El sótano

115 2 0
                                    

Soy... bueno, eso no importa. Vivo en una gran casa, es hereditaria de mis abuelos, y mi pareja vive en su propio departamento, o así era. Quiso mudarse aquí, y al principio no me pareció buena idea, ya que gozo de mi privacidad, pero terminó por conseguirme. Llegó por la tarde un viernes, venía del trabajo. Otra razón por la que accedí exactamente en éste día.
Quiso que le dé un reconocimiento de la casa, ya que como dije, es algo grande. Empezamos por arriba.

-Este es el baño de arriba... esta mi habitación...
Fuimos abajo.
-La cocina... otro baño, sala de estar, ah y... nunca entres al sótano.
-Por qué?
La miré fijamente, no tenía por qué dar explicaciones, era mi casa, mis cosas, solo debía obedecer.
-Esta bien... cálmate.
-Gracias...
Ella quería descansar, se despide exigiendo un beso, siempre tan dulce, y yo aprovecho para salir a correr un poco.

Al cabo de una hora vuelvo a la casa, fuí a mi cuarto, y no estaba. Empecé a buscarla por toda la casa, entonces me vino una idea a la mente, el sótano. Me paré justo en frente de la puerta del sótano, imaginando que haría con ella si estaba allí. Entré y la busqué, todo estaba tapado con cortinas y lonas, como lo dejé. Pero sabía que estaba aquí, me movía por el pasillo formado por las ciruetas que creaban las lonas. Hasta que la ví, en el centro, el lugar con más espacio libre, al lado de la gran cama, pero no cualquier cama, una cama con corral, y no precisamente para bebés.
Estaba parada en frente, mirando.
-Querida. Dije en un tono seco, ella se dió vuelta repentinamente, algo sorprendida.
-¿Por qué no me lo dijiste?
No tenía palabras, ni una sola coartada para mí situación.
-Porque creerías que estoy demente.
-¿Esto te gusta a ti?
Dice con un látigo en la mano mostrándomelo.
-Si.
Dije después de un silencio que me tomé para pensar.
-Entonces...
Yo me temía lo peor.
-Ven aquí...
Su respuesta me tomó por sorpresa, me resultó extraño su recibimiento, esperaba que se largara por el miedo. Me acerqué lentamente a ella con una sonrisa y le dije en su oído.
-Yo doy las órdenes chiquita.

Se mordió el labio inferior, un tic suyo cuando está en busca de mis labios. Con una sonrisa la tomé de los muslos y recosté sobre la susodicha cama. La besé y toqué su cuerpo desvistiendola. Fui a la lona más cercana, la quité y de allí se veían diferentes mordazas, sogas, cuerdas, esposas, vendas, en fin. Tomé las esposas y una venda, volví con ella, le coloque las esposas entre el corral de la cama, ya no podría irse.
-Si me excedo... dime.
Ella traga saliva y asiente con la cabeza. Me quito la camiseta.
-Ya viste suficiente.
Le digo antes de ponerle la venda, se sentía su terror, me encantó, la observé así unos instantes, dando vueltas a la cama, gozando de las vistas. Cuando me decidí de no hacerla esperar más. Puse mi rostro sobre su entrepierna, separé las piernas y le dí diferentes besos en aquella zona descubierta. Se retuerce, presiona con fuerza, pero sostengo sus piernas. Quiere más y se lo doy sin que pida.

Lamo su interior cuidadosamente, parece enloquecer y se arquea. Siento como se humedece, parecía estar lista, levanté sus piernas, y sin pedir permiso, porque no me hacía falta, irrumpí sobre ella. Lento y suave, acostumbrandola. Oigo como se le escapa el aire y duplico la apuesta, la embisto con fuerza sosteniendola de las piernas, comienzo a oír sus gemidos, demasiado dulces para mí. Se retorcía más y más mientras yo era más brusco, pero no me dejaba otra opción.

Me detuve y le vuelta, la coloqué en cuatro, apoyada sobre el corral, enredé su pelo en mi mano y reanudé las embestidas atrayendola a mi tirando sus pelos. Gritaba, pero no pedía clemencia, al parecer teníamos gustos mutuos, más bien, complementarios. Empecé a golpear sus nalgas, y aunque tenía el anterior látigo cerca de mi no quise ir tan rápido con ella.

Comenzó a estirar los dedos de los pies y mover los brazos, y entendía que estaba en el borde. Aceleré mi ritmo y fuí menos ruso. Lo conseguí, luego de ello jadeaba y escuché una palabra salir de sus labios "más...". Nunca la había visto así, y me enloquecía, la puse de costado con las piernas extendidas hacia adelante, recostada, dejándome espacio. Le tome de los pechos y me impulsaba con ellos, los apretaba y pellizcaba, besaba su oreja, su cuello mientras la embestía. Al cabo de un rato me apoye con una mano sobre el corral y aumenté la fuerza y reducí la velocidad, con mi otra mano rozaba su clítoris. Parecía que iría a estallar por la manera en la que respiraba y gemía. Y así fue, parecía cansada, agotada, y de todas formas emitió esa palabra, "más...". Y como amo bondadoso...

La solté de la cama, pero le dejé las esposas, le quité la venda y me miró con tanta exitacion que hizo que se me contagiara, me abalanze sobre ella besándola y tocandola, quería provocarla más, me siento sobre la cama y ella sobre mis muslos, pude sentir sus muslos calientes de tantos golpes. Me rodea con los brazos y las muñecas esposadas, por su propia cuenta es agresiva y lenta, yo muerdo, beso y lamo sus pechos, su oreja, el cuello y sus magníficos labios.

No sé ni cuánto había pasado ya.
Ella estaba vendada y atada de manos y piernas sobre la cama y conmigo encima, acompañado del látigo, parecía tener más ganas de ser golpeada que yo de maltratarla.

Azoté sus manos, hombros, pies, glúteos, los pechos, respiraba agitada, con cada golpe se exaltaba más, lo que era lógico, ya que aumentaba la intensidad.

Y ahí estaba yo, con la persona que hasta el día anterior a este coincideraba tierna y dulce. Gozando por los azotes de un látigo.

Rabiando de placer y gimiendo de dolor.


Libro de Sangre.

HumanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora