CAPÍTULO 3. Segunda parte

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La habitación de los chicos era grande y especiosa, había suficiente lugar para ambos y se notaba a simple vista que habitaban dos personas con personalidades ligeramente distintas. Mientras que a la derecha había una cama adornada con sábanas algo neutrales, una almohada y cuando mucho una león de peluche; a la izquierda por otro lado se veía una cama abigarrada con sábanas de dibujos animados, una manta con estampado de patitas de perro y muchos peluches de distintos tamaños, colores y formas. Aparte, a diferencia de la primera —que se hallaba acomodada— ésta era un completo desorden. En el suelo de la derecha se hallaban perfectamente alineados dos pares de zapatos, un par deportes y el otro casual, también había un par de pantuflas de perrito. Mientras que al otro extremo de la habitación teníamos también zapatos... en completo desorden, con medias usadas aún dentro de ellos y bien dispares, además otro par de pantuflas de perrito idénticas a las anteriores tiradas a su suerte por ahí.

No estoy completamente seguro pero... asumo, creo; especulo, imagino y hasta podría jurar que ese cuchitril es de Alex. Pensé para mis adentros.

También había dos armarios en la habitación, uno para cada uno; eran grandes, de madera y llegaban hasta el techo. El de Alex estaba tapiado con calcomanías por todas partes, mientras que el otro apenas y tenía una pegatina con un triángulo que simbolizaba Radiación, bien amarillo y grande con letras debajo de este que rezaba "PELIGRO".

—Bienvenido a mi habitación —proclamó el pelinegro con altivez.

—Oye, que también es mi habitación —se quejó Alex.

—Ah, sí. Comparto cuarto con la plebe —proclamó con sarcasmo—; debo hacerlo porque no hay suficientes lugares para dormir en este castillo. Así que dejo que Alex duerma en la misma habitación que yo. Soy un Dios generoso. —se vanaglorió él.

—¡EH! que no soy un esclavo ni la servidumbre. Deja ese juego para otro momento.

—¿Juegos? —Darío pareció indignado—. Vos quizá jugáis, Alexander. Pero yo estoy seguro de mi linaje azul. Ahora se amable con el plebeyo que nos vista y búscale algo qué ponerse.

—¿Plebeyo?

—No creo que le quede mi ropa —repuso Alex—. Soy algo alto y quizá le quede floja. Además... —echó una mirada a su armario rápidamente y abrió los ojos como si se diera cuenta de algo escabroso.

—Además... ¿Qué?

—Hay cosas ahí... bueno, mal puestas. Tú sabes, podría venirse el armario abajo. je.. je.. jeje. —dijo con una voz que denotaba inseguridad.

Darío rodó los ojos y se cruzó de brazos. Estaba claro que no le agradaba en lo más mínimo tener que prestarme ropa. En lo personal tampoco me agradaba la idea de usar la suya, ni de dormir en esta casa... ni de estar en ella de buenas a primeras. Había algo extraño aquí, se sentía un poco... no sé, extraño. Quizás fuera el hecho de no dormir en casas ajenas con frecuencia.

Darío se dirigió a su armario (el del triángulo radioactivo) y procedió entonces a rebuscar entre su guarda ropa algo que pudiera quedarme, refunfuñada mientras lo hacía y parecía estar seleccionando lo menos favorito de su repertorio.

—Ten —espetó finalmente, tendiéndome un pijama de... cuerpo entero... con estampados de dinosaurios por todas partes. Era extraño, usualmente los pijamas son de dos piezas pero este parecía... ˂˂Es como un traje bebé gigante˃˃—. No te quedes ahí, tómalo —el rostro del muchacho empezó a teñirse de un color rojo frutal y yo no pude hacer otra cosa más que tomar aquella prenda entre mis manos y asombrarme con lo extraña que era. Incluso se cerraba por la espalda; todo gracias a un cierre que surcaba la parte posterior.

CHICO EN PROBLEMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora