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- ¿Ya me vas a echar? – pregunta Eleazar haciendo pucheros.

- Mis amigas, en las que se encuentra tu hija, se van a quedar a dormir aquí. No creo que le siente bien verte. – le digo al mismo tiempo que lo empujo hasta la puerta. Él hace resistencia como un niño pequeño. – Ay, venga...

- Está bien. – ríe. – No hagáis muchas tonterías.

- Tranquilo, viene Leire. – me encojo de hombros.

- Ah, ya. Pues entonces retiro lo dicho. – me sonríe.

Atrapa mi cintura con sus manos y pegamos nuestras frentes. Huele tan bien que estaría comiéndomelo todo el día. Ya sé por qué Nano huele así de bien. Vale, vaya mierda de comparación.

- Me pasaría toda la vida así. – susurra, con los ojos cerrados.

- Nos van a pillar. – le susurro de vuelta.

- Está bien. – suspira, dándose por vencido. – Me voy a trabajar. Quizá salga después a cenar. – dice con retintín.

- ¿A cenar? – pregunto, elevando una ceja y poniendo tono de celosa.

- Sí, a cenar. Yo también puedo irme a cenar. – se gira y abre la puerta de mi casa. – Además, no me tengo que esconder.

Se marcha, dejándome con la palabra en la boca. ¿Pero quién se ha creído que es?

(...)

- ¿Por qué tanta ilusión por celebrar la Navidad? – pregunta Emma, viendo a Leire buscar películas navideñas en Netflix. – No lo veo lógico

- Lo lógico es disfrutar de estas fechas. – le digo. – Poner el árbol, decorar la casa, pasear por el centro de la ciudad... Nueva York en estas fechas debe de ser grandioso.

- Eso me dirás cuando no puedas salir de tu casa por fuertes nevadas, guapa. – me dice Anita al mismo tiempo que golpea mi espalda. – Dios, odio la nieve en cantidad. Te entorpece el paso.

- ¿A qué viene tanta negatividad? – pregunta Leire, poniéndoles cara de asco. – Disfrutemos, que no cuesta nada.

Y por fin se callan y podemos disfrutar de la película. Son las diez de la noche y estamos tiradas en mi gran sofá, cubiertas de mantas y con comida basura a tutiplén. En un momento, Anita saca de su bolso una bolsita pequeña que lleva dentro una especie de hierba: marihuana. Uy sí, perfecto.

- ¿Qué haces con esto? – le pregunta Emma, poniéndole cara de asco.

- Un porro al año no hace daño. – dice al mismo tiempo que saca la maría de la bolsa.

- Claro que no hace daño, pero es que tú te has fumado los porros de dentro de veinte años. – le digo. – Como nos pillen pagas tú la multa.

- Trato hecho. – asiente.

- Delante de mí no quiero que fuméis cosas raras. – dice Leire. – Sabéis que soy anti-drogas...

- No va a pasar nada por un porro. – le digo. Miro a Anita que está terminando de liar uno y lo cojo antes de que se lo encienda para ella. Me mira con cara de pocos amigos, y yo cojo su mechero. – Venga, que hay que celebrar buenos tiempos.

- ¿Qué buenos tiempos? ¿Tu plan pro-drogas? – dice Emma, sin quitar su cara de asco. ¿Es permanente acaso? – Eso huele como la mierda.

- Bueno, da gracias a que no es tu casa. – le dice Anita, sonriendo. – Toma Emma, una calada. – le ofrece de su porro.

- ¿Estás loca? No quiero que me pete la cabeza. – dice, exagerando.

- Venga chica, que por uno no te vas a morir. – rueda los ojos. – Una calada, y si no te gusta me lo devuelves.

Emma la mira dudosa. Todas sabemos que no quiere hacerlo. ¿Por qué le gustará tanto complacer a Anita? Chica, si no quieres no lo hagas.

Al final Emma coge el porro y le da una calada, abriendo los ojos de la impresión y tosiendo como una descosida. Joder, al final se me muere. Anita le dice que le dé otra más, y ella, como las niñas buenas, obedece.

Hemos acabado todas emporradas bajo la atenta mirada de Leire, que nos mira con decepción. Anita ya no insiste con ella, porque como lo haga, sabe que Leire coge sus cosas y se va sin importarle nada. Tiene carácter, la enana.

- ¿Cómo te sientes? – balbucea Anita, y mira a Emma, esperando su respuesta.

- Bien. – expulsa el humo retenido. – Estoy como más relajada.

- ¿Has visto? Si es que me tienes que hacer más caso. – le dice, abrazándola de lado, rozándole con la mano un pecho.

- ¿Qué haces? – dice Emma, tensa. – ¿Por qué me tocas la teta?

- Ha sido sin querer. – se encoge de hombros. – Si llega a ser Maia no le dices nada.

- ¡Claro que le diría! – exclama, levantando los brazos indignada. Luego me mira con sus pupilas dilatadas y retira la mirada, sabiendo que me he fijado. – No pasa nada. – murmura.

- Bueno, lo dejaré pasar. – coge otra vez su bolso y saca otra bolsita pero con polvo blanco. Oh no, el polvito de la risa. – ¿Queréis?

- ¿Ya vale,no? – le dice Leire. – Deja las drogas, Anita.

- ¡No me va a pasar nada, Leire! ¡Deja de exagerar! – le grita, pero automáticamente le da un beso en la mejilla. – En serio, estoy de puta madre. No me va a pasar nada. – le sonríe.

- Me parece un poco excesivo traer cocaína a mi casa. – le advierto a Anita. – No sé de dónde la sacas, ni me interesa, pero corta el rollo. Va en serio.

- V-voy a p-probarla. – dice Emma, interrumpiendo la conversación, haciendo que todas las miremos con los ojos como platos. – Tú la probaste una noche, y mírate, estás viva. – me señala.

- Claro que no va a pasar nada. Es una cantidad pequeña. – Anita coge un tubito de metal y pone una línea en la mesa del centro. Le da el tubito a Emma, y la mira sonriendo. – Venga mi amor, de golpe.

Emma le sonríe de vuelta y automáticamente esnifa esa raya. Madre mía, esto debe de acabar cuanto antes. Vuelven a esnifar dos rayas más y se tiran en el sofá, una apoyada en la otra. Leire me mira con preocupación, a lo que yo le digo con un gesto que no se preocupe.

- Vámonos a dormir. – les digo, y ellas me miran rápidamente. – Son las dos de la mañana.

- ¡Sí! ¡Vamos a dormir juntas, Emma! – dice Anita, cogiéndola de la mano. – ¿En la habitación de David? – me pregunta, y yo asiento. – Muy bien, hasta mañana.

Desaparecen y nos quedamos Leire y yo solas. Miramos a nuestro alrededor y vemos todo tirado. Recogemos en cinco minutos y nos dirigimos a mi habitación, donde no podemos coger el sueño porque dos señoritas no paran de reírse.

- ¿Estás segura de que no les va a pasar nada? – me pregunta Leire.

- Que no. – ruedo los ojos. – Mañana se despertarán con dolor de cabeza, eso sí, pero por lo demás no hay nada que temer. – la abrazo para tranquilizarla. – Ya verás.

Decidimos intentar dormir, pero ahora no se escuchan risas: se escuchan gemidos, y juro que no es una película porno. 

DAMA (HVA 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora