CAPÍTULO 8

904 37 16
                                    


El sonido de la pala removiendo la tierra y grava me ponía de los nervios. Un hilo fino de sudor bajaba por uno de los costados de mi cara mientras mis ojos desesperados se tensaban por el profundo estrés que sentía. Estaba enterrando el cuerpo del delito, aquello que me vinculaba con el horrible crimen que había perpetrado apenas una hora atrás. Es gracioso lo rápido que puedes cavar un hoyo en tu jardín trasero cuando estás motivado por la culpa. Esta es una anécdota que no le contaría a nadie, salvo quizás... a otras personas tan culpables como.

—Espero que a mi padre no se le ocurra nunca interesarse por la jardinería. —Tan siquiera pensar que él pudiera encontrar esto me daba escalofríos, de hecho; me daban ganas de hacer este mismo agujero en otra parte; en el jardín del vecino o junto a un arroyo, quizá en el bosque, todo era posible con tal de ocultar...ESTO. Pero ya era tarde, había empezado con la tumba sin nombre y no me detendría hasta que la evidencia desapareciera bajo tierra, cerca de casa o a 100 kilómetros. Y de cualquier forma, no podría llevar el cuerpo del delito muy lejos, pues ya era bastante tarde— Desaparece. Vamos tierra, trágatelo, trágatelo enterito.

Me tuve que quitar la camisa, la había empapado de sudor. Era un 80% sudor de nerviosismo y un 20% sudor de esfuerzo físico, ya no podría usarla hoy; la tiré en el cesto de la ropa sucia y fui directo a bañarme. Mis manos y mis tobillos estaban llenos de tierra. El barro resultante se disolvía bajo la regadera, desapareciendo a través de la coladera para no volver nunca más.

Me puse unos jeans ajustados y una polera de fin de semana, tan decolorada y vieja que sería toda una sorpresa para quien quiera que me la haya regalado que aún me quedase luego de tantos años, pero para mí no, me ponía esta cosa vieja todos fines de semana y aún me quedaba como anillo al dedo.

Mi reflejo en el espejo tenía una expresión resignada de "la has cagado".

—Me pregunto si se dará cuenta de que desapareció... seguro que no. Era prácticamente inútil. —Di un suspiro profundo y me senté al borde de la cama con las manos masajeándome las cienes—demonios —maldije—, espero que papá no eche de menos esa tonta colección de cintas.

Era fin de semana y mi padre había salido, así que aproveché la oportunidad para escabullirme en su habitación y buscar cualquier cosas que me acercara a responder mi lista de preguntas sobre la desaparición de mamá. La pregunta que encabezaba aquel monumental cuestionario se dictaba así: ¿por qué? y, por supuesto, la pregunta que finalizaba el manuscritos era: Ya en serio ¿por qué?

En sus gavetas lo único que encontré fue ropa interior, camisas y medias. La parte baja del armario estaba atestado de pantalones, abrigos y ropajes de mujer que mi madre había dejado atrás; ella era una mujer de amplios caprichos y siempre que salíamos sucumbía ante la tentación de comprarse un nuevo par de zapatos, unos aretes o un traje. A fin de año llegaba a sentirse culpable y octava por deshacerse de sus compras del año pasado o la ropa que sólo se puso una vez.

Yo jamás escudriñaba en la intimidad de otras personas... Bueno, no muy a menudo... En esta habitación... Vale, lo admito, soy un curioso. Suelo registrar pertenencias ajenas, a veces ni siquiera estoy buscando algo en específico pero hoy tengo un justificativo: hoy busco LA VERDAD.

—¿Qué será esto?

Al final del armario, en una caja de zapatos, estaba escondido un dispositivo parecido a un Walkie Talkie; como los que usan los policías o los guardias de seguridad obesos en los centros comerciales. El Wolkie venía acompañado de un pequeño botón con velcro pegado en la parte de atrás, era muy extraño. Al encender el Wolki una lucecita titiló tres segundos en el botón y se apagó al instando.

CHICO EN PROBLEMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora