C A P Í T U L O 26

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Y en las sábanas de mi cama aún perduraba el olor a lavanda. El día de mi cumpleaños número 18 me desperté con ese olor en mi habitación y no sabía si era una broma del destino o una señal del mismo. Tal vez fuera lo primero.

La casa estaba completamente vacía, justamente así me sentí durante varios minutos mientras miraba fijamente por la ventana de mi habitación. Entonces me levanté de la cama, me duché, me vestí, salí de mi habitación y caminé hasta la sala, encendí la radio, miré mi celular fijamente, caminé hasta el patio, miré las calles vacías, me di cuenta de que era más temprano de lo que pensaba.

Salí de la casa cuando apenas iban a marcar las 7:00 de la mañana, caminé hasta el puesto de la esquina, donde una señora vendía tamales y atole, en mi opinión los mejores de la ciudad. Pedí dos tamales de chile verde con queso y un vaso de atole sabor chocolate, ese mismo que me recordaba tanto a Ma' Chuy. La señora me regaló una sonrisa sincera, no era la primera vez que nos mirábamos. Después seguí mi camino hasta el parque más cercano del instituto, me senté en la primera banca que vi y comí mi desayuno.

La actividad en las personas estaba empezando, algunas empezaban aparecer en las calles, unas con demasiado sueño como para caminar del todo bien, otras con tanta prisa que casi derramaban el café que llevaban en las manos. Las madres empezaban a salir de las casas con los niños, para llevarlos al colegio. Entonces miré que iba pasando una mujer con un niño en brazos, llevaba la mochila en el hombro izquierdo y su bolso en el hombro derecho, el niño iba comiendo un pan mientras se quejaba, era claro que no quería ir a la escuela. No pude evitar recordar a mi madre, aún puedo verme a mí y a ella de la misma manera, ella tratando de despertarme, después a ella luchando conmigo para que caminara más rápido. Todo parecía un sueño, los recuerdos ya no eran tan nítidos y me odiaba por eso.

Porque aún necesitaba de mi madre, siempre necesitaría de ella.

♪♪♪▶♪♪♪

—Feliz cumpleaños, cumpleaños feliz –la voz desafinada de Franco me tomó por sorpresa—. Oh mi nene Darien ya es mayor de edad, ahora podrás comprarnos cervezas legalmente, oh, tengo la dicha de tener un amigo mayor de edad.

—Eres un payaso, pero gracias –cerré la taquilla y volteé a verlos, Franco realmente parecía feliz y Mauro también.

Antes de darme cuenta Franco me tenía apresado entre sus brazos, él realmente se tomaba enserio la felicitación. Entonces sentí cuando Mauro se unió a nuestro abrazo, comenzamos a saltar como locos, habíamos hecho un círculo y no parábamos de dar vueltas, comenzamos a gritar los tres juntos, ya podía sentir las miradas de todos puestas en nosotros. Esto era como una tradición, una tradición que había perdurado años. Hacíamos un círculo, gritábamos dando saltos sin parar y al final el cumpleañero daba un grito de guerra, porque al final eso era lo que hacíamos cada año, luchar.

Nos separamos después de un rato, Mau y Fran me miraban expectantes esperando mi grito de guerra. Al final lo di y creo que de los gritos de todos los años, este había sido el más desgarrador.

—Genial –dijo Franco dándome una palmada en el hombro.

—Feliz cumpleaños we –Mauro me felicitó.

Mauro estaba dándome un pequeño abrazo cuando escuche la puerta de la taquilla abriéndose, era la taquilla de al lado, la de Brissa claro.

—Tendremos que festejar este fin de semana –Fran habló seriamente, apenas iba a protestar cuando hablo—. Sin peros.

Noches sin Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora