo ayudarle?–, tomé asiento y dije –Bueno es que usted me aseguró que podía ayudarme a cambiar mi apellido–, él asintió con la cabeza y frunció el ceño diciendo –¿No te gusta tu apellido?– a lo que respondí –No me gustan las personas que me lo dieron–, sus ojos de desviaron de la computadora para decir –Comprendo–.

El buscaba en los datos del Estado mi nombre y de la nada un poco extrañado dijo –¿Estás segura de que tu nombre es Annie Andersson?–, yo igualmente extrañada respondí –Claro, ¿Por qué?–. Giró la pantalla para que pudiese ver lo que quería mostrarme y explicó –Solo hay registrada una Annie en el Estado y su apellido es otro. Es muy probable que te hayan mentido con respecto a tu apellido–, eso ya no me sorprendía pero me pregunta era otra –¿Qué apellido es?–, el abogado respondió –Ruster–. Entonces no era la primera vez que me cambiaba de apellido, pero aún así no iba a quedarme con uno que no conocía, estaba totalmente confundida y fue por eso que aclaré –Puede que me hayan mentido pero aún así no tengo idea de por qué tengo ese apellido, tampoco quiero saberlo, solo no quiero conservarlo– él abogado me miró y dijo –Muy bien, y ¿Cómo te quieres llamar?– a lo que respondí –Meyers, Annie Meyers–.

El papeleo ya estaba hecho, la autorización de mi tutor también, a mí no me importaba haber estado engañada toda mi vida porque eso ya lo sabía, lo que si importaba es que con el otro apellido supuestamente legítimo pude cobrar mucho dinero que al parecer estaban en la cuenta de ese apellido. Un denominado Seguro de vida, según el abogado. Era dinero suficiente para pagar todo un año en cualquier instituto de la ciudad y muchas cosas más pero no quería gastarlo. Primero debía buscar un trabajo.

Conseguí uno en un supermercado, yo debía ordenar las estanterías de vez en cuando o hacer de cajera. Solo pude trabajar 3 meses antes de que el siguiente año empezara. Sabía que en un principio me negué completamente a utilizar el dinero del seguro de vida pero lo necesitaba, con lo que ganaba en mi trabajo no me alcanzaría así que no tenía otra opción. Con ese dinero arrende una casa muy bonita y más o menos grande ubicada en un buen barrio y también aproveché de realizar los trámites correspondientes para buscar un buen instituto, el más cercano a la casa en donde viviría, era el mejor de todo el sector, así que pagué lo que debía pagar y me matriculé por fin.

De vuelta me di cuenta de que cerca de casa había una cafetería en la calle de al frente, antes de entrar a mi vecindario, así que decidí pasar ahí antes de irme a casa. Al salir, no me percaté de que, justo frente a mí había una señora de alrededor 60 años de edad, iba tan distraída que sin querer choqué con ella quien solo buscaba cruzar la calle, me disculpé y dije –Lo siento mucho señora disculpe–, y ella respondió amablemente –No te preocupes Annie–.

Welcome to my World [EN CORRECCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora