Capitulo 4

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Estaba haciéndome la idea de que solo me quedaban dos meses para entrar a la escuela y cumplir mi último año escolar, por eso ya no me dormía tan tarde para poder acostumbrarme a mi próxima jornada habitual. Ya no necesitaba la compañía de nadie porque Nana se quedó conmigo.

Su verdadero nombre era Marta Harris, me impresionaba la facilidad que teníamos para convivir, se nos hacía todo más fácil y nuestra vida se volvió de la misma forma. Ella se quedó conmigo porque sé que en el fondo éramos iguales, rechazadas por nuestra propia familia y esta era la única oportunidad que teníamos para poder ser felices. No podía quejarme de nada porque en el fondo no hacía nada que me molestara y cada vez que llegaba del trabajo ella me recibía con mi pedido de todos los días. Era ella quien iba a la cafetería y lo traía porque no le gustaba estar todo el día en casa y la entendía.

Ya había trabajado lo suficiente, había reunido dinero más que necesario para el resto del año, así que ya la última semana renuncié y me dediqué a terminar de organizarme, ahora comenzaba la cuenta regresiva. De hecho fue en un abrir y cerrar de ojos que llegó el lunes y ya tenía mi primer día en mi último año. Nana me decía –La escuela es mucho más que un segundo hogar, solo ten cuidado con la gente que quieras cerca tuyo–, yo no tenía idea a que se refería por eso le pregunté de inmediato –¿A qué te refieres?– y ella respondió –A que es tu último año y puedo asegurarte que marcará tu vida. Conocerás gente muy linda–, yo le sonreí me despedí y me marché en dirección al instituto.

No iba tan desorientada porque los últimos días ya me había encargado de saber cual sería mi primera clase y en que salón sería, el número de mi contraseña para mi casillero y sobre todo mis maestros y asignaturas. Todo estaba en orden, me impresionaba la cantidad de alumnos que asistían el primer día, nada especial. En la entrada los típicos jugadores de fútbol reunidos con las chicas más lindas tal vez, pero de seguro las menos señoritas para sus cosas. Una rubia de ese grupo clavó su mirada en mí, como si realmente tuviera el rostro pintado o algo parecido. Por otro sector los cerebritos acosando de inmediato a los maestros más antiguos y no faltaban los más guapos a mi parecer. Guapos, no llamaban la atención y eran sinceros hasta con la mirada. El único tipo de hombre que a mi parecer salvaría un poco a su especie.

Entré al salón junto a la tropa de idiotas que me rodeaban y me senté en el último puesto sola, lo bueno es que los bancos eran para una sola persona. Ya estaba ansiosa y curiosa por saber a lo que me enfrentaría día a día. Observé a cada uno de los que entraba para reconocerlos a todos, aunque, no era nada nuevo, un grupito de provocadoras con faldas de niñas de cinco años junto a los brabucones del fútbol, lo único bueno era que podíamos asistir sin uniformes ni nada de eso, por eso las señoritas que tenía de compañeras venían como ellas querían. Nada comparado con el internado en el que estuve, estaba acostumbrada al uniforme.

Me estaba aburriendo esperando que todos los irrespetuosos dejaran a la maestra presentarse y hablar, explicó lo que los nuevos necesitábamos saber después de casi media hora esperando. Su nombre era Lorraine Pearce y era reconocida en la escuela por ser una de los mejores maestros de Literatura. Se fijó en mi desde que entré al salón y desde que se percató de que no era como los demás y no me adaptaba con facilidad. Ella cerró la puerta dispuesta a no dejar pasar a nadie más y cuando pensaba que nadie llegaría a esa hora, la puerta se abre fuerte y bruscamente.

Por ella entra un chico, de pelo negro un poco largo pero peinado y la profesora resaltada le dice –Señor Ruster, que significa esta hora de llegada, la clase empezó hace media hora, usted jamás llega tarde a clases–. Algo me causó curiosidad y no sabía lo que era mientras el chico un poco alterado y cansado le dice –Perdóneme maestra, es que el tráfico nos ha pillado a mi madre y a mí– y la maestra un poco tranquila le dice –Solo esta vez Michael pasa y siéntate–, el chico obedeció y se sentó en el único asiento disponible, aunque mientras caminaba algo me hizo click en mi cabeza y recordé su peculiar apellido "Ruster". Las palabras de mi abogado vinieron a mi cabeza –Solo hay una Annie registrada en este estado–, pues esa Annie era de apellido Ruster, no le di mayor importancia porque no creía en las conexiones mágicas que surgen espontáneamente, además muchos debían tener ese apellido en este Estado.

Mientras Michael Ruster caminaba saludó a todos sus amigos y a las chicas ni las miró, pero todas lo miraban a él. Entonces supe que era el típico estúpido machista y mujeriego, lo sabía porque en el internado sobraban de esos. El chico siguió caminando hacia el banco que estaba desocupado, estaba justo al lado mío. Cuando él mira al frente y me ve sentada al lado de su puesto me miró a los ojos y no sé porque hice lo mismo. Sus ojos color verde con una mezcla de azul océano resplandecían por el color de su pelo, no puedo negar que la camiseta que llevaba le marcaba un buen físico al muy engreído, sin embargo mis ojos lo miraron con desprecio. Si quería hacer una pregunta era el momento pero por alguna razón calló y no dijo nada hasta el final.

Al terminar la clase se acercó a mí y dijo –Eres nueva ¿Verdad?–, reaccioné extrañada a decir –Si, ¿Por qué?– a lo que respondió en tono sarcástico –Porque nadie de aquí se atrevería a sentarse en mi asiento–, concedió una pequeña sonrisa y apuntó con sus ojos al banco que estaba detrás de mí. Inesperadamente me coloqué muy nerviosa de lo mucho que se había acercado sin existir ninguna confianza, quería golpearlo pero dio un paso atrás y sin darme tiempo de responder se marchó. No me percaté de si alguien había visto ese estúpido momento pero no me preocupaba eso precisamente, más bien la forma en la que ese chico me encaró.

Welcome to my World [EN CORRECCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora