Pasé el resto del día pensando en lo que ocurrió con Ramiro. Durante la noche solo podía pensar en el beso. En mis sueños, el chico rubio aparecía también; me cubría los hombros con sus amplias manos.
Ese contacto labial fue una experiencia extrañamente traumática y al mismo tiempo diferente; inclusive agradable, como estar en una montaña rusa. Mi mente no paraba de darle vuelta. Con toda esta obsesión el fantasma empezó a tornarse cada vez más inquieto. Caminaba de un lado a otro de la habitación agarrándose el estómago y aporreando la cabeza contra las paredes cuando su paseo, cual animal enjaulado, no servía para apaciguar su sufrimiento.
La mañana del día siguiente mi dialogo interno se resumía únicamente en preocupaciones.
<<¿Y si vuelvo a verlo hoy?>>
—Lucas, para —me pidió el fantasma, dándose contra la pared, estaba incluso más cansado que yo. Eso viniendo de él era extraño.
<<¿Y si lo vuelve a hacer? ¿Lo dejaré o lo apartaré? ¿Qué debería hacer?>>
—He dicho que pares. Dame un respiro y pon la mente en blanco.
No le hacía caso, simplemente me era imposible.
<<Jamás lo había visto de esta forma, pero ahora... ¿qué debería hacer?>>
—¡HE DICHO QUE TE CALLES! —bramó el fantasma con los ojos inyectados en sangre y una expresión de rabia.
—Yo no he dicho—
—¡YO LO SÉ! MALDISIÓN —exclamó—. No se trata de que hables, tus pensamientos se escuchan hasta el espacio. Estoy cansado de oírte de día y de noche.
—Lo siento —me disculpe—. No sé qué hacer, ¿qué pasará cuando—
—¡AAAGGGGH! —bufó—. Haz que se detenga, que se detenga por favor —suplicó lastimosamente, mas no pareció pedírmelo a mí, sino más bien a Dios.
Se aproximó tambaleante y me lanzó un puñetazo en la cara, al menos eso intentó. Su movimiento me traspasó indoloro sin levantar tan siquiera la brisa.
Lleno de frustración lo volvió a intentar, una y otra vez. En una ocasión inclusive se lanzó contra mí con todo su cuerpo etéreo. Era inútil.
—¡¿Por qué no puedo herirte?! Joder.
—Darío, yo-
—¡Cállate! Como te sientas culpable una vez más voy a vomitar. Te odio —me espetó—. Te desprecio a ti, a tu cobardía, a tu debilidad, a tu inseguridad, a tu asquerosa y patética confusión de pre-puber. Eres repugnante, es repugnante ser tú, es... es... —estaba jadeando. Cayó de rodillas, temblando—. Me siento fatal. Haz que se detenga. Siéntete bien por una vez, te lo suplico. Ve un video gracioso, mastúrbate, yo que sé, pero haz algo aparte de sentirte mal. Estás acabando conmigo —lloraba. No sabía que estaba tan cargado.
De repente sentí una punzada de dolor en mi cabeza, era horrible, como si me metieran una aguja en el cerebro. O peor, un talado encendido.
—¡AAHHHH¡ Duele.
Empezaron a temblarme las manos. La fuerza de mis extremidades se esfumó. La vista se me estaba emborronando y tuve que sentarme para no caerme. Algo malo sucedía, algo muy malo.
Pasados unos 30 segundos logré estabilizarme. Cuando me di cuenta, había estado sangrando por la nariz y la camisa que traía quedó manchada de rojo.
—¿Qué es esto? —dije, llevándome los dedos a cara para limpiar la sangre. Era demasiada.
—No puede ser... —comentó Darío—.Es demasiado repentino para ser normal. ¿Ha pasado antes?
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CHICO EN PROBLEMAS
RandomLucas tenía una vida normal y sin muchas emociones. Bajito e inteligente entra a su primer año de secundaria, donde conocerá personas bastante singulares que empujarán su existencia a una espiral de vergüenza, diversión, infantilismo y por último, p...