Llevaba esperando ese día hace muchos meses y llegó. Por fin iba a subir a ese barco una vez más, ese que le llevaba a París. Esa era su ciudad natal, donde pasó toda su infancia. Cada año navegaba desde Londres, donde residía entonces, para llegar allí, a la ciudad del amor.
Ya había hecho la maleta unos días antes para no descuidarse ningún regalo [ya que siempre llevaba alguno para la familia] ni cualquier otra cosa. Se fue al barco y como siempre subió sin problemas. Una vez allí, buscó el bar-restaurante y se sentó en una mesa pequeña de dos situada en frente de una ventana que le mostraba unas vistas impresionantes del enorme océano. Se fijó que había poca gente, pensó que sería más tranquilo y le gustaba más así. A ella le gustaba poderse sentar en una silla, con un café en la mesa y observar el mar en silencio. De vez en cuando sacaba su bloc de notas y un bolígrafo que siempre llevaba encima, y apuntaba alguna nota; idea; o un texto de dimensiones considerables; todo dependía de la inspiración que tuviera en ese momento. Así pasaba el tiempo en el barco.
Cuando se terminó el café, quiso ir a dar una vuelta por el barco, que, por cierto, se movía mucho. Pero ella no le temía al mar, le hacía gracia que se moviera, así podía ver cómo la gente intentaba caminar sin tambalearse. Decidió ir a popa, allí hacía mucho viento y sol, creía que era el lugar adecuado por pasar un rato en calma. Estaba sentada en un banco, sola, no había nadie más hasta que pudo oír unas pisadas en el suelo que se acercaban a ella, abrió los ojos y vio a un chico con el cabello corto y moreno, era alto y, al verla a ella sonrió. Ella le devolvió la sonrisa sin saber por qué. Después de estar sentados contemplando el mar un rato, el chico habló y empezó una conversación que parecía nunca terminarse, hasta que pensaron en ir al bar a tomar algo. Una vez allí se sentaron en la misma mesa donde ella había estado antes sola, solo que ahora tenía compañía. Nunca le había pasado esto de conocer a alguien en un barco, nunca. Estaba sorprendida y parecía un poco enamorada de ese chico tan mono, que cada cosa que decía iba seguida por una de sus sonrisas pegadizas. Sí, las sonrisas le enamoraban, y mucho, puede que tanto como los abrazos. El tiempo les pasó volando y, sin darse cuenta llegaron a París, su destino. Antes de bajar se dieron ese abrazo tan soñado por parte de ella, pero antes de separarse, se dieron su número de móvil y quedaron en verse algún día de los que pasarían en la ciudad.
Al cabo de un par de días, ella estaba andando cerca de la Torre Eiffel, recordando cuando corría por ahí y sus padres la reñían, recordando cómo se divertía con sus amigos jugando a la pelota, recordando todos los libros que se llegó a leer sentada en ese banco al que se dirigía en ese mismo instante, y, entre tantos recuerdos sonó su móvil. Lo cogió, era él, el chico moreno del barco le dijo que si podían verse dentro de media hora en la Torre Eiffel y ella, aprovechando que ya estaba allí, le dijo que si podía ser en ese mismo instante, y en oír esas palabras, él ya estaba en camino.
Esas dos horas que pasaron juntos en la ciudad del amor lo cambiaron todo. En frente del famoso monumento se enamoraron y se besaron; pasearon y vieron la ciudad que se sabían de memoria los dos; hablaron hasta saberlo todo el uno del otro, y todo en dos horas. Ese día se separaron también, no iban a verse más hasta dentro de un mes; hasta el día en que volvieran a Londres y tuvieron una idea, enviarse cartas durante los días que pasarían cada uno en una punta de la ciudad.
La primera la envió él, para ella.
Eh cariño,
Sé que me echas de menos. Sé también que dentro de poco nos volveremos a ver y podre matarte a sonrisas y abrazos. Supongo que harás lo mismo, ¿verdad? En fin, estos días pasan demasiado lentamente, alguien debería hablar con el tiempo y convencerle para que pase más rápido hasta que te pueda volver a ver. ¿Estoy siendo demasiado empalagoso? Bueno, sabes que soy así y no le puedo hacer nada…
Le he hablado de ti al pequeño de casa y dice que quiere verte él también, así que ya sabes, la próxima vez vas a tener que conocer al pequeñín este, que, fíjate, ahora mismo está sentado a mi lado, supongo que intentando leer esta carta, pero como está aprendiendo justo ahora a leer dudo que entienda nada de lo que te escribo.
¿Cómo te va a ti? Ya me contarás, o eso espero. No sé qué más decirte, ¡ah sí! Te envío un abrazo a distancia, tu haz como si me abrazaras aunque yo no esté delante de ti.
Te echo de menos pequeña.
Te quiero
Ella no lograba quitarse esa sonrisa de su cara mientras la leía, y un instante después de terminar de leerla empezó a escribir la suya.
Cariño,
Te echo muchísimo de menos, no sé qué hacer para que el tiempo pase rápido, no sé qué hacer para distraerme y dejar de pensar en ti, que te has puesto en mi cabeza y ahora no hay quien te saque de ahí.
Conoceré a ese pequeñín cuando quieras, puede que tenga más ganas yo que él, quién sabrá. Yo estoy sola escribiendo esta respuesta de tu carta, espera, lo rectifico, sola no, porque sé que tú estás conmigo en todo momento.
Aquí en casa todo es normal, igual que siempre. ¿Qué puedo decirte? Todo va bien, solo faltas tú.
¿Recuerdas ese libro que estaba escribiendo en el barco? No le encontraba ningún final que me gustase hasta que te conocí a ti, y ahora, ahora estoy sentada en una silla, delante de la mesa donde estoy escribiendo esta carta, y esta carta está encima del libro que te he hablado antes, ahora ya terminado.
Te lo repito una vez más, te echo de menos tonto.
Te quiero
Una vez terminada, la metió en un sobre que ya tenía preparado y se fue corriendo al buzón de correos más cercano para enviársela.
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Short stories
Cerita PendekDesde reporteros perdidos en medio de París hasta niñas pequeñas que tienen la suerte de visitar un circo. Mundos inexistentes, fotógrafas que hacen de guías, viajes en barco casuales. Desde romances en pequeños pueblos costeros hasta conversacione...