EPÍLOGO

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LA LUZ la despertó, aunque era suave y baja. Su espalda y si cuello dolían por la falta de una cama real y supo que no iba a poder mover la cabeza con normalidad al menos por un par de días.

    Cerró los ojos y como de costumbre, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Suspiró pesadamente, apoyó su cabeza sobre la pared y miró hacia el techo. Pensó en todo lo que había vivido a lo largo de su vida. Pensó en todo lo que habían vivido a lo largo de sus vidas.

    Su infancia fue fácil y alegre, y la atesoraba en el alma. Su adolescencia fue disfrutada a su debida manera, con algunos malos recuerdos de la conflictiva relación de sus padres, pero buena al fin y al cabo. Fue cuando apareció él —mejor dicho, cuando se topó con él—, que supo lo que era la adrenalina. El vivir cada instante, querer recordarlo para siempre, querer hacerlo eterno y no solo en la memoria sino en el presente vivido. Fue él quién le dio un giro completo a su vida, quien generó el caos mas bello que alguna vez podrá conocer. Por qué el era así: era caos, misterio, peligro; pero si eras lo suficientemente paciente como para poder superar cada una de las barreras que él involuntariamente ponía, te darías cuenta de que también era dulce y compañero.

    Mitch cambió por completo su forma de ver las cosas. Su forma de actuar, su forma de sentir. Gracias a él conoció el amor verdadero —por más cursi que suene—, lo que se siente dar y que el otro te devuelva el doble. También conoció lugares oscuros que jamás querría volver a transitar, pero sea lo que sea lo que se haya tardado, siempre fue él quien la sacó de allí.

Mitch Rapp era arte; Lydia había llegado a esa conclusión. Era único en su especie, inigualable, irrepetible. Su vida tenía un propósito, pero aún así él era subjetivo: algunos lo veían como alguien bueno, otros no tanto. Naturalmente, él se creía la peor persona del planeta, y aunque ella también se haya sentido de esa forma más de una vez, en el fondo sabía que ninguno de los dos lo era. La cuestión es que, si no hubiesen estado el uno para el otro, si no hubiesen sabido curar cada herida que tenían sus almas, no hubiesen salido adelante. Él la necesitaba a ella y ella a él, y así iba a ser por toda la eternidad.

Vivió mucho. Vivió demasiado en tan pocos años, vivió cosas buenas como cosas malas, pero llegando a este punto y mirando hacia atrás, se dio cuenta de que no cambiaría ni una sola cosa. Sólo este final. No podía ser éste el final. Mitch Rapp no podía morir así, en la sala de un hospital por una herida de bala. Todavía tenía mucho posta descubrir y transitar.

    Su cuadro era grave y las esperanzas, bajas. Él había recibido una cantidad increíble de disparos a lo largo de su vida, pero este fue certero y casi mortal. Y lo peor de todo es que fue para salvarla a ella.

    Limpio sus lágrimas con la manga de su camisa y miró a la puerta frente a ella. Allí, dentro de la pequeña y lúgubre habitación, el hombre que amaba con su vida entera luchaba por la suya propia.

    Fueron los días más difíciles de su vida. Lydia no abandonó el hospital ni una sola vez y jamás dejó de estar a su lado. Lloró, gritó, tuvo ataques de pánico, ansiedad, depresión, la sensación de completa desolación, y hasta incluso llego a creer que cuando despertara iba a odiarlo con toda su alma por hacerle pasar por ese infierno; pero cuando volvió a mirar sus ojos color miel, cansados y débiles, o la leve sonrisa que se dibujó en su rostro cuando volvió a verla, o cuando él, sin decir una palabra, estiró la mano para limpiar las lágrimas que caían por su mejilla al verlo vivo y la abrazó sin importarle sus heridas, creyó que estaba viviendo día más feliz de su vida.

I THINK I LOVE HIM,     mitch rapp.   ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora