SENTIMIENTOS, AGH. (EDITADO)

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CAPÍTULO 2. SENTIMIENTOS, AGH.


Estaba muy confundida por no poder ver el rostro del susodicho, pero traté de relajarme y me alisté para la universidad. Tan pronto como llegué busqué a Ingrid, estaba con su vestido verde y el cabello suelto al igual que al mío que cubre mis hombros del vestido lila. Entramos al salón y nos sentamos en la mesa de siempre, delante estaba Vanessa, una chica de mechas rubias que le gusta la moda al igual que su madre a parte de esta carrera. Su padre se había divorciado hace años de su madre cuando cumplió nueve, por suerte tiene a Blanca de amiga que como su nombre dice hace referencia al color de su piel. Su amistad con ella es similar a la que Ingrid y yo tenemos.

Esperé a que llegara el profesor y entre tanto el salón se llenaba de alumnos, me puse a escuchar música y observé a Ingrid hacer unos apuntes. Una de nosotras siempre se caracterizó por ser más estudiosa y aplicada que la otra. En eso somos algo distintas.

Las horas transcurrieron y el aula de clase poco a poco recibía a los demás alumnos, entre ellos ingresó Laura. Su mochila negra tiene algunos pines de una banda de rock y de una chica que canta la canción Pacific her.

La clase inició poco después, miré de soslayo a la nueva alumna, su cabello rubio está sujeto por un gancho de pelo, su ropa de hoy consiste en un pantalón, una camiseta ombliguera y unas zapatillas negras. Cada vez que la veía me daba la sensación de algo que no sabría explicar.

era como si existiera un límite que me prohibía ver más de lo aparente, y eso de alguna manera me inquietaba al punto de preguntarme: ¿qué es eso que esconde?

Al terminar la clase, salimos del aula y fuimos a la siguiente clase. Nuestro profesor de esa asignatura estaba de buen humor e hizo una que otra broma, haciendo reír a la clase. En esta clase asistía Sergio con nosotras, y no les mentiré cuando sentí un pequeño alboroto en mi sistema cardiovascular al tenerlo a un asiento de distancia. Tampoco pase desapercibido las miraditas que me lanzaba mi compañera de asiento.

— Voy a mandarte a Roma como lo sigas haciendo. — susurre, viéndola de reojo.

— ¿De verdad? Inténtalo. — responde en el mismo tono, mostrando una diminuta sonrisa.

— La clave para ser buenos en el campo es... — explica el profesor.

— Voy a darte spoiler de la serie como no te detengas — amenace, algo seria.

— Si lo haces te voy a... — comienza a chillar, pero se calla cuando escuchamos una tercera voz.

— ¿Ocurre algo señoritas? — su voz suena a reprimenda, y me quedo muda al tener la atención de todos en nosotras.

Ingrid niega con la cabeza y la clase continúa sin más interrupciones.

La casa de mi amiga es un lugar grande de dos pisos, cuenta con un balcón en el cuarto de sus padres que da vista al jardín trasero que ahora está algo abandonado, pero que según ella antes estaba lleno de flores coloridas. Arribamos a su dormitorio al abandonar la sala y almorzamos ahí cuando la empleada toca la puerta de su cuarto.

Las paredes de su cuarto tienen como color predominante a la esmeralda claro junto al color gris, la alfombra bajo su cama es una muestra de ello. Pusimos la serie en la televisión que instaló hace unas semanas en su cuarto y nos quedamos un buen tiempo sin movernos de la cama.

A la hora de la cena estoy en casa y no me extraña encontrar todo a oscuras, puesto que mi madre vive por su trabajo. Ambas vivimos en un dúplex en la zona concurrida de la ciudad, pero no te dejes engañar por las decoraciones costosa que hay a sus alrededores porque de tan solo dar un paso dentro sientes lo solitario y abandonado que puede estar, a veces contratan a una persona para que limpie todo. Enciendo las luces del segundo piso al subir las escaleras y voy a mi dormitorio, dejo mi mochila junto a la cama y me doy una ducha. Cuando estoy saliendo de mi cuarto, estoy con otra ropa y una toalla envolviendo mi cabello húmedo, arrastre los pies a la cocina —que ahora tiene la luz encendida— y me detengo en el marco de la puerta al ver a una mujer de espaldas en las hornillas de la estufa.

Deja de hacer lo suyo al sentir mi presencia y se gira, dando una sonrisa cansada. Su cabello negro y sus ojos iguales a los míos me recordaba que es mi progenitora y la persona con la que comparto ciertos rasgos. Esa mujer es Ximena Vidal, dueña de una empresa que fundó hace varios años, mucho antes de que conociera a mi padre.

— Hija, ¿Qué tal todo? — vuelve a lo suyo.

— Bien. — entre a la cocina — ¿Qué haces?

Me quedo a una distancia prudente y la observo desde mi sitio. La relación que tuve alguna vez se enfrió con los años tras la ausencia de mi padre. Antes de que eso sucediera

compartamos el mayor tiempo juntas, ya sea en casa o en otro lugar. Cada cierto tiempo salíamos los tres de paseo y no importaba el lugar donde estuviéramos porque papá siempre estaba cerca de mí y mamá estaba a su lado sonriendo, mirándonos con afecto.

Ahora, después de muchos años siendo solo las dos todo es muy distinto a lo que era antes. Tanto mi vida, la suya y lo que queda de la casa es un pasillo nuevo que piso por primera vez y a pesar de los años me siento una desconocida y acostumbrada a la sensación.

Después de comer en un silencio algo incómodo tras los intentos de mamá por tener respuestas del mismo tema —al que respondí con un rotundo no— vuelvo a mi dormitorio y navego en las redes. Me topo con las publicaciones de Sergio y me quedo inmóvil al ver una foto de su rostro de medio plano. Detallo su sonrisa, el color de sus ojos y creo sentir el aleteo de mi corazón.

¿Estoy perdiendo la razón o es el tiempo que llevo sola? Creo que debo poner mi cabeza en cosas que sean prioritarias.

La llamada de Ingrid me hace volver a la realidad que dejé por unos segundos. Acepto la llamada y me tumbo en la cama.

— ¿Qué pasa, In?

— Oye, ¿adivina quienes van a estar cerca de la ciudad en unos días? — chilla feliz.

— No tengo ni la más remota idea.

Miro el techo y la escucho tomar aire varias veces para poder aclararse la garganta y decir:

— ¡¡Se viene The Chainsmokers!! — grita — ¡Ahh!

Alejo el teléfono al escuchar su grito y me tapo la oreja con la mano libre.

No tiene remedio.

— ¡Deja de gritar que voy a quedarme sorda! — devuelvo el grito.

— Ay perdón, es que me hace feliz saber que vienen a nuestro país a vernos. — celebra — Es que no sabes la música que esos dos hacen. Ellos...

Y comienza a comentarme cómo conoció a esos dos chicos y que tipo de música tocan y demás cosas que la escucho por un buen rato hablar sin parar hasta bien entrada la madrugada donde me pide que vaya con ella al concierto y le digo que lo pensaré antes de responder.

Encierro (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora