XVI

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- Venga rubita, quita esa cara. – me dice Nano, riéndose.

- No le veo la gracia. – gruño, bajándome de su moto y dejando el casco en el asiento. – Tengo mucho vértigo.

- Vaya, y yo que te quería llevar a un parque de atracciones. – suspira, sin quitar la sonrisa y metiéndose las manos en el bolsillo.

- Sigo sin verle la gracia. – lo miro mal. – Entremos.

Nano me ha llevado a un restaurante de esos que me gustan: más pijo que Paris Hilton. De hecho, su hermana me recomendó hace tiempo este restaurante. Mejor no se lo digo, no vaya a ser que cambie de sitio. Entramos y el metre nos lleva a una mesa para dos con vistas a los rascacielos más grandes de Nueva York.

- Sigo diciendo que es un restaurante de pijos. – vuelve a repetir. – Seguro que habrá cervezas de esas que te las sirven con limón y pajita, de cereza y tonterías de esas. – hace burla al aire.

- Pues mira lo que te voy a decir, la cerveza de cereza está muy buena. – le guiño un ojo y cojo la tarjeta de comida. – ¿Sabes qué vas a pedir? Hamburguesas no hay.

- Já, muy graciosa. – me hace burla. – Voy a comer algo sanito, para que dejes de reírte de mí.

- Tú me has llamado pija. Ahora si me río de ti, ajo y agua. – le sonríe.

- ¿Qué es eso? – hace una mueca, refiriéndose a mi expresión.

- Significa a joderse y a aguantarse. Ajo y agua. – dejo la carta en la mesa otra vez. – Yo quiero algo pijo. Elige tú.

Nano me sonríe y se pone a elegir la cena.

Lo más fuerte de todo, es que aún habiendo pasado vértigo, miedo y todo lo que sea, no me arrepiento de nada. No he vuelto a sufrir esa sensación desde aquella vez que me monté con mis amigas en una atracción y me mareé. Desde ahí comenzó mi trauma.

Después de cenar, llega la hora del postre. Veo el helado en la carta de postres y automáticamente me acuerdo de Eleazar: dos veces que he salido con él, dos veces que he comido helado. Hago una mueca sin que él me vea y él rompe el silencio.

- Yo quiero un helado de chocolate. – dice con tono infantil. – Y quiero compartirlo contigo.

- No me apetece mucho helado ahora. – murmuro, sin que se me note el bajón. – ¿Compartimos batido de fresa? – le sonrío.

- Vale. – me devuelve la sonrisa, y agarra mi mano. – Lo único que quiero es compartir algo contigo.

Me quedo mirándole, aguantando las ganas de reír. Hasta que exploto. Nano me mira confundido. Obviamente no sabe por qué me río.

- ¿Qué te pasa? – pregunta, con más cara de confusión.

- Me llamas pija y eres tú el más cursi. – río más fuerte. – Dios mío, es que menuda cursilada.

- No te rías. – se pone serio, aunque sé que se está aguantando la risa. – Quería decirte algo bonito...

- Hay cosas más bonitas que no suenan cursis. – me calmo un poco, aunque sigo riéndome.

- Vale. – hace como que piensa, mirando hacia arriba. - ¿Qué te parece... te tiene que doler la cara de lo bella que eres?

Vuelvo a reír más fuerte. Él se contagia y ríe conmigo. Señor, ¿por qué tan payaso?

- Mejor déjalo. – le digo cuando consigo calmarme.

- No, quiero volver a intentarlo. – insiste. – He cruzado océanos de tiempo para encontrarte. Esa es buena tía, es de la película Drácula de Bram Stoker.

- Bueno, es menos moñas, pero sigue siendo cursi. – agarro su mano. – Asúmelo: no puede ser dulce. No suenas bien.

- Sí sueno bien. – vuelve a decir con tono infantil. – Y deja de reírte de mí, rubita pija.

Río otra vez. Es un hombre rudo con fondo de niño infantil, y no sé si me encanta o me vuelve loca. La razón de mi risa es más que obvia: con esa cara de macarra no puede decirme cosas empalagosas. Es que no, es que me río.

Nos traen el batido y lo compartimos como si de una pareja cliché de tratase. Él paga la cena, y eso conllevó a mi enfado. Lo repito, no me gusta que me paguen las cosas. Quiero pagar algo.

- Para aquí. – le digo hablando lo más fuerte que puedo, señalándole una tienda de alimentación. Él para la moto y me bajo. – Ahora vengo.

- ¿Qué vas a hacer? – pregunta.

Pero yo solo soy capaz de atender el ritmo de mis pulsaciones. Entro en la tienda y compro dos bolsas de chucherías y demás comida basura. Salgo de la tienda satisfecha, alzando las bolsas con orgullo.

- No me has dejado pagar la cena, así que mi única opción era comprar chucherías. – le sonrío, volviendo a sentarme.

- Eres una loca, rubita. – niega con la cabeza. – ¿Vamos a mi casa?

Miro hacia el cielo, empezando a ponerme nerviosa. No quiero ir, no vaya a ser que estén Anita y su padre y eso ya sería el colmo.

- M-mejor a la mía. – tartamudeo. – Lo digo porque estoy sola, David está con su novio.

- Oh, ya entiendo. – asiente. – Pues venga.

Conduce hasta mi casa, y aparca la moto detrás de mi coche. Él se queda alucinando cuando lo ve, alegando que algún día le deje conducirlo. Sigue soñando, macarrilla. Entramos en mi casa y dejo las cosas en la mesa del comedor.

- ¿Puedo coger una cerveza? – pregunta con voz dudosa.

- Coge lo que quieras. Yo voy a ponerme cómoda.

Me meto en mi cuarto y saco del armario mi pijama. Me pongo mis pantuflas rositas y ato mi pelo en una coleta alta. Salgo de mi habitación y lo veo sentado en mi sofá, con una cerveza en la mano y viendo mi álbum del viaje que hice con mi familia a Venecia, al mismo tiempo que come chucherías.

- ¿Disfrutando? – le pregunto, haciendo que brinque en su sitio.

- Aquí eras morena. – señala una foto en la que salgo en bikini con mi madre. – Joder, y no tenías tetas. – aguanta la risa.

- Tenía diez años, imbécil. – ruedo los ojos. – Seguro que a esa edad tú eras un cayo malayo.

- Lo era, pero no más que tú. – pasa su brazo por mis hombros, y con la otra mano me hace cosquillas.

- ¡Dios, para! – le grito, al mismo tiempo que río como una posesa. – Me va a dar un ataque de ansiedad.

- No lo creo. – se pone encima de mí, poniendo mis manos arriba de mi cabeza. Se queda cinco segundos mirándome a la cara, desde los ojos hasta los labios, haciendo que me ponga roja. – Eres tan guapa, mi rubita pija.

Sonrío sin mostrar los dientes, muerta de vergüenza. Él me agarra de la barbilla, y me da un beso. No como el que me dio hace tiempo, sino con amor y deseo. De esos que te quedas pegada, sin querer separarte.

Un beso cargado de sinceridad, de pasión, y de confianza. Será todo lo delincuente tanto como me lo quieran pintar, pero sé que junto a él no me va a pasar nada.

DAMA (HVA 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora