15

72 9 2
                                    


Los siguientes días fueron horripilantes.

Podía ver día tras día, cómo aquellos números de mis cuentas personales en las redes sociales subían y subían como la espuma. Así como el número de notificaciones cada vez que subía algo. Me mencionaban en sus historias de papel, con acusaciones que se clavaban en mi espalda una tras otra. Cada día me importaba menos dejarme el teléfono en casa, y cada vez pasaba más tiempo entre twit y twit. Una semana hizo falta, ni más ni menos. En una semana, había conseguido que toda Inglaterra estuviese en mi contra, me mirasen mal en mi instituto, susurrasen mi nombre por la calle; los grupos de chicas de mi edad me daban miedo, cada vez que tenía que pasar por el lado de alguno.

Realmente desconocía el hecho de por qué las redes sociales y las fans estaban tan obsesionas conmigo, ni por qué me odiaban con tanta fuerza. Sí sabía que esa era la razón perfecta para que, encima de todo aquello, los periodistas también me persiguiesen allá donde iba. Al principio ni me daba cuenta.

De todas formas, lo único que intentaba hacer era tomármelo con bromas, reírme con Ellen y Jess de cada conspiración más loca que podía encontrar en internet, faltas ortográficas en mi nombre, etc. Incluso encontramos un artículo de un periódico online hablando de los pelos de mis piernas. Era, si estaba de buen humor, descojonante. Aunque Ellen era de las que más disfrutaba de la situación, y celebraba que saliese en alguna foto publicada, aunque fuera sólo las puntas de su pelo, con una buena cerveza. Realmente sabía cómo animarme.

Mis padres, por otro lado, no estaban nada contentos, pero teniendo en cuenta lo poderosas que eran aquellas empresas, lo mejor que podían hacer era esperar y tratar de ignorar que su hija era un maldito personaje público.

Sí, así era como me llamaban. Era completamente de locos. Aunque estaban luchando con fuerza para que ya no se apilasen en la puerta de mi instituto, y estaba agradecida.

Yo estaba contando los días para que esa pesadilla acabase de una vez por todas y que pudiese volver a mi vida normal, intentando ahogar la voz que intentaba decirme que tan sólo había pasado una semana. Ni siquiera estábamos demasiado cerca de las semifinales. Tenía toda la pinta de empeorar.

Ese era un día malo. Mi mente de nuevo había decidido bombardearme con la realidad, una tras otra, a pesar de que hacía casi dos días enteros sin abrir mi Twitter. Podía sentir mi portátil vibrar encima de la cama, llenándose cada vez más de insultos y de fotos mías y de mi cara de mierda de esa mañana, con la espinilla más grande del planeta justo en mitad de mi frente.

Supe, desde el minuto uno, que no venía con buenas noticias. Llevaba pantalones cortos de estar por casa, y a pesar de eso, no sentí el frío apuñalarme la piel al abrir la puerta. Estaba demasiado centrada en ver cómo caían las gotas de lluvia de su pelo mojado, cómo sus ojos color miel me observaban con las cejas alzadas, en la forma de curvarse que tenían sus labios. Me temblaban los dedos.

—Hola, Jane —dijo con su voz rasposa, que hizo despertar mis sentidos de un portazo, como si hubiese estado demasiado tiempo dormida en el umbral de la puerta.

Hinché el pecho.

—Dan —dije, aunque no me moví ni un milímetro.

Nunca me había considerado valiente. Hacía meses que no lo veía, y sus ojos todavía tenían ese poder de verme los huesos. Se pasó un dedo por los labios con un movimiento brusco, y sonrió satisfecho al ver que me había asustado por una fracción de segundo.

—¿No me vas a dejar pasar?

Bajé la mirada y me hice a un lado como si me hubiesen apartado de un manotazo.

Same Mistakes |h.s| Wattys 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora