6. Mensajes compartidos

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Allí estaba, bajo un charco de sangre.

Kuroro no reaccionó al ver lo que había hecho, sus ojos dejaron de pestañear y su respiración cesó por un par de segundos. Su cuerpo entero se petrificó al ver a Kurapika desplomado sobre el pasto, solo que el verde natural ya no existía para él; su pequeño hermano permanecía sin moverse, con el rostro hundido entre su cabello también manchado y con sus dos manos sosteniendo su pierna.

Una maldición finalmente salió de sus labios, Kurapika alzó la vista y gritó: —. ¡Estás loco!— su voz se escuchaba furiosa y a la vez con un ápice de amargura, su cuerpo entero temblaba y el color sonrosado que lo caracterizaba ya no estaba, este fue reemplazado por un escarlata intenso. Él intentó ponerse de pie y así descubrió la herida en su pierna, el tamaño del corte no podía verse por la cantidad de sangre que lo cubría. Lo único que quería era golpearlo, estaba realmente furioso, aunque algunas lágrimas se le salieran con descaro.

Apenas intentó dar un paso, su equilibrio lo traicionó.

Kurapika soltó un quejido, su pierna le dolía muchísimo, cerró los ojos, pero, no llegó al suelo. Kuroro se las arregló para tomarlo entre sus brazos, todavía algo asustado lo sostuvo con bastante fuerza para que ambos no cayeran. Su sorpresa no se disipó, pero al menos volvió a respirar al ver que no llegó a algo peor.

—Espera...— dijo temblando.

Momento en que Kurapika aprovechó para propinarle un certero golpe en el rostro, aun con todo el dolor no le molestó volver al suelo. Bajo el largo pasto se escondían cientos de piedrecillas húmedas y unas cuantas rocas llenas de musgo, exactamente allí fue donde cayó, su ira podía mucho más. Durante muchos años habían estado enfadados y a veces hasta se hacían bromas pesadas, así como comentarios despreciables. Sin embargo, aun con toda esa enemistad no se atrevían a lastimarse. Esta vez, fueron demasiado lejos.

— ¡Eres un estúpido!— bramó Kurapika presionando su pierna dolorida en un segundo intento por ponerse de pie.

—Bueno, al menos tienes fuerza...— susurró Kuroro desde el suelo, de alguna forma su optimismo volvió y se evidenció en la sutil sonrisa que dibujó en su rostro al alzarlo. Ahora, tenía un enorme moretón alado del labio—. Y por esta vez te daré la razón, fui un completo estúpido. — desvió la mirada y ubicó el paradero de su navaja, se maldijo internamente al ver la mancha roja en toda la hoja. Ni en ocasiones realmente importantes había tenido tanta puntería. Cerró los ojos queriendo olvidarlo, ni siquiera tenía ánimos para excusarse.

La promesa volvía a romperse.

— ¿Qué creías? ¿Qué era un oso? ¡Un maldito monstruo del bosque! ¡Hey! ¿Me estás escuchando?

Kuroro se levantó y se arremangó las mangas de su abrigo, sin mirarlo directamente se dirigió hacia él y volvió a tomarlo entre sus brazos. Esta vez, lo hizo por la cintura—. Lo siento ¿de acuerdo?— dijo con una sincera tristeza, consiguiendo un segundo golpe. Curiosamente, este no fue tan fuerte como el anterior. Así que se aventuró a mirarlo a los ojos, su hermano menor estaba sollozando, mostrarse reticente a llorar no era propio de él, no cuando estaban solos. Lo apretó.

— ¡¿Qué crees que estás haciendo?!— Kurapika puso sus manos entre ellos, sus obtusos intentos por alejarse no funcionaban y él comenzaba a sentirse nervioso. Eran años que no compartían un contacto tan cercano—. ¡Suéltame! Ni creas que te lo perdonaré, esta será solo un obstáculo más y aun con todo esto, te ganaré ¡Kuroro!

Sin embargo, él no cedió. Su fuerza era formidable. Kuroro logró acomodar a Kurapika en sus brazos, sosteniendo su espalda y elevando sus piernas, teniendo mucho cuidado de su herida empezó a caminar colina arriba. Donde la niebla continuaba igual de espesa, donde aquel haz luminoso volvió.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora