15. ¿Tregua?

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Kurapika al final fue mucho más veloz.

El pequeño príncipe estaba consciente de su propia apariencia y aunque a veces le molestaba ser el blanco de ciertas de comparaciones o burlas sabía que cada rasgo de su cuerpo no era más que una inigualable oda a su madre, a su hermosísima mujer, a su primer y único amor, pues aquella dama ha sido objeto de inspiración y completa devoción durante toda su vida; desde que nació fue consciente de su mágico toque, su amoroso tacto y desde entonces, entendió que el rojo—proveniente de su larga melena— sería la descripción perfecta de la pasión en la que se envolvió al escuchar por primera vez su voz, su forma melodiosa y aguda de llamarlo, las sutileza en cada uno de sus movimientos y los gestos delicados que ocultaba del resto, los mimos y vulnerabilidad que solo mostraba con él y mucho más; la reina le encantó en todo aspecto, con su paso suave cuando aún lo llevaba en brazos, con sus constantes caricias llenas de júbilo, cuando era muy pequeño ella no perdía el tiempo y lo atrapaba en cada ocasión para aprisionarlo entre sus delgados brazos, al parecer tan frágiles pero, sin duda fuertes, firmes, poderosos cuando se presente la ocasión.

Su personalidad era una dualidad fascinante, un ejemplo y un patrón que muchos no podían entender.

El andar agraciado de la extraordinaria Eos también presentó un enigma para él, pues muchos ponían una expresión tensa al verla pasar por los pasillos del reino, más, él (su afortunado hijo) la veneraba con ahínco y como no, deseaba con todo su ser llegar a replicar la majestuosidad de su madre. Así fue como empezó su embeleso por los ornamentos, las telas transparentes, el cuidado extremo del rostro, la parsimonia empleada en su propia apariencia. Kurapika no pensaba en nadie más que en ella, no le interesaba los comentarios de las criadas, los cumplidos constantes de un consejero quizá demasiado entrometido o las muecas de mofa de su hermano mayor al verlo, él solo deseaba ser como ella. Ser fuerte y a la vez maravilloso. Su padre jamás se vio disgustado con su forma de ser y jamás le negó alguna petición con respecto a entrenamiento; a muy temprana edad se decidió que sería un excelente nadador, un gran estratega y como no, un arquero inigualable; la ligereza de su cuerpo e indumentaria le ayudaban a ser más veloz, su propio carácter le obligaba a ser perspicaz, pero, la inequívoca obsesión de la gente de señalarlo por ser como era le formó una faceta peligrosa, la misma que comprendió Kuroro en todos esos años que pasaron en constantes peleas, la misma que comprobó con horror, tristeza, ira y hasta desenfreno una, otra y otra vez.

El príncipe menor saltó con gran presteza y se abalanzó al paquete de vivos colores, sus piernas se elevaron con gran ímpetu, y sus brazos se extendieron hasta el límite. Sabía que solo así podía arribar unos segundos antes; el viento le llevaría, la naturaleza le ayudaría y quizá por unos escasos segundos logre volar como un ave y tomar lo que más desea Kuroro ahora, arrebatarle la oportunidad de ser rey. No por el titulo o la corona, sino solo por él.

Desde pequeño no se planteó llegar a un trono, casi nadie confió en él, no recuerda que alguien (fuera de Eos o Endimión) le haya alentado, aun así, sin darse cuenta aquellas hirientes ideas le dieron la fuerza para seguir, no solo al paquete sino a la cima; por su madre, la última sobreviviente de las brujas de Aurora, acabar con el legado de los asesinos de una cultura que seguramente el amaría y como no, para cerrarle la boca a todas aquellas personas que en algún momento le ofendieron con sus miradas desaprobatorias, sus comentarios a escondidas, su indiferencia.

Si, allí estaba.

Las piedras preciosas brillaron al entrar en contacto con chispas provenientes del remolino, la pieza circular cayó y jaloneó la cinta dorada del extremo derecho y deshizo el bordado en forma de flor, el encaje en el filo de la tela se meció con mesura al advertir el movimiento que se aproximaba. Aquel objeto inerte, pero atiborrado de vida se movió un par de centímetros y resbaló todavía más, quizá a unos escasos centímetros de la peligrosísima orilla. Y entonces...

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora