12. Lecciones y Caminos

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La afilada hoja de plata aterrizó directamente en la gruesa capa de hielo a pocos centímetros de la balsa Mirra (que fue como instintivamente la nombró Kuroro) y apenas logró realizar un pequeño rasguño.

El arma del príncipe no era una simple espada de cuchilla delgada como solían utilizar los soldados del reino o los aprendices del pueblo, ni su padre solía tener una igual y eso era porque se él mismo encargó un diseño único para su hijo. Para el primer heredero; una espada de mango grueso y forrado con el cuero más resistente del reino, con dos orificios alargados a los costados para que pudiera tener un mejor agarre y no se resbalara por accidente, en la punta del mango había una especie de anillo cuidadosamente forjado de la misma plata de la hoja, era ahí donde solía amarrar sogas ásperas para utilizar la espada como una especie de arpón, aunque la puntería era un tema que debía tratar con cuidado. Sin embargo, sí que solía darle más usos, pero nada como el principal.

Precisamente el que no se encontraba forzosamente ejerciendo.

Delinear un perfecto y simétrico corte con la diminuta y fina punta de plata era el reto que en este momento se concentraba en realizar y es que la espada era tan gruesa como el mango que mantener un camino tan fino y derecho se convertía en una tarea diligente y por lo tanto, de muchísimas paciencia; el atributo con el que jamás ha contado el príncipe. Pero, volviendo a su peculiar arma, su diseño era igual al de una punta de flecha pero mucho más pesada y larga, cada costado era peligrosamente filuda y con un tallado inclinado para que a la presa se le pueda encajar hasta el fondo el corte, creando heridas extendidas y profundas, muchas veces mortales. Todavía así, la parte de la punta era la favorita de Kuroro y no porque era un afilado triangulo sino porque fue lo más le costó dominar, al no ser un experto en pequeños detalles o tener una puntería innata como su hermano fueron meses y hasta años lo que se tardó en centrarse en aquel detalle, siendo que el arma entera era gigante y pesada.

Aunque, eso no era todo; el mecanismo de la espada no era grande por una aleatoria elección, Astreo sabía que su hijo era fuerte y quería entrenarlo como se debía pero además era consciente de la falta de sutilidad en sus ataques por lo que en el centro del mango implementó una especie de botón labrado y que al aplastarlo descubría una cavidad en la punta de la espada y dejaba salir una hoja finísima casi del tamaño que un cuchillo de cocina pero cientos de veces más reforzada.

Manejarlo era cuestión de un control infinito.

Porque si lo apretaba con un mínimo de fuerza podía sacar la cuchilla y completar un ataque mortal (el sueño del rey era que atravesara el corazón de una persona con gran presteza) pero, si empleaba más fuerza podía desprenderlo totalmente y aquello era muy útil por si no estaba en condiciones de cargar un arma tan pesada. Fue así como el príncipe tuvo que aprender a no solo utilizar su fuerza descomunal como única ventaja, era necesario controlar cada nivel y solo así crear una estrategia metódica.

Aunque él jamás haya sido del tipo que piensa demasiado las cosas.

El príncipe Kuroro en efecto era alguien que hacía uso de su fuerza como primer recurso, pero cada vez que podía sacaba la pequeña cuchilla para hacer cortes delgados y exactos, era un detalle que disfrutaba porque demostraba el cumplimiento de su entrenamiento.

Además de ser su haz bajo la manga, ya que ni Kurapika era consciente de aquella destreza.

Por supuesto, la forma dibujada por debajo de Mirra estaba hecha con la hoja delgada y ahora no hacía más que lanzar su espada sosteniéndola de la pequeña soga del mango para quebrar el hielo y liberar la balsa, pero entre más se apresuraba, menos resultados obtenía. Kuroro calculaba con ansiedad la fuerza y distancia que debía tomar y eso hacía que al momento de lanzar fallara o que la hoja apenas rasguñara el hielo. Él pobre llevaba así alrededor de diez minutos.

PRAGMA (KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora