capitulo 7

158 27 19
                                    

Luego de escribir la carta tenía esa opción de depositarla en el buzón, pero se como son esas cosas, no te dan nada a tiempo y es que la verdad tu casa quedaba a un par de cuadras, así que me pregunté :

»¿Por qué mejor voy y te la entrego yo mismo? «

Un plan perfecto, para una mente perfecta como la mía sin saber que una sorpresa me haría pensarlo dos veces a la hora de ir a entregarte la carta del día siguiente.

Había llegado a tu casa y unas rejas negras eran impedimento para que yo entrara.

Sin embargo era muy hábil en eso y lo crucé sin problema alguno, todo era silencioso, todo era hermoso, tu jardín, tus flores, aquella pileta con la estatua de un niño, sosteniendo una vasija y que de ella saliera agua sin detenerse.

Ya estando en la puerta, quise tocar pero dos sonidos me detuvieron. Uno era la música que sonaba dentro de tu casa y el otro sonido era la de un perro que se enfurece cada vez que ve gente que no conoce y, por suerte mía pude meter la carta debajo de tu puerta, lentamente.

El corazón se me salía por que ese perro de dos metros que tenías en tu jardín estaba sin cadena y yo... Comenzé a sudar como si hubiera hecho una maratón de 30 kilómetros , a temblar y a dar pequeños pasos atrás diciendo:

"Tranquilo perrito tranquilo, soy tu amigo"

Ese perro tonto no tuvo compasión de mi, y yo gritando eché a correr hacia la reja que había podido cruzar minutos antes. Pero no pude salvarme del todo, esa bestia me había alcanzando, había mordido mi trasero arrancándo un pedazo de tela de mi pantalón.

Con una mano sostenía las partes que había unido para que se no viera el agujero, caminando por la calle Wingston la gente comenzó a mirame y a susurrarse entre ellas, otras solo reían y me señalaban sin compasión alguna y yo sonrojado, con la vergüenza en mis sienes pude llegar a casa, para cambiarme de ropa y ver mis pompas todas rojas.

Al día siguiente que te había contado lo sucedido como preguntándote si habías recibido la carta que dejé debajo de tu puerta, comenzaste a reír y no muy bajito, si no que todos te oyeron.

- Aver, muestrame lo que te hizo mi perro.

- No, no, no... Por que sé que te burlarás de mi - respondí.

- ¡Hey! - exclamó - ¿Cuándo me he burlado de ti he?.

- Nunca pero...

- ¡Pero qué! Andale ¿Muestramelo si?

- ¿Prometes que no te reirás?

- Lo prometo.

Me había levantado de mi asiento bajándome un poco el pantalón, solo en la parte de atrás y sucedió lo más esperado y que yo no quería que pasara, una fuerte carcajada de parte de ella que parecía que iba a mojar sus pantalones.

- Prometiste no reírte - respondí con enojo.

- Lo siento - respondió. Pero es muy gracioso, ver tu trasero demasiado rojo. Parecen dos balones con las que hacemos gimnasia.

- Ponte en mis zapatos, duele demasiado.

- Pobrecito, pero trataré de ayudarte al menos con algo. Ten la mitad de mi almuerzo.

Luego de la risa y la vergüenza que pasé, se sentó a mi lado y acarició mi cabello a tal punto de que este fue alborotado. Valía la pena todo ese sufrimiento, y valdría la pena en el futuro y también no valdrá la pena, mi pena, su partida.

Desde aquí comienzan todas las cartas, gracias por leerme y espero que te guste los capítulos siguientes de esta novela.

Saludos..

Cartas para Antonella D'Voice Donde viven las historias. Descúbrelo ahora