Luego de aquel debate interno el cuál descansó en la mente de Mía durante toda la noche, la chica, había tomado una concreta decisión, la mañana siguiente. No sabía sí era la correcta, no obstante, estaba más qué segura de qué no sería la peor de todas. O bueno, no la más catastrófica qué haya tomado.
Viejos recuerdos vagaban por su cabeza, obligándola a rememorar situaciones las cuales hubiera deseado jamás presenciar. A lo largo de su vida, ella había experimentado una serie de espléndidos como desafortunados momentos, y uno de ellos, por más contradictorio qué sonará, fue el echo de enamorarse de la persona equivocada, entregarle su corazón y pleno amor a alguien qué no lo merecía en absoluto: Tomás Hernández.
Y ahora mismo, después de tanto auto reclamo y reflexión, la castaña se hallaba en aquel lugar el cual jamás creyó volver a presenciar: La casa de Tomás. Donde toda su desidia había comenzado, hacía exactamente, un año.
Mía tocó con cautela la puerta de aquel lujoso hogar, aguardando impaciente por ser atendida. En ese momento, la ansiedad junto a la nostalgia eran los únicos dos sentimientos qué acompañaban su situación, a la perfección. Aquella catastrófica situación, qué enfrentaría en unos instantes.
—¿Mía? ¿Qué haces aquí? —cuestionó el rubio, dejando a la deriva una pícara sonrisa, junto a una mirada qué expresaba la absoluta lujuria e incertidumbre—.
—Necesito hablar contigo y aclarar algunos temas...Cerrarlos más bien —se corrigió ella, observándolo fijamente y aguardando por qué éste se decidiera a hacerla pasar—.
Instantáneamente, Tomás se hizo a un lado, dejándole un perfecto hueco para qué se adentrara a aquella mansión. Una vez dentro, la chica no hizo otra cosa qué observar a su al rededor: Todo se hallaba absolutamente igual de como lo recordaba, sumergiéndola en el más confuso y satisfactorio deja vú.
Sin embargo, aquel no le duró demasiado ya qué, la voz del rubio volvió a irrumpir en su mente, obligándola a poner toda su atención en lo qué él expresaría.
—Recuerdo la primera vez qué viviste a mi casa, joder, temías no agradarle a mis padres por tu imponente forma de ser...—comenzó el varón, acercándose lentamente a la castaña, para susurrarle aquello qué acotaría en un segundo, a su oído—. Lo qué no sabías, era qué tu fuerte personalidad fue la razón por la cual me enamoré perdidamente de ti.
Mía suspiró pesadamente, cerrando sus ojos con fuerza al sentir la cálida respiración del rubio en su cuello, su corazón se había acelerado y las palmas de sus manos comenzaron a sudar, dando la pauta de qué, aquello la incomodaba, notablemente.
—Vengo aquí para mandarte al demonio, no para qué balbucees idioteces amorosas —sentenció la chica, recuperando aquella seguridad qué tanto la caracterizaba—. Mi "imponente forma de ser", al parecer, no fue lo suficientemente magistral como para evitar qué te fueras.
Tomás bajo su mirada, mientras una repentina culpabilidad se apoderaba de su atlético cuerpo: la de jamás haberse despedido de ella. Si bien, anteriormente le había explicado el por qué, no le era suficiente, por más arruinada qué haya estado su situación, Mía se merecía estar al tanto, o por lo menos, una mísera despedida.
—Cada día qué pasa no puedo dejar de reprocharme el echo de haberte perdido, ser testigo de cómo alguien más ocupó aquel lugar exclusivo qué tenía en tu corazón...—alegó el joven, expresándose con gran congoja—. Sin embargo, el lugar qué tú tenías en mi corazón, jamás se ha ido, ni se irá.
Al oír aquello, Mía no pudo evitar sentir como su sangre hervía cada vez más, aunque aquella no fuera la reacción qué un individuo normalmente tendría, sí qué sería propia de ella.
—¿No crees qué es tóxico y egoísta convencerte de todo eso? —espetó la castaña, empleando un severo tono de voz—. Tú no me amas Tomás, te enamoraste de aquella idea qué tenías acerca de mí, la de la tía con un corazón destrozado, desesperada por ser amada.
Una vez acabada esa despectiva sentencia, Tomás no concretó otra acción qué la de articular una fuerte y sarcástica carcajada.
—¿Y entonces qué mierda eres Mía? —cuestionó él, expresándose con impotencia y desagrado—.
—La tía qué te ha dado una jodida hostia —finalizó aquello y sin dar aviso previo, la susodicha le soltó una fuerte bofetada al rubio, provocando qué él se quedará completamente atónito—. ¿A caso no lo ves, joder? No nos merecemos, tú no me mereces y está, es mi forma de decirte adiós, para siempre.
Sin añadir nada más a su brava oración, Mía tomó sus cosas, lista para abandonar aquella casa y por supuesto, no volver, jamás.
En ese momento, se sentía libre y poderosa, más plena qué nunca, ya qué, finalmente, podría concretar aquello qué tanto había anhelado: Encarrilar su relación con Samuel, sin sentimientos qué la atormentaran o asuntos pendientes. Era libre de amar y ser amada con devoción.
No obstante, esa noche, una adversa situación se concretaría en el baile de fin de año, para arruinar sus planes y por ende, cambiar su panorama por completo.
*
¡Hola bebés! ¿Como estáis? ¡Espero qué genial, como siempre!.
Bueno aquí os traigo otro capítulo, un poco corto pero os prometo qué los qué se vienen serán más largos.
Como habéis podido leer, falta muy poquito para qué se acerque el final...
Os agradezco por todo su apoyo<3.
Y ahora sí...
Sin más preámbulos, me despido...¡Nos leemos más tarde!.
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➼ Secrets [Élite;Samuel]
Fanfiction• [Basada en la Primera temporada de Élite] «Estoy echa de secretos y lo único que revelo son mentiras». Mía Muñoz es una joven aplicada, simpática e incapaz de hacerle daño a cualquier otro ser humano, o quizá...Se dedicó a hacerle creer aquello a...