16. Sincronía

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"Admira la magnificencia de Philia y bajo el cuidado de las eternas centellas, busca la dirección que solo la estrella dorada te brindará.

Obedece al fulgor del aluminio y descubre el verdadero camino.

Talla un tronco y cuida la tierra, no caigas en el infierno.

La diosa de la primavera te guiará."

La aguda voz de Eos resonaba en su cabeza, la podía escuchar, discernir y apreciar al cien por ciento, era como ella estuviera leyendo cada oración con sumo cuidado para él, como si le repitiera centenares de veces para que se lo memorizara, como si le deleitara con uno de sus múltiples cuentos antes de dormir... descansar... cerrar los ojos. Kurapika empezó a sentir los párpados realmente pesados, la ambigua imagen de decenas de gotas caer sin rumbo fijo desde la pesada gruesa tela se fue tornando cada vez más borrosa, sus piernas estaban frías, por no decir entumecidas, ya no parecía escuchar nada además de aquel lejano murmullo (el cual de inmediato asoció con la misma tormenta) y sus manos, aquellas que no dejaban de apretar el sagrado libro empezaron a resbalarse por aquella gruesa y dorada superficie.

Todo, mientras cedía ante el delicado, pero, firme toque de... Sí, de él...

Su hermano.

Tenía sueño, una abrumadora somnolencia le aquejó al instante en que se vio aprisionado, el constante toque del cálido rocío le daba suaves masajes en todo el cuerpo, le acariciaba con dulzura, le invitaban a cerrar los ojos. Era la primera vez que experimentaba el proceso de hipnosis de las misteriosas aguas del Cocito, y aunque estaba muy consciente de lo que ocurriría si no oponía resistencia su tranquilidad jamás se esfumó. Después de todo, la sensación era dulce, nostálgica, familiar... casi podía compararlo con el abrazo de Eos, con los cantos susurrados de Senritsu, con el beso que compartió con su hermano cuando eran niños. Kurapika se entregó a una tentadora oscuridad y sin más, cerró los ojos.

Kuroro lo pegó a su pecho y se encorvó con preocupación, su paso era lento y tortuoso, apenas quedaban unos metros para llegar a Mirra, aunque su malherido cuerpo le ayudó a verlo como una distancia descomunal. Un desasosiego muy ajeno le golpeó, sus piernas picaban de pura ansiedad, una presencia parecía estar detrás de él, pero ya no se encontraba en condiciones creerse valiente. Kuroro ente abrió sus labios y dejó entrar el aire a su garganta seca, una gota de sudor frío le refrescó la mejilla al interrumpir la molesta irrigación de la tormenta.

Tal vez era momento de correr.

La situación de allí afuera empezó a tornarse interesante, o quizá; diferente. El pequeño príncipe al parecer no se durmió, es más, tuvo el descaro de acomodar su cabeza en el hombro de su hermano, bastante resguardado con los labios húmedos al nivel del ajeno cuello tembloroso. Sus pesados párpados se negaban a volver a recibir un mínimo ápice de luz, sin embargo, su consciencia continuaba trabajando; pronunciando frases al azar, recordando escenas de su realidad, momentos, voces, interacciones, rostros con diferentes expresiones.

Su madre, su padre, el anciano consejero...Mirra...

Un espasmo lo golpeó fuertemente.

—¡No lo hagas! — De repente gritó. Kurapika se incorporó de un salvaje salto sin retirarse el oscuro abrigo de su rostro. No veía absolutamente nada, apenas podía sentir la humedad del pesado tejido y la picazón de sus tobillos por las correas de sus propias sandalias. No supo en qué momento empezó a sentirse aletargado, ni cuanto llevaban movilizándose entre la tormenta. Pero, apenas el golpe invisible le hizo despertar reparó en el sigiloso andar de su hermano. Apretó el libro y se arrancó el abrigo de encima, en el camino jaloneo su propia ropa y cabello. La túnica semi- transparente se rasgó y dejo al descubierto y pálido pecho.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora