Ellos estuvieron antes de todo.
Hace mucho, muchísimo tiempo atrás... vaya, ¿hace cuánto? Los años, meses o días no se contaban cuando él estaba ahí. Las personas solían habitar el suelo en el que se sintieran seguros por instinto y dormir cuando su cuerpo no podía resistir más. Todavía así, aspectos inevitables se forjaron en su subconsciente; reglas jamás decretadas, normas intangibles. Cuando podían observar con claridad su hogar era tiempo de salir y trabajar, en el momento en que el viento soplaba más fuerte y la luz les abandonaba, ya tenían que dormir. Los territorios eran cuestiones un poco ambiguas en ese entonces, puesto que eran muy pocos para querer vivir separados y allí, especialmente el sol no existía...
Esto sucedió cuando los primeros habitantes arribaron a lo que hoy se conoce como La Ciudad Meteoro.
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Es normal pensar que al llegar a cierta edad una persona sucumbe ante la inevitable muerte; primero, enferma, después se pone peor y si es que la voluntad de los dioses era bondadosa o su juicio generoso aquel ser insignificante llegaría al descanso eterno sin ninguna clase de dolor. Por supuesto, a muchos (por no decir la mayoría) no les tocaba tal suerte. La mayoría de las personas de avanzada edad se retorcían de dolor en sus camas, se arañaban la piel al no poder soportar tanto sufrimiento y algunas hasta se golpeaban la cabeza en las paredes con tal de acabar con su vida. La muerte venía después, mucho después de tan agónico ritual. ¿Saben? Con el tiempo aquello fue cambiando; como absolutamente todo en esta vida, porque la existencia misma es progresiva, como no, es ineludible ir modificando patrones que antes se veían con total normalidad. Aunque, hay una costumbre que pese a los mitos y creencias no se ha perdido con el tiempo, de hecho, se ha reforzado.
La costumbre de hablar del prójimo.
Cuando una persona enfermaba ya era el primer indicio para empezar los preparativo de un funeral, en épocas antiguas era muy, pero muy difícil salir de una enfermedad con vida, la medicina no era avanzada y la voluntad tampoco. Lo que desquebrajaba esto último era la lengua larga de las personas, porque nadie estaba libre de culpa, cada persona sabía sus secretos y cuando caía en alguna enfermedad lo único que se tenía en mente era que su castigo había llegado por haberse portado mal. Era así, como los allegados hablaban o especulaban de todo por afuera de la habitación del enfermo, esto con el fin de no hacer más tortuosa la condena del pobre miserable. Irónicamente, en aquella época, no tenían muchas puertas y la delgada cortina de restos de lino no era un muy buen escudo para las hirientes palabras.
La muerte venía sin importar el grado de enfermedad, ese ser que proviene del inframundo era el más convocado cuando alguien ya empezaba a ser un estorbo...
Y claro que se referían a él.
El anciano del bosque no era literalmente una pieza que molestara con su presencia. Pero, muchos le temían por el mero hecho de verlo allí, parado en la división de dos ríos. Día y noche, en verano e invierno, año tras año, siglo tras siglo. Algunos adultos recordaban haberlo visto de niños, ya que siempre existía la afamada época de rebeldía y a pesar de las advertencias de sus padres se adentraban al bosque y como era de esperarse, lo veían ahí. Parado con un bastón de madera en medio de dos ríos; el frío Cocito y el caliente Flegetonte. ¡Ese anciano sí que da miedo! ¡Siempre está allí y ni regresa a ver cuándo nos acercamos! ¡Ha tenido la misma apariencia desde hace décadas! ¡¿Cuándo se muere?! Sí, debería morirse y dejar esta humilde ciudad para siempre... eran las palabras de los habitantes de un Meteoro que aún no poseía rey, historia o libros, que nada más vivían por instinto y que por supuesto creían en inusuales fenómenos; como la profecía de cada cuatro años (aunque de forma distinta), en la existencia de los dioses y sus contrapartes, los demonios. El anciano del bosque era considerado como uno.
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PRAGMA (KuroKura)
Fanfiction**PRIMERA VERSIÓN/ BORRADOR SIN CORRECCIONES** KUROKURA x UNIVERSO ALTERNO En el reino de Meteoro no existe el sol, la noche es atesorada como un verdadero camarada y por eso le llaman Philia. Sus habitantes creen en la afamada profecía y siempre...