2. El libro prohibido

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Jamás he entrado al estudio de mi madre, ella se enfada siempre que pregunto por alguno de sus libros...

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— ¡Buenos días!, me siento muy honrado verla a un día de la profecía. Y como es mi deber, he traído la actualización del libro de historia... los acontecimientos del día de ayer fueron trascendentales...

—Sí, le agradezco mucho.

La voz de la reina se escuchaba exasperada, sus palabras cada vez iban bajando de tono, era como si deseara no ser percibida o así lo interpretó él y le pareció sospechoso. Qué decir del mensajero personal, él siempre venía un día antes de su cumpleaños. En casi doce años apenas ha logrado verlo, su encargo también era un completo misterio. Kurapika se mantuvo sereno atrás de la puerta del salón principal, fracasando en su intento por descifrar la conversación que mantenían allí dentro.

Pegó su oído en la gruesa puerta e intentó concentrarse al máximo.

Él no era un niño especialmente entrometido, pero el haber escuchado la palabra "libro" fue motivo suficiente para despertar su curiosidad. Al pequeño príncipe le fascinaban leer. Y para su desgracia, la colección más grande todo el reino se encontraba en el estudio de su madre, jamás había logrado entrar allí. Las preguntas tampoco eran válidas. Así había sido desde que tenía memoria.

Los pasos próximos al gran portón cuidadosamente tallado sobresaltaron a Kurapika, así que rápidamente se escabulló entre uno de los cientos de enormes floreros que adornaban los infinitos pasillos, consiguió sitio alado de una ventana baja. No evitó recordar las veces en que Kuroro se escapó de un baño por ahí, una tiernísima sonrisa se le escapó al mismo tiempo que vio la figura del mensajero ser guiado por un par de guardias seguido de la esbelta reina. Ella no acompañó al hombre a la salida, se veía muy concentrada en dirigir su nueva adquisición a su misterioso estudio.

Kurapika observó la parte baja del entallado vestido de su madre pasar muy cerca, dejó de respirar en aquel instante. Aunque eso no le impidió observarlo. Fue tal y como lo había previsto; era un libro. Uno muy especial, pues Eos lo abrazaba con demasiado recelo, hacía que cada uno de sus cabellos lo escondieran a pesar de resultar inútil; el libro era completamente dorado y tenía un tamaño considerable a comparación de los otros. Hacía falta ambos brazos para rodearlos por completo. Curiosamente, brillaba casi tanto como la puerta del estudio.

Ella miró a ambos lados antes de girar la última esquina del pasillo. Kurapika estuvo a punto de seguirla sino fuera porque una mano se posó en su hombro, sorpresivo, cansado.

—Bueno, hasta que lo encuentro. — Dijo Endimión sin retirar su mano del príncipe—. Ya es hora de su entrenamiento, en marcha.

Kurapika retrocedió un par de pasos, no le gustaba el contacto demasiado íntimo que a veces tomaba el anciano. Todavía así, le sonrió cordialmente y preguntó: — ¿No se supone que el encargado de mi entrenamiento es papá?

—Claro que sí. — el anciano se enderezó afable—. Mi señor Astreo se encuentra muy ocupado con los preparativos para mañana, por lo que me ha dejado a cargo.

Aquellas palabras nada más recibieron un asentimiento, un gesto con mucha curiosidad. Kurapika apretó los puños algo impaciente y se volvió para mirar el final del pasillo, por donde su madre había desaparecido. Súbitamente una idea atestó su cabeza.

—De acuerdo. —Agregó dándole la espalda al mejor consejero del reino—. Iré a cambiarme y te veré en el jardín en diez minutos—. Quiso echarse a correr.

—Enviaré algunas sirvientas.

—No te molestes. — Kurapika detuvo su huida y todavía curioso, se volvió una vez más—. Dime Endimión, eres el primer elegido ¿verdad?

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora