C A P Í T U L O 39

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Los primeros rayos de sol me anunciaron que ya era de día. La piel cálida de Brissa aún estaba a mi lado, ella aún llevaba la ropa puesta pero el calor de su cuerpo traspasaba cualquier ropa que tuviera puesta.

Observé su rostro tranquilo, sus facciones estaban llenas de pura calma. Si realmente no fuera por los restos de maquillaje en su cara, yo podría jurar que ella no había llorado hace apenas unas horas. Acaricié su mejilla con mis dedos. Ella era completamente hermosa, era prácticamente un ángel. Era puramente bella. Aún no me entraba en la cabeza como es que puede haber personas tan crueles como hacerle daño a alguien como ella. Brissa había caído tan profundo que dentro de su mente todo lo que vivía parecía ser normal. Ella hizo que todo fuera normal, aunque no fuera así.

—Hola –murmuro abriendo los ojos poco a poco.

—Hola –respondí con una sonrisa en mi rostro.

Nunca había podido verla al amanecer, para estas horas ella ya no estaba junto a mi. Brissa siempre huía antes de que el sol saliera, está ocasión fue diferente y la aprovecharía.

—Me quedé dormida –dijo con voz calma. Talló sus ojos con las palmas de sus manos.

Asentí en modo de respuesta. Había esparcido todo el rimen alrededor de sus ojos, parecía un mapache, pero un mapache lindo.

—¿Estás mejor? –pregunte dejando viajar mi mano de nuevo hasta su rostro, acomode un mechón rebelde pegado en su mejilla.

—Un poco –volvió la mirada hacia mi rostro e hizo una mueca. —Me duele muchísimo la cabeza.

—Iré por una pastilla –hice ademán de levantarme. Ella me tomo del hombro.

—Espera, sólo..., quedate un rato más conmigo –sus ojos transmitían angustia.

Me tumbe de nuevo en la cama, tome su mano entre las mías y jugué con sus dedos, Brissa se hizo un hueco entre mi cuerpo, se recostó entre mi pecho y mi brazo. No hablamos, sólo desconectamos nuestras mentes y nos dejamos llevar por calidez mañanera del Sol. Con aún su mano entre las mías, cerré los ojos por unos minutos.

—Debería irme –hablo Brissa después de unos largos minutos más.

—Aún es muy temprano –respondí sin abrir los ojos.

—Ni siquiera debí de este aquí para el amanecer Darien –contesto con voz apagada.

—Yo lo sé.

—Entonces debería irme, tampoco te quiero causar problemas con tu padre –dijo con miedo.

—Por mi padre no te preocupes, yo sabré arreglarmelas.

La tome de la mano antes de que se levantará por completo de la cama.

—Podemos pasar el día juntos, hoy no tendremos clases –sugerí con cierta esperanza de que aceptara.

—No lo sé, tengo que ir a casa.

La solté cuando respondió, tenía razón, ella tenía que ir a casa para que ese hombre no se enojara con ella, lo que menos quería es que le hiciera daño.

—Esta...

—Aunque creo que él no estará en casa el día hoy, ayer me mencionó que iría a nuestro pueblo de origen –Brissa me interrumpió antes de que terminara de hablar.

—Eso es genial, entonces podrás quedarte e iremos a ver a mi abue, ¿qué te parece? –hable con cierto entusiasmo, quería que mi abue por fin la conociera.

—¿Tu abuela? –asentí con una sonrisa. —Pero es que no..., digo, mira mi ropa está hecha un desastre.

—Oh cierto –hice una mueca. Pensé por algunos segundos y recordé la ropa que aún tenía de mi madre en algunas cajas. —Creo que tengo ropa, si..., estoy seguro de que te quedará.

Noches sin Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora