Algo muy bueno había tenido que hacer últimamente – pensó- para que el destino, hubiera querido volver a ponerle a Eva en bandeja.
Maret, Maret, debía acostumbrarse a su nuevo nombre o quedaría al descubierto y por los dioses, que iba a disfrutar de su premio.
De una manera u otra completaría todo su entrenamiento, incluidas las dos últimas lecciones que se había cohibido de enseñarla.
Subidos todos en el carruaje, su madre intentaba llevar una conversación con la nueva integrante de la familia, la cual respondía a sus preguntas, sin mucho entusiasmo.
Sobre todo porque sentada enfrente de madre e hijo, intentaba observar a su ''marido'' ''esposo'', que raro se le hacia esa familiaridad, sobre todo porque él ni siquiera la había sonreído una vez.
No era un hombre, por supuesto que no lo era, ¿Cómo pensaba que podría casarse con uno? ¿Entonces era real que prefería hombres? ¿O acaso había encargado una esposa hombruna para que así le resultara más cómodo?
Desde luego, no parecía tener ademanes femeninos, como algunos de los grandes modistos que se veían en los salones, que movían las manos exageradamente, se ponían polvos de arroz y olían como mujeres.
Vestía un traje de hombre...hombre, que le hacía parecer inmensamente alto, tenía el cabello negro, así como sus cejas y pestañas, bueno las pestañas si eran largas, quizás inusuales para un hombre, pero no femeninas, parecían concederle bravura a su mirada.
Nariz recta, mandíbula cuadrada y una pequeñísima cicatriz en un pómulo, no llegaba al centímetro.
No podía saber porque le resultaba tan familiar, aunque no recordaba conocer a nadie con bigote.
Sus hombros eran anchos, sin duda se ejercitaba, ya que no tenía ni pizca de barriga y sus manos.
Esas manos grandes, de dedos bien torneados.
Cerró los ojos y recordó unas manos parecidas, acariciándola, recorriendo su piel, y la temperatura de su cuerpo subió varios grados.
Eligió la ventana contraria a la que observaba su marido, para concentrarse en el paisaje y olvidar al hombre que posiblemente marcaría el resto de su vida, cada vez que se mirara desnuda en un espejo.
Llegaron a la mansión familiar, el ayudo a bajar a su madre, pero no hizo esfuerzo alguno por hacer lo mismo con ella.
La servidumbre de la casa, esperaba en las escaleras, para hacer una rápida presentación y después cada cual voló a sus obligaciones.
Los tres pasaron al salón.
*-Thomas por favor, ponnos un jerez, aún queda para la cena y os dará la energía suficiente como para recorrer la casa.
Hice los arreglos que me parecieron más oportunos, así como había que habilitar la casa de soltero de Thomas, para que fuera acta para la vida marital, me decidí reformarla a mi propia conveniencia y dejaros está a vosotros, tiene más espacio para cuando lleguen los niños, si deseas hacer algún cambio, eres libre de hacerlo, por supuesto que te recomiendo consultarlo con tu esposo ya que será quien ponga el dinero y porque muchas de la salas están renovadas de hace un año.
La mujer agarro la copa de jerez que un congelado Thomas la ofrecía, se la bebió de un trago, echando la cabeza para atrás y se dirigió a la puerta.
*-Voy a descansar un rato y a cambiarme de ropa para la cena, por favor, guía a tu esposa en un recorrido por la casa para que la conozca y pueda moverse sin perderse.
Abrió las puertas correderas, salió y las volvió a cerrar dejándolos solos.
Se quedaron allí mirándose uno a otro, sin tabla a la que agarrarse.
*-Si me acompaña.
Esa voz la fustigo. Por un instante otra persona se la vino a la cabeza. Se puso de pie y salió tras él. Sacudió la cabeza, no eran iguales solo se parecían.
Una tras otra. La fue abriendo las puertas de la mansión, indicándola sin mucho brío, que era o para que estaban destinadas las habitaciones y cuales acababan de ser reformadas, hasta dejarla en su habitación.
*-La cena será en media hora.
Ella asintió y entro cerrando la puerta. Dentro la esperaba Rose, una joven doncella que ya había acomodado sus pertenencias en los armarios y cómodas. Afortunadamente Rose, era una parlanchina que no la dio mucho tiempo para pensar.