19. El tintineo de las perlas

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Un tres de abril hace doce años, el día parecía tener el mismo humor; sombrío, helado, aunque aquella vez sí que hubo las pistas necesarias para que cada habitante esperase la media noche y con ello, la llegada de la profecía. Es más, desde la noche anterior se presentó sobre todo el reino una cobija oscura repleta de pequeños destellos dorados para adoración de cada ser que tuvo el placer de contemplarla.

Entre ellos; los descendientes del trono más importante.

Kuroro y Kurapika tenían casi ocho y cuatro respectivamente en ese momento. Ninguno olvidó los primeros secretos que empezaron a compartir desde aquella madrugada, quien diría que doce semillas de granada, un ligero tinte en sus tiernos labios y una promesa sencilla sería su recuerdo más íntimo. No pudo ser de otra manera, porque el hecho que recuerda el pueblo entero tiene que ver con lo que sucedió el siguiente día.

Irónicamente, los involucrados no estaban muy enterados de ello.

El único registro que tiene el libro de historia en un apartado muy pequeño en un párrafo de no más de diez líneas, donde se detallas ideas difusas, colores extraños, siluetas borrosas y una cruda campanada.

—Entonces, hoy se cumple doce años desde... bueno, eso...—dijo Senritsu mientras estiraba una sábana color escarlata sobre la cama de Kuroro, sus pequeñas y regordetas manos repasaron el tejido barroco con paciencia eliminando todo rastro de arruga.

Palm la miró con indiferencia, sus labios casi siempre los llevaba fruncidos como si se aguantara las ganas de gritar o decir groserías, aunque jamás se atrevió a tanto—. Aun piensas en eso—convino apretando el palo de la escoba, casi tan delgado como ella misma—. Ni siquiera los reyes o príncipes hablan de ello, deberías olvidarlo, deberíamos ¿No lo crees?

—¡Ni hablar!

La aguda voz de Biscuit inundó la habitación e hizo que sus compañeras se sobresaltaran. La pequeña y delgada mujer seguramente con más de cuarenta años se paseó dando brincos con la energía de una jovencita, aquel gesto les arrancó una sonrisa a ambas mucamas. Bisky (como le gustaba que le llamasen) era una experta en poner de mejor humor a todos, aunque no por eso pasaba por alto los temas serios, los que no debían ser ignorados.

Llegó a la cama que ya se encontraba perfectamente tendida y tomó asiento descaradamente, agregó jovial: —. Ellos no hablan de eso, no porque sea un horrible acontecimiento, al parecer ninguno recuerda exactamente lo que sucedió... ya saben, ni el rey, la reina o sus hijos, en especial, el chico menor.

—¡Oh! Mi pobre Kurapika.

Senritsu también se apoyó en el tendido y buscó una de las almohadas más grandes para abrazarla—. Nadie sabe exactamente cómo fue que desapareció en un parpadeo, algunos nada más se atreven a decir que una grieta se formó en el suelo del jardín y se lo llevó muy rápido, otros incluso aseguran haber visto la marca del quiebre entre la tierra—taciturna miró a la única mucama de pie.

Palm le regresó el contacto, aunque no se vió muy contenta—. Pues es la verdad—soltó irritada—. Pero, eso no tiene nada de extraño, el niño se encontraba dibujando en la tierra con una vara, yo le estaba cuidando ese día y nada más le di la espalda un segundo para recoger una de esas frutas que tanto le gustan—se calló gracias a un horrible escalofrío y de inmediato entendió que no era momento de parar.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora