C A P Í T U L O 38

47 6 0
                                    

El día fue terrible, si, esa es la mejor manera de describir mi día en el Instituto. No se ni siquiera por donde debo de empezar, tal vez deba de empezar por el momento en el que el sol entró por mi ventana, haciendo que todo el peso de la realidad cayera sobre mis hombros.

Cuando llegué al colegio sentí que algunos de los estudiantes estaban prestándome más atención de la que deberían. Tal vez sólo era paranoia o era verdad, no lo sabía a ciencia cierta, ya que no veía a las personas mirándome claramente, si no que más bien sentía las miradas sobre mi. Es algo extraño de explicar.

Entré al Instituto con ese desgano, ya conocido por mi. Busqué con la mirada a Franco o Mauro, a quien fuera. Pero ninguno de los dos estaba a mi vista, caminé exageradamente rápido a mi casillero. La puertecilla metálica continua a la mía, estaba completamente desierta. Brissa no estaba ahí, había ido lo más rápido posible, con la intención de verla.

Durante todo el día me sentí extremadamente sólo, había experimentado una sensación conocida, pero a la vez lejana de mi. Era cierto que en ocasiones yo mismo buscaba estar solo, pero teniendo a Franco y Mauro era casi imposible completar tal acción. No me gustaba como me llegue a sentir.

En algunos recesos pude divisar a Franco entre la multitud, pero él ni siquiera había volteado a verme y cuando entré a la clase que compartíamos los tres. Mauro y Franco estaban en su lugar habitual. Me senté el mio, pero antes tuve la ligera esperanza de que aunque fuera Franco me mirara, me sonriera para que me dijera que todo estaba bien. No fue así, él tenía la mirada fija sobre la mesa. Pero por lo menos Mauro me vio, sonrió cauteloso, tratando de decirme sin palabras que todo estaba bien con él. Le sonreí de vuelta. Él y yo ya nos habíamos comunicado por mensajes, le deje todo en claro y Mauro me creyó, porque no había otra persona más que él que supiera cuando yo mentía, creo que ni siquiera mi padre sabría notar la diferencia, pero Mauro si.

Los dos sabíamos que en esta situación Franco era el que más apoyo necesitaba. Aunque de alguna manera me dolía el que no pensara que yo también necesitaba de alguien a mi lado. Soy un ser humano y como tal, necesito apoyo que decimos no querer, pero al final ansiamos más que nada.

Todo el día fue igual, yo con mi soledad y nada más, tuve mucho tiempo para pensar. No me gustó nada eso, a veces no me gustaba escuchar mis propios pensamientos en primer plano.

A la hora de la comida vi a Brissa en la cafetería, ella siempre se mantuvo al lado de Santiago como si el fuera su perro guardián. En algunas ocasiones pude notar como Santiago me miraba con amargura, tal vez irritación, pero no llegaba al odio. Fue extraño. Al final Brissa me ignoró durante todo el día. No, en realidad todos me ignoraron durante todo el día, tal vez el único que me habló fue Mauro y sólo para invitarme a la fiesta que daría Linda en su casa.

Y bueno, aquí me encontraba en la entrada de una casa que ya conocía, con un vaso lleno de cerveza, completamente solo y usando estas condenadas lentillas en mis ojos. Mi nana me había obligado a ponérmelas, mi padre me había comprado ropa más moderna, me llevé casi un infarto cuando miré ropa que no era mía en el armario, pero después de unos minutos buscando, encontré todas y cada una de mis prendas. Me enojé con él por haber hecho algo así, sin mi consentimiento, de todos modos al final terminé poniéndome una camisa negra a cuadros junto con unos pantalones de mezclilla negra, estaban rotos de las rodillas. Era extraño llevar ropa de esa, por segunda vez. Pero quería impresionar a Brissa.

Era absurdo lo sabía, pero estaba completamente seguro de que ella iría y quería que me viera, que yo le atrajera como ella me atraía a mi. Quería que todo fuera mutuo y no unilateral. Deseaba que todo se arreglara, mis sentimientos no darían vuelta atrás, así que sólo quedaba avanzar.

Noches sin Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora