C A P Í T U L O 36

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Tenía más de 20 minutos buscando a Brissa, ella había salido corriendo del colegio, sin importarle que aún tuviéramos clases. Había buscado por algunos lugares vecinos al Instituto. Había sacado mi celular para llamarle con la esperanza de que una vez en su vida contestara a la primera. Apenas estaba marcando el número cuando la vi caminando cabizbaja. Se había amarrado el cabello en una coleta alta. A pesar de hacer frío Brissa llevaba la chaqueta amarrada en la cadera. Llevaba una blusa de manga la larga así que tal vez no tuviera tanto frío como yo pensaba. Corrí para llegar a su lado pero antes de unos pasos más pronuncié su nombre.

Para ella el haber dicho su nombre fue como encender un interruptor, ya que automáticamente camino más rápido, aún así, seguí detrás de Brissa.

—Brissa espera –dije con voz agitada por haber corrido tanto.

Brissa fingió no escucharme y siguió caminando sin siquiera voltear a verme.

—Vamos. No te enfades conmigo –me paré en la acera y suspire. —Tú viste como ella me besó.

Caminé de nuevo cuando respiré más profundamente, tenía que recuperar el aire que había perdido. El aire que viajaba por las calles de la ciudad era bastante frío, pero aún así el sol no se había escondido entre las nubes. El sol estaba apenas tibio ya que el frío que se colaba con el aire era mucho más fuerte que nada.

Brissa se había detenido frente a una banca plantada en medio de la calle. Sólo estábamos a unos pasos de distancia, de repente Brissa se sentó de golpe en la banca y dejo caer la mochila en el suelo. Tapó su cara con las manos y subió los pies a la banca de metal. Di los pasos que faltaban para estar juntos. Me senté con cuidado en la banca, tal vez esperando que huyera como un cachorro asustado. Ella siempre trataba de huir.

—¿Qué es lo que pasa? –pregunté dirigiendo mi mirada hacia las pocas personas que pasaban por la calle.

No volteé a verla, pero sabia sin duda que ella estaba escuchándome. Espere unos segundos a que hablará. Pero nada. Al final estaba por hablar cuando ella habló.

—Estoy harta –murmuro.

—¿De qué?.

—De todo, de la vida, de las jodidas personas, estoy harta de no saber que siento por ti, estoy cansada de pensar que tú estarías mucho mejor si yo no me hubiera acercado ese día –la escuché bufar. —Hacia tanto tiempo que no tenía que hacer algo así. Porque seguramente te has quedado alucinado con mi actuación. Yo..., bueno tú, debes de darte cuento de que está estúpida escena se repetirá más veces, lo sé, estoy segura de que habrá más situaciones como ésta. Ya lo he vivido.

Dejé que el silencio se propagara como la niebla de esta mañana. Acomode los anteojos en su lugar y me volteé a verla.

—Te hubiese buscado de todos modos, el destino se encargaría de ello –murmure respondiendo a sus palabras.

No supe si escuchó, ya que no contestó. La miré aun con la cabeza entre sus pies.

—Entonces, ¿no estás enojada por qué ella me haya besado? –la miré quitar sus manos del rostro y verme con incredulidad.

—Oh, si..., claro que sí, estoy muy enojada porque le diste entrada para que ella creyera que con eso ibas a caer a sus pies. Estoy muy enojada –sus ojos permanecían entrecerrados, su ceño estaba fruncido al igual que sus labios. Había dirigido un dedo hacia mi hombro, me picaba como si fuera un extraño animal al que miraba por primera vez.

—Lo siento –no negué nada por el simple hecho de que ella tenía razón.

Yo no lo detuve cuando debía de hacerlo.

Brissa no respondió y yo no volví a hablar por un buen rato. Unos segundos después ella bajo los pies de la banca y simplemente recargo su espalda contra el respaldo. Miro hacia el frente y yo hice lo mismo. Me concentré en el enorme árbol que estaba en la calle contraria, había echado raíces a pesar del concreto que había en el suelo. Los pajarillos se arremolinaban en las ramas mientras cantaban mirando al cielo. Me había dado cuenta de que ese curioso pajarillo que cantaba era un Cenzontle, un pájaro de 400 voces. Era curiosa la manera en la que podía imitar a cualquier otro pájaro. Él cantaba en un idioma y después cantaba en otro, de alguna manera esperando que alguien le contestara, que alguien le entendiera.

—Tal vez deberíamos de terminar esto, sea lo que sea esto –el murmullo de Brissa llegó a mi como un fuerte golpe mental.

La miré de inmediato, pero ella tenía la mirada fija hacia el frente, quería ver sus ojos, quería esa conexión que de repente teníamos. Pero ella rehuía cobardemente.

—¿Cómo terminas algo que no ha empezado? –susurré.

—Como si lo hubiese hecho.

—Te he pedido perdón, no sigas enfadada por ello. Yo..., no quiero que esto terminé –hice una pausa. —Estoy enamorado de ti y eso no lo podrás cambiar, no podrás acabar con eso..., ¿por qué quieres que esto termine?.

La última pregunta hizo que volteara a verme, sus ojos azul verdosos estaban opacos. Ella fingía mirarme, pero lo cierto es que ella no me estaba mirando, Brissa se había sumergido en su mente.

—Porque no quiero jugar más al amor. Porque quiero evitar caer tan fuerte, como para no volver a levantarme, porque te quiero evitar problemas. Porque quiero evitarte el problema que soy yo –su rostro lucía inexpresivo, era como si a través de los años hubiera mejorado esa máscara que se ponía en situaciones como ésta.

—¿Quién dijo que no quería tener la cabeza llena de problemas? Quien lo haya dicho esta muy equivocado. Yo en lo personal amo los problemas.

—No sabes de lo que hablas –soltó una risita irónica.

Esa risita, en concreto fue el detonador de todo lo que sucedió después.

Brissa tomó la mochila que estaba en el suelo y la colgó en su hombros, se levantó de la banca, ella ya había dado unos pasos para irse cuando la tomé de un brazo y la hice mirarme.

—Tal vez no sepa de qué estoy hablando, pero sé quien eres tú, sé todas y cada unas de las palabras que te he dicho, sé que no me importaría nada con tal de estar a tu lado, sé que lucharía por ti, porque tuvieras tu total libertad, sé que daría mi vida si fuera necesario, sé con certeza que ningún problema me valdría como para terminar o deshacer todo el camino que hemos recorrido, todos y cada uno de nuestros momentos. Te has colado en mi corazón como nadie más lo hecho, así que no te atrevas a irte justo ahora, porque yo ya no podría soportarlo. No querría soportarlo.

La había tomado de los hombros, la miraba fijamente a los ojos y no permitía que ella rehuyera la mirada. Quería que fuera consciente de cada una de mis palabras. Me negaba a que ella se fuera. Me negaba a dejarla ir.

—Si yo me fuera, tendrías que hacerlo. No te perdonaría nunca que no lucharás.

—Yo tampoco te perdonaría que no lucharás. No te perdonaría nunca, no lo haría a pesar de quererte tanto.

Los ojos de Brissa se llenaron de lágrimas y los míos hacia ya rato que estaban empapados. Ella trato de zafarse de mis manos. En un punto deje de retenerla y ella se fue. Brissa camino, casi corrió calle abajo, no pude evitar el recordarla cuando la vi hacer lo mismo, sólo que en diferente situación.

Limpie las lágrimas que se habían acumulado en mis pestañas, las limpie mientras el Cenzontle seguía cantando, esperando a que alguien le entendiera, a que alguien le comprendiera.

Noches sin Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora