9. El Bosque de Dos Caras

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Hace poco menos de año la reina empezó a utilizar un velo.

Eos, se encontraba frente al espejo en silencio, mirando con especial atención cada detalle de su envejecido rostro; las bolsas bajo sus ojos eran oscuras, algunas líneas de expresión que antes se presentaban cuando sonreía o se enfadaba ya estaban ahí permanentemente, surcando el límite de las ojeras y lo pómulos, los labios y mejillas, del espacio entre las cejas y frente. El pobre rubor natural sobre sus mejillas necesitaba ayuda de un colorete artificial con más frecuencia. Aunque, la característica más llamativa era el decaimiento repentino del tono rojo de su largo cabello. Ahora, la opacidad de cada hebra se camuflaba entre la oscuridad de la habitación, esa vivacidad y brillo que lució cuando se dio a conocer como la nueva reina de Meteoro parecía morir a cada segundo, la longitud la mantenía con recelo a pesar de tornarse cada vez más complicada la tarea de lavarlo, secarlo, cepillarlo... de esconderlo. Ella repasó con la mirada el origen de su nuevo tono y no se sorprendió al notar como el matiz semi- dorado a casi blanco procedían de las raíces, es más, una expresión estoica mantuvo cuando eligió el velo que utilizaría ese día. Uno bastante largo, de un textil grueso pero no pesado, de caída encantadora para distraer los rebeldes cabellos que a veces solían salirse de su sitio.

Era imprescindible dejar apenas expuesto el desgastado rojo de las puntas, era allí donde sobrevivía el color que el pueblo entero conocía y a ella no le molestaba, de hecho, le agradaba.

La reina hace casi un año dejó de llamar a Senritsu para que le ayudara en los preparativos diarios, los que tenían que ver con su aseo, vestuario, tratamientos de piel y elección de peinado. En todo ese tiempo también solicitó dormir en una habitación separada de su esposo con la excusa de tener más tiempo para leer y hacer ejercicio ya que sentía que tarde o temprano la piel de su abdomen podría ponerse flácida y la firmeza de sus pechos y caderas podrían decaer. Astreo aceptó complacido, pero eso no quitaba el hecho de que una que otra noche se colara sin avisar. Ella, a veces (o en la mayoría) de ocasiones se disgustaba, no obstante, le extendía los brazos no sin antes desabrochar el par de botones que ajustan su pecho. Eso, como un medio de distracción hacia su velo. Era como decir "mira aquí, por favor. No te fijes en mi cabello" Aquel detalle no era secreto para ninguno, el rey entendía lo difícil que era para su esposa al ser alguien tan vanidosa.

Eos, durante esos encuentros casuales, algo que nunca olvidaba era siempre apagar las luces antes de desprenderse de su velo (y después del resto de su ropa) apenas al primer día de la partida de sus queridos hijos su pícara rutina se presentó con un peculiar fulgor.

Eos ahora se analizaba meticulosamente para asegurar su perfecta apariencia. Incluso ese procedimiento lo realizaba con paciencia. Si, la hermosa reina parecía alguien sumamente reservada, en este último año sus actitudes de ese tipo se multiplicaron con creces. Aunque, todos esos detalles se irán desglosando más adelante.

La noche fue larga y agotadora. Ella tan concentrada se encontraba que olvidó cerrar por completo la puerta, una delgado espacio por donde se colaba una débil brisa se quedó allí, presto a recibir a cualquier invitado que tuviera un mínimo ápice de irrespeto, o una fuerte así como descarada confianza en sí mismo. Esto último fue lo que le sobraba al consejero real.

—No creo que el rey la rechace por algo así. — dijo Endimión abriendo la puerta de par en par, dejando que la pesada madera choque con el muro de concreto continúo. Su figura cansada y encorvada se reflejó descaradamente en el espejo de la reina e hizo que ella pegara un brinco.

La gracia y elegancia de la mujer siempre estaban vigentes en cada movimiento, mas, al verlo fue lo que menos tuvo. Ella tomó el velo de lino escarlata y lo llevó con torpeza a su cabeza, ni siquiera se molestó en peinar con cuidado las ondas enredadas sobre sus hombros. El ligero cosquilleo de sus manos le decían lo nerviosa que estaba al ser descubierta—. ¿Porque no has tocado la puerta?— protestó sin mayor conmoción, aunque sí con cierto ápice de enfado. Sus manos se cerraron en un puño y arrugaron cada esquina de la delicada tela, era una suerte que no llevara las uñas tan largas como en otras ocasiones.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora