17. Lecciones de un reino muerto

114 12 0
                                    

La oscuridad no le negó observar la tenue sonrisa que se dibujó en sus labios al escucharlo.

Ninguna tormenta le arrancó el anhelo de saltar y refugiarse en un desesperado abrazo.

Así fue.

—Lo haremos al mismo tiempo—decretó Kurapika sosteniéndose firme del remo —Comenzaré contando hasta...

—¡Tres!

Y Kuroro no hizo más que saltar, elevarse tanto como su moribundo cuerpo se lo permitió, dejar atrás sus botas y por lo tanto su única herramienta para no salir herido, a esas alturas apenas podía percibir las magulladuras en su piel, sabía que pronto perdería por completo el conocimiento así que no podía perder tiempo. Dejó de tocar el suelo empapado y se lanzó hacia donde creyó que estaba Kurapika, le sostuvo la mano con fuerza y cerró los ojos, era lo único que su consciencia le gritó.

Por su lado, el pequeño príncipe soltó un quejido por la repentina decisión de su hermano, soltó el remo y notó como el bote cedió ante las olas de inmediato, Mirra se inclinó de un lado al otro y le hizo tropezar con uno de sus asientos. Kurapika perdió el equilibrio, pero no la determinación, apenas notó como el peso se aligeró utilizó sus dos manos y lo atrajo hacia él, jaloneo a Kuroro como si fuera una inerte muñeca y ya no le interesó cuanto se alejaron de la boca del remolino o si estuvieran a punto de chocar por la falta de dirección, toda su atención—o su vida—se centró en la persona que cayó en su pecho e hizo que terminara por tropezar, los golpes que ambos se dieron y las astillas que seguramente se clavaron dejaron de importarles en cuanto pudieron abrazarse; ya no por cumplir una misión o por accidente, sino porque era lo que más deseaban, porque se aman y ya no pueden negarlo.

Allí, acostado sobre el bote, Kurapika le sostuvo con demasiada urgencia, cedió ante el peso extra y repasó cada detalle de Kuroro. Una mano la posó sobre su espalda y la otra la movió por sus oscuros cabellos, sus hombros, brazos y cintura, no pudo acariciar su rostro porque la mantenía escondida, aunque no se preocupó; su respiración era pausada, estable, cálida y le hacía cosquillas. Fue encantador reírse, aunque sea un poco. Abrió los ojos y miró al cielo, se entregó a la vertiginosa melodía de la tormenta y reparó en las peculiares olas que ascendían al cielo en un ritmo pausado, un compás ligero y ahora casi distante, estaba casi seguro de que el sendero del que tanto le hablaron les estaba guiando a un lugar seguro, quizá desconocido, pero ya nos les interesaba, lo resolverían en la mañana, cuando aquella estrella dorada les ilumine el camino.

Perezoso y con suavidad, se incorporó con mucho cuidado, supo de inmediato que su hermano se durmió en su pecho por la extrema facilidad en que pudo soltarse de aquel abrazo, quizá se desmayó pensó también, aunque no se vio preocupado, su respiración serena y su aliento cálido le brindó seguridad; han sido muchas emociones por un solo día. Cuando estuvo sentado lo empezó a acomodar sobre el suelo de Mirra, no tardó en cubrirlo con el abrigo y de paso percatarse que el gran libro no fue a parar a otro lado, un gran candor le llenó el pecho y las mejillas, no dudó en acomodar ese gran tesoro entre ambos y lo hizo así, porque él también se iba a entregar a un par de horas de sueño, a estas alturas ya no podía ver absolutamente nada; quizá el brillo natural de alguna ola o el fulgor muy ocasional de las estrellas. Fue como si su madre le hubiera apagado las luces de la habitación y claro, ambos sabían que al encontrarse sumido en la completa oscuridad no tenían más opción que cerrar los ojos y dormir sin más. Kurapika no sentía frío al sentir la caricia del agua constantemente y aun así, se acomodó sobre su hermano para calentarse todavía más, y sí, protegerlo de esa maldita irrigación que tanto daño ya le causó.

La Diosa de la primera te guiará.

Los príncipes de Meteoro perdieron el control de su bote al dejar caer el único remo al mar y, aun así, decidieron entregarse a un profundo descanso estando a la deriva, allí uno encima del otro y tan juntos, como un par de osados cómplices que se atreven a demostrar una intimidad prohibida a pesar de estar a la merced de una dama caprichosa de dos lados; uno ardiente que disfruta con emoción la escena, y uno congelado que solo quiere verlos sufrir.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora