Bajo el faro.

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Érase una vez un pueblo costero que tenía un faro muy peculiar.

Érase una vez un chico que veraneaba allí. Un chico ya mayor que quería ver mundo. Puede que ese verano fuese el último que iba a pasar en ese pequeño pueblo, o puede que no.

Ese faro situado junto a esa playa paradisíaca caracterizaba un pueblo muy pequeño que gracias a su belleza lograba tener tantos visitantes como habitantes en verano.

Uno de esos visitantes es el protagonista de esta historia.

Un día ese chico con ganas de ver mundo llegó a ese pequeño pueblo y como ya lo conocía se fue corriendo a la playa, a disfrutar de ese día soleado. Des de allí contemplaba el faro que siempre le llamó la atención y al cual sus padres nunca le llevaron. Justo cuando lo contemplaba vio a una chica que recordaba muy bien dirigiéndose hacia allí, a la hora justa del día.

Decidió ir a visitarlo esa misma tarde.

Después de comer en el hostal en el que se hospedaba cogió una mochila y puso dos botellas de agua, ya que él tenía sed continuamente; un paraguas por si llovía aunque hacía una calor insoportable y el sol brillaba como nunca, pero no le gustaba mojarse y quería ir bien equipado; un poco de dinero, que siempre es útil; sus gafas de sol de color azul claro y la dejó encima de su cama. Luego abrió el armario donde estaba toda su ropa tirada y alguna prenda especial o más bonita colgada más o menos bien y cogió un pantalón, uno cómodo y mínimamente decente; una camisa, de esas que llevan los turistas en verano y que además son amplias y frescas; y unas bambas con las que podría andar perfectamente hasta allí sin ningún problema.

Una vez vestido, cogió la mochila de la cama y salió del hostal dirigiéndose al faro. Parecía un excursionista profesional, y hay que decir que le llevaría un buen rato ir hasta el faro, ya que estaba situado en la cima de una montaña. Iba decidido, escuchando música, planteándose que haría cuando llegase allí arriba. Cada vez estaba más cerca. Tardó unos cuarenta y cinco minutos en llegar.

Cuando lo vio delante de él, lo vio enorme. Se quedó un buen rato observándolo, era de piedra, de esos antiguos blancos rodeado por unas escaleras que te llevaban a la cima, no muy alto comparado con otros y parecía un poco abandonado, pero aun así era muy bonito.

Se acercó y se dirigió a la puerta, pero justo antes de abrirla apareció una chica. Una chica no muy alta que parecía tener un par de años menos que él había visto muchas veces antes. Se había fijado en una chica que cada día iba hacía el faro a la misma hora y era ella. Ella era la preciosa chica que des de la primera vez que la vio le enamoró.

Hablaron durante horas y des de ese momento el faro fue el sitio donde se encontraron cada verano.

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