Pigmalion y Galatea

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Había pasado una semana. Para ser sincero, fue una semana extraña.

El domingo después de dejar a Jimin, me dirigí a la escuela y corregí las calificaciones. Había puesto mal sólo 5 así que no era un tema tan grave. Pero grave al fin de cuentas, comenzaban las vacaciones para los alumnos y por ende, para mí, así que cualquier detalle mal puesto afectaría porque ya no podrían hacerse arreglos.

Volví a mi casa, me preparé una cena sencilla, leí un poco y me vi perdido en algún libro de pintura que encontré entre mi colección. Quería sorprender a mi ángel. Así que cuando llegó el lunes, gracias a que él me dijo que ese día quería que probara la comida de la cafetería aproveché para platicarle las cosas que había descubierto y me explicó que algunas eran mentira, ciertas verdades de la historia del arte solían omitirlas o cambiarlas por no ser interesantes de leer para la mayoría. Cuando terminamos de comer, él se apresuró para levantarse y volvió a despedirse en la lejanía.

El martes me llevó a la parte abierta del museo, era el jardín donde había encontrado a Leilani. El edificio giraba entorno a él, y en el centro había una fuente. Además de algunas bancas esparcidas por aquí y por allá, para dar privacidad y paz a los que decidieran sentarse. Jimin me contó que era de sus partes favoritas, pero que, aquella fuente debía ser más colorida. Se había desgastado con el tiempo así que el gris y marrón causados por el sarro estaban muy presentes. Por lo que la hacía tener un aspecto triste. Me habló también de la arquitectura, cosa que no es que odiara pero me parecía demasiado complicada. Así que fue un día en su mayoría bastante técnico. Lleno de muchos términos que se me hacían tan ajenos. Cuando supongo que me vio tan frustrado, decidió despedirse e irse.

El miércoles nos dedicamos a caminar por los pasillos, habían varias piezas que todavía no conocía pero no nos detuvimos en ninguna. De hecho, sólo caminamos y caminamos mientras platicábamos de cualquier cosa. Como si el museo fuesen las calles de la ciudad. Le hablaba de mis libros favoritos y le recité varias citas que sabía de memoria. Él me escuchaba atentamente. Me habló sobre su pasión por los colores y por el dibujo. Después de lo que fueron tal vez dos horas de caminar sin rumbo, se despidió y desapareció entre algún pasillo.

El jueves subimos a la terraza que había en el tercer piso del edificio. No sé si el término correcto es terraza, puesto que era bastante extensa y estaba decorada por plantas y losetas de blancos y negros. Nos dedicamos a caminar, ver las plantas y sobre todo, la vista. Jimin entonces me contó sobre lo que se podía ver desde ahí y que aquel mirar era de lo más bonito que había visto jamás. Nos quedamos ahí, observando la vista en silencio por bastante tiempo y luego comenzó a caminar despidiéndose con la mano.

Lo extraño recae en que en todos estos días estaba más alejado. No físicamente, porque siempre rozamos nuestros hombros al caminar o nuestra piel tenía contacto en algún punto, pero mentalmente, estaba lejos. Hablaba y a pesar de que lo hacía conmigo a su lado, parecía que se lo estaba narrando así mismo. No le dije nada porque llegué a concluir que tal vez necesitaba hablarse. Se veía decaído en realidad.

Cada persona tiene una forma de lidiar con los problemas, y por mucho que me gustara que los pudiera arreglar con mi ayuda, entendía que aún no éramos cercanos y él muy posiblemente tenía cosas para guardarse. Sin embargo, no quería quedarme cruzado de brazos. Así que siguiendo sus deseos y mi corazón, compré dos entradas para la feria.

Hoy es viernes y como ya es costumbre en mi vida, me encuentro caminando con dirección al museo. Ciertamente estoy nervioso, quién sabe si Jimin acepte ir. Quiero que lo haga. Me gustaría poder causar en él aquel efecto tan embriagador que me provoca y hacerlo feliz.

Al poco tiempo de caminar, finalmente llego a las entradas del edificio. Decido meter las manos en mis bolsillos de mi abrigo, con mi cuello levantado, para ocultar mis nervios y la cajita que compré para darle las entradas. Con unos pasos más lo veo a lo lejos. Desde que Jimin llegó a mi vida he suspirado tal vez sin temor a equivocarme, un millón de veces. Me saluda sonriendo.

Museo de un ángel | KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora