24

98 7 4
                                    

Lo peor de todo aquello no fue lo que hice. Fue la forma en la que quería que se enterase de lo hice.

Ahí estaban a la mañana siguiente, después de tan sólo una llamada, esperando a que saliese de la casa de mi ex novio casi al amanecer, con el pelo volando a mi alrededor por culpa del viento, a cámara lenta. Quería sonreír y de nuevo hacer como que no estaban en frente mía asegurándose de captarme de todas la maneras posibles, aunque tenía un extraño nudo en el estómago que no me dejaba respirar el aire fresco de marzo. Tratando de ignorarlo como pude, dejé que se aprovecharan de mí, de su último día en el que yo estuviera escrita en su agenda diaria, dándoles permiso que las fotos volasen entre los dedos de la gente, digitalizadas y materializadas sobre las pantallas de sus tabletas y teléfonos. Dejándoles que me juzgaran, que me insultaran las últimas veinticuatro horas del día. Que yo al llegar a casa leería todas y cada una de las publicaciones con palomitas y las lágrimas atascadas en la garganta, disfrutando como una nueva y extraña forma de autolesión.

Mañana se habrían olvidado de mí. Eso sí me hizo sonreír.

No, ni siquiera un mensaje de información, ni siquiera una llamada disculpándome. Quería que se enterase mediante las redes sociales, que alguien tuviese que llamarle para darle la noticia. Como había tenido que hacer yo los pasados meses.

En esos momentos, el plan lo había maquinado para vengarme. Ahora mismo, escribiendo esto, lo único que puedo decir es que era una llamada de ayuda. Mi subconsciente necesitaba una razón coherente para poder aguantar todos los mensajes de odio que recibía a diario. Quería merecérmelo.

No esperaba que nadie me contactase aquel mismo día en el que salí con el corazón botando en mi pecho de la habitación de Dan. Pensé que tal vez tardaría algo de tiempo en volver a pronunciarme, encerrada en mi habitación, en donde tardaría muy poco en borrar todas mis redes sociales.

No quería admitirlo. No estaba lista para enfrentarme a mis propios sentimientos que poco a poco empezaban a abundarme en el pecho, llenando mi espina dorsal. Ya no podía ignorar más lo muchísimo que me temblaban las manos. Leer todos aquellos mensajes no me estaban ayudando todo lo que yo pensé que lo harían. No pude soportarlo más, en dos movimientos cancelé todo lo que me expusiera al mundo exterior, todo lo que me daba un perfil. Todo lo que me hacía existir en ese mundo del que nunca pedí ser partícipe. Estaba empezando a desear desaparecer por completo. Y no quería de ninguna de las maneras empezar a analizar el por qué. Por mucho que sabía perfectamente qué clase de sentimiento era aquel que me estaba manteniendo despierta, la culpable por la cual no era capaz de concentrarme en nada más que en el tic intranquilo de mis piernas.

Primera fase: negación.

Tendría que haberlo sospechado, después de no recibir el mensaje habitual de buenos días que conseguía desvelarme de la forma más dulce.

Completamente fuera de mis pronósticos y después de una noche en vela mordisqueándome los dedos, Ellen llamó a mi puerta y me miró con el ceño fruncido.

No dijo nada, simplemente pasó por mi lado casi sin mirarme y subió a mi habitación con rapidez y determinación.

Me senté en la cama y bajé la mirada al suelo, esperado a que dejase de tomarse su tiempo con los labios fruncidos y los brazos cruzados sobre su pecho, mirándome y juzgándome sin tratar de disimularlo.

—¿Cuál es tu problema, Jane? —dijo por fin.

Resoplé.

—Estoy cabreada.

—¿Sigues cabreada? —respondió, alzando la mirada y clavándola en mí.

Sus ojos mostraban dolor, por alguna u otra razón.

Same Mistakes |h.s| Wattys 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora