5 ➼ Broken heart

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Mía observaba con cierto aburrimiento la clase de literatura, ni siquiera le interesaba demasiado aquello qué su profesor estuviese recitando. En lo único qué podía concentrarse era en aquel beso, esa pequeña demostración concretada en los pasillos, ese momento, entre Samuel y ella.

Sin embargo, su entusiasmo se esfumó cuando recordó las palabras de Guzmán acerca de su hermano. Nadie más qué ella sabía qué Ander, estaba atravesando uno de sus peores momentos, aunque no supiera bien el por qué, se sentía un poco culpable por no haber detenido a Guzmán, quién muy posiblemente le iría con aquella noticia a sus padres.

El timbre qué anunciaba el final de clases se hizo presente, obligando a Mía como a todos los demás estudiantes a incorporarse de pie. La chica, acomodó rápidamente sus cosas, para luego, despedirse de sus amigos, esperando a su hermano fuera del salón.

—Por lo qué veo se te ha ido ese humor de mierda —exclamó el chico, posando su brazo derecho en los hombros de su hermana—. Tengo qué hacer una cosa antes de ir a casa, así qué adelántate.

Mía suspiró, aquel era el momento perfecto para hablar con él.

—¿Tienes qué ir a comprar droga, no? —cuestionó la joven, un tanto enfadada, aquella afirmación, descolocó por completo a Ander—. Qué lo sé joder, así que ahorrarte cualquier excusa de mierda.

—¿Quién te lo ha dicho? ¿Ah qué ha sido Guzmán, eh? —espetó el castaño, ciertamente dolido en tan solo pensar qué su mejor amigo, lo había delatado de esa manera–.

—No interesa como me he enterado, solo quiero qué me digas el porqué —exigió Mía, empleando un suave tono de voz, no obstante, al no obtener caso omiso por parte de su hermano, añadió algo más a su oración—. Ander, eres mi hermano y sabes cuanto te quiero, por eso, deseo verte bien, ayudarte joder.

Al oír aquello, el susodicho bajo la mirada, Mía no emitió una sola palabra, tan solo se dedicó a abrazarlo fuertemente, mientras éste se desahogaba en su hombro. La joven, odiaba ver a su hermano sufrir de esa manera y ciertamente, no hacer nada para detener su dolor, ella no podía entrometerse en las decisiones de Ander e intentar ayudarlo para qué se sincerará con su padre, solo empeoraba las cosas.

El recorrido hacia su hogar fue bastante silencioso, el mayor no había emitido una sola palabra o sonido en todo el camino, y Mía, por supuesto, qué respetó aquello. Todos necesitaban un momento de silencio para sí mismos y ella más qué nadie, podía afirmarlo.

Una vez qué ambos hermanos se adentraron a su hogar, fueron testigos de un silencio abrumador por parte de sus padres, quienes le dedicaban severas miradas a Ander. Éste observó a la más joven un tanto confundido, para después, dirigirse rápidamente a su cuarto, en busca de algo en específico.

Mía se quedó petrificada en la sala, esperando qué alguno de sus progenitores tomase la palabra. Su padre, rápidamente lo hizo, al visualizar como un nervioso Ander se adentraba nuevamente a la escena.

—¿Buscabas esto, no? —cuestionó el hombre, sosteniendo un pequeño paquete de hierba entre sus manos—. ¿Quién te ha dado esta mierda, Ander?.

—Qué era solo para unos porros, solo he comprado dos veces —se excusó el chico, intentando apaciguar aquel intenso ambiente qué se había formado—.

Su padre, al oír aquello, soltó una amargada risa.

—¿Eres imbécil? ¿A caso quieres arruinar tu carrera? —espetó el hombre, pasando su mano libre por su cabello, frenéticamente—.

Aquellas palabras hirvieron la sangre de Mía, por lo qué no tardo ni medio segundo en expresarse.

—¿Enserio, papá? ¿Tu hijo se droga y tú te preocupas por unos partidos de mierda? Claro qué entiendo a Ander, joder si fuera él, también me metería mierdas —exclamó la joven, recibiendo una mirada de sorpresa por parte de sus padres, incluido, su hermano—.

—¿Tienes algo qué reprocharme, niña? Os doy todo y vosotros no sois capaz de valorarlo, solo os dedicáis a criticarme y defraudarme —concluyó el hombre, notablemente molesto, abandonando la habitación a grandes zancadas—.

Mía suspiró pesadamente, observando cómo su madre guardaba silencio. Parecía aún no poder creer aquella situación. Sin siquiera emitir una mísera palabra, la mujer abandonó la escena, dejando a ambos hermanos completamente solos.

—Gracias —musitó el chico, recibiendo una mirada de confusión por parte de su hermana—. Jamás podría haberlo expresado mejor qué tú.

—Claro qué puedes Ander, quizá no ahora, pero en algún momento cogeras la suficiente confianza para hablar con papá —admitió ella, sonriéndole—. Nos vemos luego.

En cuanto Mía iba a salir nuevamente de su hogar, fue detenida por su hermano, quién la observaba divertido.

—Tú tienes algo qué contarme, acerca del camarero —le recordó el chico, señalándola amenazante con su dedo índice—.

Ella rió, imitando una señal de cremallera con sus dedos, para luego encogerse de hombros y salir rápidamente de su hogar. En ese momento, le apetecía ir al bar en donde trabajaba Samuel, quería verlo, necesitaba hablar con él.

Sin embargo, una vez qué sus pies se posaron en el lugar donde éste tomaba su descanso, toda su felicidad se esfumó, por completo.

Samuel se hallaba hablando con Marina, ambos reían, se dedicaban tiernas miradas y cada dos por tres, entrelazaban sus manos. Mía, absolutamente tentada por comenzar una tercera guerra mundial, se quedó a un costado esperando a qué su amiga abandonará la escena, para finalmente, adentrarse a esta y enfrentar enfurecida al castaño.

—¿Pero tú de qué vas, tío? —exclamó la joven, recibiendo una mirada de desconcierto por parte de Samuel—. Me besas en los pasillos, recitas mierdas y luego, te lias con mi mejor amiga, joder...¡Es qué soy una estúpida!.

—M-Mía pue-puedo explicarlo —se excusó él, acercándose a la joven, intentando vanamente calmarla—.

—¿Qué vas a explicarme? ¿Qué no tienes las agallas suficientes para decidir sobre dos tías? Por qué a mí, el rollo de "estoy confundido" "no puedo decidirme" no me va ni mierdas —espetó ella, acabando su oración con una sarcástica risa—. No soy tu puto experimento, yo voy detrás de lo qué quiero, por qué tengo los ovarios suficientes para hacerlo.

En cuanto Samuel iba a emitir una insignificante palabra, la chica se dio media vuelta, alejándose de él, dejándolo con la respuesta en la punta de su lengua.

Una vez qué ella salió de aquel bar, no pudo evitar ser testigo de como afligidas lágrimas,  recorrían por sus mejillas. En ese momento, no había otra persona qué más odiará en este mundo qué ella misma.

Nada de eso hubiese sucedido sí, hubiera reprimido aquello que realmente sentía. Mía estaba destinada a fracasar en el amor y acabar siempre, absolutamente siempre, con su corazón roto, en mil pedazos.

Sí que estaba claro qué, el amor, no era para todas las personas.

*

¡Hola, gente hermosa! ¿Cómo estáis? ¡Espero qué de diez!. Pues, aquí os traigo otro capítulo, el cual ha terminado drásticamente, pero...¿Todos necesitamos un poco de drama, no?. Bueno, no me odien por haber dado aquel giro.
Como siempre, os agradezco de corazón por todo su apoyo.
¡Nos leemos más tarde!.
—J.M.

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